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Por: Dra. Marta Illueca

La autora es investigadora clínica, pediatra gastroenteróloga y hepatóloga

Si queremos entender algunas secuelas globales de la pandemia y el resurgimiento en varios puntos del globo de nuevas versiones de enfermedades que creíamos bien controladas, hay que recordar que los seres humanos somos parte de un ecosistema cuyo equilibrio ha sido ultrajado por la pandemia de la COVID-19 y sus consecuencias ambientales.

El 6 de junio, la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), en forma conjunta, dieron voz de alerta relativo a un inminente brote de la enfermedad diarreica causada por las bacterias del género llamado Shigella.

Esta enfermedad también conocida como “shigelosis” es causa importante de gastroenteritis, especialmente en niños, aunque puede afectar a personas de cualquier edad. Lo más preocupante de este brote es que, en esta vuelta, la bacteria demuestra una capacidad superlativa de resistencia a los antibióticos, antes efectivos para su control. Ejemplos incluyen la azitromicina y la ciprofloxacina.

El fenómeno de resistencia bacteriana es poco entendido por el público y fácilmente olvidado en comunidades como la nuestra en que la automedicación y el suministro indiscriminado de antibióticos se agravó durante la pandemia, lo cual promueve la aparición de microbios resistentes.

La reciente pandemia por COVID-19 propició el descontrol y la mala práctica del uso masivo de productos no probados contra la COVID-19.

Prácticas inauditas como la circulación casi robótica de recetas pre-impresas que nunca conocieron ni evaluaron a su usuario, incluyendo cocteles de antibióticos, se diseminaron cual pólvora en nuestro medio.

Incluso, fue sorprendente ver distribución durante la pandemia, incluyendo antibacterianos que por definición no tienen efecto contra ningún virus. Tales prácticas, pueden servir de gatillo al fenómeno que recién comienza a manifestarse con infecciones que parecen sacadas de la manga, en sus versiones actualizadas.

No se escapan tampoco los virus de desarrollar resistencia a los medicamentos antivirales automedicados.

El popular Antifludes, es un medicamento de uso muy delicado, pero de fácil acceso en Panamá para tratar las gripes. Su consumo es de beneficio dudoso, y los efectos tóxicos de su componente amantadina (medicamento anti-Parkinson), son bien conocidos para los estudiosos en farmacología.

Y finalmente, tenemos la lucha contra el uso no probado de anti-parasíticos como la hidroxicloroquina y la ivermectina, cuya falta de eficacia contra la COVID-19 ha caído en oídos sordos.  

Esto bien podría ser un preludio para una situación de resistencia por parásitos como la malaria y los piojos, respectivamente. Y como si no fuera suficiente, en la lista reciente de alertas de salud, también entran la hepatitis aguda, más fulminante que nunca, y la viruela símica.  

Nuestra biosfera continúa siendo violada por varios factores, que incluyen la alteración del medio ambiente, la mala disposición de desechos y la falta de agua.

Además, en lo referente a infecciones, nos afecta, el desorden en el uso de agentes antimicrobianos que bajan la cantidad de aquellos que son protectores y aumentan los más tóxicos.

La biosfera, para los aficionados a la geología, es la capa constituida por agua, tierra y aire, en la cual se desarrollan los seres vivos; y el conjunto que conforman con el medio que los rodea.

Globalmente, esta biosfera se constituye en variados escenarios locales, llamados “ecosistemas” los cuales se distinguen por mantener el equilibrio de nuestra salud ambiental.

Dentro de ese marco, está la llamada microbiota, que se refiere a todos los microbios que pululan en el mundo que, para efectos de salud, podemos catalogar como “vecinos del lugar” (comensales inocuos) o patógenos (productores de enfermedades).

La biosfera es un santuario natural en que hay un delicado equilibrio que mantiene a los patógenos al margen de hacernos daño, con base a la presencia protectora de cepas benignas que le hacen contrapeso a los patógenos. Cuando ese equilibrio ecológico es violado, empiezan a sobrecrecer organismos más tóxicos para el ser humano.

 En salud pública, un principio básico de la práctica médica es el uso juicioso y comedido de los antibióticos. Sabemos que el consumo indiscriminado de antibióticos genera la temida “resistencia bacteriana” que ahora nos agobia con el ejemplo en el alza de la shigelosis.  

Hay que entender que los antibióticos sencillamente no le pegan a los virus y esa distribución no justificada de hasta hace pocos meses, efectiva solo para calmar ánimos, contribuye a la razón por la cual veremos aparecer variedades de bacterias rebeldes que harán caso omiso de los antibióticos.

Tenemos, pues, que afilar la vigilancia epidemiológica, no descuidar el lavado de manos y garantizar el abastecimiento de agua potable en lugares de difícil acceso.

Ojalá y estas nuevas infecciones no sean augurio de que, al ritmo que vamos, nuestro mundo pronto se va a convertir en el verdadero planeta de los simios, ¡con todo y piojos!

Este artículo salió publicado de manera original el 12 de junio del 2022 en la sección Opinión del diario La Prensa de Panamá