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Lic. Lola López

Estamos acostumbrados a ciertos hábitos y rutinas, y todo aquello que necesitamos interpretar de nuevo para conseguir adaptarnos, es decir, cualquier cambio que suponga un plus de estrés, necesita de un esfuerzo añadido por nuestra parte para poder acomodarnos a la situación.

Nos ayuda mucho el instinto y la intuición cuando algo desfavorable para nosotros se va a producir inminentemente. El ser capaces de anticiparlo  nos ahorra tiempo y a veces, sufrimiento. Cuando nos han pasado cosas parecidas en el pasado, detectamos los problemas que se avecinan más fácilmente.

En un primer momento de impacto, aunque este haya sido esperado durante algún tiempo, tratamos en forma automática de darnos cuenta de la situación global y sentir lo que está pasando. No basta con reconocerlo cognitivamente, sino sentir la incomodidad o el daño. 

Es importante reconocer el estrés  a todos los niveles (cognitivo, físico y emocional), y aceptarlo, para evaluar y después afrontar, tal y como lo cuento en mi libro: GuíaBurros: Aprender a gestionar el estrés.

La interpretación subjetiva que nosotros demos a una determinada adversidad o contratiempo es definitiva a la hora de enfrentarla o resolverla. Hay personas que genéticamente están predispuestas a ser más positivas, y también los hay que son menos optimistas.

Por eso se dice que la personas que tienden a ver la botella medio llena, tienen ya algo ganado a priori por ser más resilientes, pues estas personas al contrario que los pesimistas, no incrementarán con pensamientos negativos el estrés o el infortunio.

Partiendo de lo que ya poseemos de forma genética y de las experiencias de vida que llevemos acumuladas, en un paso siguiente nos preguntamos cómo podemos nosotros resolver la situación.

No se trata de lanzarse sin más a la acción descontroladamente, sino reconocer nuestro papel dentro de esa situación, ver qué limitaciones y recursos sentimos que tenemos en esos momentos. Es por eso que el autoconocimiento juega un papel importante.

El miedo en estos momentos juega un papel decisivo. Veremos más riesgo a no superar la adversidad, o de que se tambalee nuestra seguridad, cuando más temerosos nos sintamos y menos capaces nos creamos de llevar nosotros las riendas, pues la sensación de control es decisiva para resolver el conflicto que nos amenaza.

Cuando nos llega la adversidad, el conflicto, o pasamos por un trauma, desplegamos muchos mecanismos psicológicos para hacerles frente y sufrir lo menos posible. Esto forma parte de nuestra defensa mental ante el estrés.

De forma automática e inconsciente, se producen ciertas conductas que tratan de protegernos en un primer momento de las adversidades y que nos hacen sentirnos más seguros, al menos provisionalmente.

Son lo que llamamos “Mecanismos de Defensa Psicológicos”, como la represión, la negación o la racionalización.

Dependerá de nuestra personalidad el que usemos unos u otros.  Por eso a veces, tratamos de disfrazar la realidad, la ignoramos o la negamos, huimos, o tratamos de buscar explicaciones racionales y lógicas que nos hagan entender mejor todo a nivel cognitivo, para disminuir la incertidumbre que nos trae el estrés, lo que por otro lado, a veces nos hace entrar en un bucle rumiativo del problema.

Esto se da especialmente cuando el impacto en nuestra vida es muy grande y amenaza no solo nuestra seguridad, sino nuestra esencia, o cuando promete hacernos sufrir lo indecible.

Nos sentimos más vulnerables cuanto más inseguros somos, o cuanto más inseguros estamos de determinados aspectos o parcelas  importantes en nuestra vida, como el trabajo, o las relaciones personales, el área afectiva…

Ante situaciones prolongadas de infortunio, que se escapan totalmente de nuestro control, el pensar inconscientemente “aquí no pasa nada”, y mirar para otro lado, puede servir en un principio, pero después, en vez de defendernos, nos hace hundirnos más, al no permitirnos buscar soluciones, sino adoptar una actitud más pasiva que no nos permite defendernos práctica y efectivamente.

Otra de las cosas que hacemos ante el estrés y ante situaciones difíciles, es lo que llamamos “hacerse el muerto”.

Tratar de este modo de que pase la tormenta pretendiendo no ser vistos, para que no nos afecte. Este comportamiento es similar al del animal cazado que se tira en el suelo para intentar salir corriendo de su depredador en cuanto este se descuide.

La seguridad de algunas personas, además de negar la realidad, reside precisamente en no hacerse notar para no ser dañadas.

Curiosamente, ante desastres como incendios, naufragios, terremotos…, nos protegemos muchas veces comportándonos heroicamente para ayudar a otros. Esto nos libra en cierto modo de pensar en nuestra propia desgracia y nos reconforta al creer que estamos ayudando.

El compartir la experiencia traumatizante con otras personas y hablarlo, incluso exagerando la crueldad y magnitud del infortunio, nos ayuda sobremanera a sobrevolar los problemas.

El desahogo personal con otros, y la sensación de no sentirse solos, es fundamental cuando tenemos una desgracia, es entonces cuando el prójimo se nos hace aún más importante y necesario para nuestra supervivencia, nos volvemos más humanos y prosociales.

Ante los contratiempos, crisis y catástrofes, nos ayuda mucho el tener sentido del humor, el ser capaces de sacar la parte cómica del problema y reírnos incluso de nosotros mismos.

Es un ejercicio muy sano reír y hacer reír. Cuando nos reímos estimulamos nuestro lóbulo frontal izquierdo y nos hacemos más positivos y optimistas. Restamos carga negativa al problema, desdramatizamos y relativizamos, lo cual es muy saludable.

Ayuda bastante a nuestra supervivencia, la capacidad innata que tenemos, una vez “capeado el temporal”, de olvidar las cosas malas y recordar solo las buenas.

De forma inconsciente descargamos de nuestra mente aquellas cosas que no nos dejan avanzar. Aunque esto puede tardar en llegar, nos acordamos más de los momentos buenos que de las desgracias.

La mente se nos vacía de contenidos pues no podemos recordarlo todo, y solemos centrarnos más en los impactos emocionales positivos, que si en su momento han tenido además una fuerte carga emocional, nos beneficiarán indudablemente en nuestro futuro.

Lic. Lola López

La autora es Licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid.  Especialidad empresa. Profesora de Mindfulness (MBSR) para la Reducción del estrés por la Universidad de Brown. Titulada en Mindfulness Mind-Body Medicine (CFM) por la Universidad de Massachusetts. Máster en Recursos Humanos por el Instituto de Empresa B.S (IE). Especialista en técnicas psicotécnicas y de Psicodiagnóstico (Rorschach). Hospital Provincial de Madrid Diplomada en Psicología Positiva, e Inteligencia Emocional.(IEPP y COP). Diplomada en Psicología de las Organizaciones (UCM). Socia directora M-Empresas. Psicólogos empresariales. Psicóloga-directora de Psicologia y Mindfulness Madrid. Psicóloga y responsable de selección en Instituto de Empresa Business School (IE). 25 años. Consultora de formación para empresas. Conferenciante. Escritora: Autora de tres libros de psicología en el mercado: Aprende a gestionar el estrés. Mindfulness para empresas. La excelencia empieza en ti. Y Mindfulness. Programa de reducción del estrés.