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Por Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional

Editorial

Invité a un centenar de autores a recordar, en un texto breve, alguna palabra perdida, olvidada o en desuso.

El resultado ha sido una especie de diccionario cargado de nostalgias, anécdotas de origen familiar, relatos de lo que las palabras evocan.

Algunos colaboradores escogieron escribir comentarios etimológicos, reflexiones morales o del modo cómo interactuamos con las palabras.

El conjunto, me parece, ofrece una lectura inolvidable.  En varios de los textos que ocupan las tres últimas páginas del dossier -donde agrupé los textos que no responden a la lógica del diccionario- hay varias listas de palabras: nos sugieren que las mencionadas en esta entrega son una mínima muestra de las que podrían recolectarse.

El diccionario va de las páginas 2 a la 10: Aguado (Aymara Arreaza), Aguamanil (Beatriz Alicia García), Alarife (Luis Fernando Castillo Herrera), Alcuza (María Pilar Puig), Algarabía (Corina Lipavski), Aljibe (Milagros Mata Gil), Amable (Héctor Aníbal Caldera), Amanecer (Ricardo Ramírez Requena), Angurria (Luis Barrera Linares), Aporrear (David Delgado Valery), Aposta (Carolina Lozada), Arcadia (Betina Barrios Ayala), Arrecochinarse (Raquel Abend van Dalen), Ayuntar (Sonia Chocrón), Bachaco (Leroy Gutiérrez), Brejetera (Camila Ríos Armas), Bululú (Luis Mancipe), Cachifo (Edilio Peña), Carcamal (Ricardo Bello), Cartearse (Luz Marina Rivas), Casete (Katherine Chacón), Cátedra (Silda Codorliani), Cónfiro (Manuel Gerardo Sánchez), Conticinio (Geraldine Gutiérrez-Wienken), Correveidile (Diego Maggi Wulff), Cucurucho (Claudia Sierich), Cuescos (Vicente Ulive-Schnell), Cumbre (Blanca Strepponi), Dechado (Maruja Dagnino), Demoníaco (Jhonaski Rivera), Desalmado (Juan Carlos Santaella), El mío (Miguel Chillida), Entrépito (José Pulido), Escafandra (Daniela Jaimes Borges), Escuro (Adhel Koudheir), Estudio (Rosbelis Rodríguez), Estundaque (Zakarías Zafra), Faltriquera (Gloria Bastidas), Faramallera (Aglaia Berlutti), Finado (Xenia Guerra), Fo (Gustavo Valle), Frasquitera (Helena Arellano Mayz), Fundamentosa (Keila Vall), Garabato (Humberto Valdivieso), Garúa (Laura Linares), Gay (Rowena Hill), Gracias (Alberto Asprino), Guachapear (Elisabetta Balasso), Guanábana (Liliana Lara), Guarimba (Óscar Lucien), Guayabo (Gerardo Vivas Pineda), Jerigonza (Edgar Cherubini Lecuna), Jofaina (Milagros Mata Gil), Justicia (José Tomás Angola Heredia), Lochas (Alfonso Tusa), Mangazo (Lena Yau), Marinear (Aura Marina Boadas), Meldar (Sonia Chocrón), Minutero (Johanna Pérez Daza), Múcura (Gregory Zambrano), Naiboa (Diosce Martínez), Necio (Carmen Cristina Wolf), Nefelibata (María Angélica Barreto), Ojeriza lineal (Roberto Echeto), Pandorga (Florencio Quintero), Paráclito (Juan Salvador Pérez), Prosista (Carlos Zerpa), Prosisto (Alberto Hernández), Prosternarse (Loredana Volpe), Proteiforme (Luigi Scianmanna), Providencia (María Antonieta Flores), Puchungo (Hancer González), Puyas (Georgina Ramírez), Rascabuchar (Michelle Roche Rodríguez), Rastacuero (Luis Lauriño), Reconfortativo (Pancho Crespo Quintero), Sádico (Maite Espinasa), Sambumbia (Eritza Liendo), Siquisique (Isidoro Saturno), Solariega (Sara Maneiro), Tequichazo (Karen Lentini), Vinilos (Mario Morenza), Zarandajo (José Antonio Parra) y Zoquete (Mariano Nava).

Como contexto de todo lo anterior, en la página 1 y parte de la 2, Thays Adrián Segovia escribe De permanencias, mudanzas y olvidos. Algunas reflexiones en torno a las palabras, un jugoso recorrido por algunas de las teorizaciones que se han hecho sobre el fenómeno de las palabras que vamos dejando atrás. Adrián Segovia arranca así: “La lengua es un sistema dinámico, hecho que se evidencia, muy especialmente, en el subsistema léxico semántico, el más aprehensible y el que ostenta mayor movilidad; espacio de transformaciones, sustituciones, desgastes y extravíos. Cambios, reemplazos y desaparición de vocablos ocurren porque los propicia la dinámica social, y esto sucede en forma no planificada, como lo explica la lingüística catastrofista.

En los tiempos que corren, las RR.SS., internet y los avances científicos y tecnológicos se suman a las motivaciones sociales y culturales como factores generadores, sin previo aviso, de voces nuevas y de otras que desplazan a sus antecesoras. Labov (1972), prestigioso sociolingüista estadounidense, se ha referido a la impredictibilidad de los cambios.

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No obstante, expresa que la variación a largo plazo es más común que estos. Asimismo, destaca que los comienzos y finales de los cambios son, muchas veces, difíciles de entender. Por eso estudiarlos resulta una tarea compleja”.

Saltemos entonces a las páginas 11, 12 y 13. El texto de Faitha Nahmens se titula Una palabra se va, cuántas se han ido: “Como si no tuvieran peso, como si fueran ingrávidas, según el refrán, se las lleva el viento. Pero acaso es más bien el olvido, ese baúl donde son arrumadas, lo que erosiona su integridad. Es que tienen, a la vez que son, tiempo. El verbo fue lo primero, sentencia la Biblia, y además se hizo carne: es el origen, pues, y uno con las cosas. Rafael Cadenas lo entiende así cuando sentencia que no existe nada si no es nombrado. Que suceda la desmemoria vuelve desdentada la historia; cuando un objeto se queda sin la palabra que le da vida. No todas, claro, tienen ese destino”.

Santos López, por su parte, comparte un poema, La palabra perdida, que, en realidad, es un fragmento de El libro de la tribu:

Mi palabra es la tribu que ahora habito y descubro para tocar el poema,

la fuerza para alcanzar la magia.

Hacer nuestro lenguaje equivale a dominar palabras

más poderosas todavía, disponer de una magia más fuerte.

En Palabras: entre pérdidas y olvidos, escribe Johanna Pérez Daza: “Así como salen del diccionario algunas palabras, otras se incorporan y unas más se ajustan o revisan, mostrándonos un sistema vivo, en movimiento.

Si entre 1914 y 2014 se desincorporaron 2793 palabras, tan solo en 2020 ingresaron al diccionario de la Real Academia Española (RAE) 2557 términos. Obviamente, muchos de estos se corresponden al contexto y momento actual, por lo que resaltan algunos como: “desconfinamiento” o “cuarentenar” en el marco de la pandemia Covid-19”.

Alberto Hernández, por su parte, dice: “Las palabras enviudan, casi todas. Las palabras se hacen las mudas, a veces. Las palabras mueren, muchas, muchísimas. Las palabras agonizan, también. Y hay otras que regresan de la muerte, revestidas con una fuerza hasta criminal. Inusitadamente criminal. Hay palabras que matan luego de emerger del sepulcro”. Su texto lleva un título incitador: Palabras viudas, mudas, muertas, moribundas y resucitadas.

En la página de cierre, una crónica de talante familiar, de Lorena González Inneco. Incluye una larga lista de palabras que hubiésemos podido sumar al diccionario: “Al iniciar la curiosa tarea de pensar en palabras perdidas, debo confesar que me sentí inquieta y turbada. Intentaba dar con alguna palabra precisa, pero me parecía que casi todas aquellas en las que reparaba, pues estaban en uso aún o por lo menos, yo las usaba.

De pronto una sola vino a mi mente como un bombazo, recordé que era usada con frecuencia por mi mamá y que siempre me produjo mucha risa. Es: “Chamuchinero”. En ocasiones mi madre se expresaba despectivamente con este término, cuando la llevaban a algún lugar que no le gustaba o había mucha gente, lo cual no le permitía tener un encuentro más directo con el espacio o el disfrute de ese sitio en especial”.

En la misma página hemos incluido un breve texto de Alejandro Sebastiani VerlezzaEl diálogo que antecede el poema, del que extraigo esta frase: “Dime, ¿hay muchas palabras dentro de mí?”.

Que lo disfruten, amigos lectores. Que esto está cumbre, como recordó Blanca Strepponi, o cátedra, como hizo Silda Codorliani.

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