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Después de una dura semana de trabajo, nada mejor que arrancar el fin de semana con el “viernes cultural”, esa reunión de amigos en las esquinas del barrio presagiando ya el descanso y la fiesta. Esta sección pretende hacer eso, arrancar nuestro fin de semana desde esta esquina virtual con cuentos y poemas de autores panameños para que los conozcan y los disfruten. Así que, ¡feliz fin de semana!, con sabor a literatura panameña de la buena.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural [email protected]
Diseño: Carlos García Ponte

En Querétaro, un saxofón

Gerardo Bósquez Iglesias

Gerardo Bósquez Iglesias (Panamá, 1974), es una de las voces más recientes dentro del panorama literario panameño. Sus libros “Cosas que caen” y “Postulados contradictorios”, ambos de 2019, muestran una solvencia y madurez narrativa que viene a confirmar el buen estado del género en Panamá. Estamos ante una obra que no debemos perder de vista.

“Y yo sola con mis voces,

y tú tanto estás del otro lado que te confundo conmigo.”

Alejandra Pizarnik

Irasema tenía la papelera colmada de noches inconclusas. A poca luz tocaba el saxofón para no perder la práctica y en busca de inspiración o consuelo. Un consuelo que le parecía difícil de encontrar en aquellas personas que aconsejan vivir la vida de la mejor manera sin dar más instrucciones que una sonrisa. Ella mantenía sus dudas. De cualquier forma, su interés era interpretar una melodía feliz, a sabiendas de que antes de llegar allá tendría que encontrar un principio.

Frente a la ventana revivía esa esperanza con esmero. Un rostro, una frase, unas manos. A veces se detenía en detalles como la forma de los zapatos o el tono de voz. ¿Y el nombre? Ese tal vez importaba poco después de que fuera con f, después de que terminara con o, después de que fuese Francisco.

Le parece un nombre repetido, también le suena a notas musicales, a fa y a si y a do, tiene cadencia. Se le ocurre que las palabras deberían cantarse para que la vida entera fuese una zarzuela.

Ya tenía el nombre, también un rostro, y unas ganas. ¿Cuál de todas las ganas? De cambiar de color de lápiz labial, teñirse el cabello y el largo de la falda. No hay nada peor que parecer mujer casada y no serlo. ¿De enamorarse? No. Esa frase le parecía tonta. ¿Ser menos triste? Eso se le acercaba más.

La tristeza es una parte del viaje no un destino. Fue su estado de whatsapp y lo cambio por evitar tener que responder nada a todos los ¿qué te sucede? que le escribieron una mañana.

Dejó a un lado el saxo y se fue a la cama. Otra noche más que se acumula en la papelera. Cepillarse, agua, celular, almohada, repite. Vueltas. Enciende el televisor para no escucharse. Se acerca la madruga-da y debe dormir, el viaje será largo. La habitación es amplia y solitaria, guarda la misma simetría con su casa. ¿Francisco? Observa ese rostro que puede ser cualquiera y a la vez no es ninguno. O tal vez sí lo fue, en ese karaoke, un año atrás…

—¿Dónde aprendiste a cantar? —la reciben con aplausos en la mesa.

—Soy soprano de agua y jabón por las mañanas —le respondió Irasema con una sonrisa en la sostenido— Tu voz es cálida, también me gustó escucharte.

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—La próxima la cantaré para ti.

Irasema no supo qué más responder. La insinuación le ahuyentó la sonrisa sostenida. No intercambiaron números de teléfono ni tarjetas de presentación. En la música o en el tequila había una extraña alegría a la cual no quería acostumbrarse. Se quedaron en la misma mesa junto a otras personas hasta esa noche desconocidas, partes del mismo intento de integración laboral.

Al día siguiente se levantó mareada. Dolor de cabeza, ardor en el estómago y ese rostro dando vueltas. Aun así, no llegó tarde y encontró un lugar esperándola en la primera fila. Cuando la vida te dedica un concierto, todo te sale de maravilla. Solo faltaba encontrárselo otra vez, y así fue.

Lo reconoció a lo lejos. Callado y distinto. ¿Será él? Sacó el celular para repasar su maquillaje, cada hebra dorada en su lugar. ¿Cómo despejar la duda? ¡Irasema enfócate! Trató de atender lo que se proyectaba en la pantalla; las gráficas, los porcentajes, proyecciones. A ratos se refugiaba en el hastío de lo nada-nuevo. Comenzó a dibujar cerros con nubes, árboles de colores y gaviotas sin alas en el manual. Todos somos una gran familia, nos sentimos orgullosos, nuestro futuro está en sus manos… decía el facilitador declamando como un reverendo. Irasema abrió su palma para ver algo de su futuro. No encontró más que su pasado.

Durante el almuerzo, mientras avanzaba con la bandeja en la fila del bufet le hablaron por la espalda.

—¿Vas al karaoke esta noche?

—¡Qué susto!, aun no sé. Mi vuelo sale mañana temprano (en realidad quiso responder por supuesto que voy).

—Recuerda que me gustaría cantar para ti (ese momento incómodo de sonrisas y rubor en el rostro pálido).

Se acompañaron durante el almuerzo cumpliendo con el cuestionario convencional. Mucho gusto, es la primera vez que… si, cuantas veces has… a mí me gusta… soy nueva en la empresa… y cosas aquí y otras allá, que soy de Panamá y me gusta el mar…

—¿Ya conoces Querétaro? Irasema toma un sorbo de agua para sumergir una respuesta insensata y la cambia por otra.

—No he tenido la oportunidad, primera vez que vengo, y no acostumbro a salir sola.

Francisco le lanza una mirada de ojos asfixiados y mientras mastica con rapidez para tragar los trozos de filete levanta su mano señalando el ventanal y la vista a la ciudad antes de hablar.

—Es una pena, aquí no hay nada que temer, si gustas, te llevo al centro después de la clausura para que conozcas. Los atardeceres son bellísimos.

Duda, miedo, cobardía, qué estúpida soy, todo pasa por su mente a la vez y responde:

—No creo, debo terminar unas cosas si quiero ir al brindis de cierre.

—Entiendo, quizás la próxima. Igual te veré luego. ¿Cierto?

Lo miró con detenimiento sin lamentarse de no haber aceptado. Sin preguntarse si había hecho lo correcto, sin pensar en la posibilidad de que podría haber sido otra cosa y tampoco importaba si al final mañana partía en el primer vuelo. Se levantó y mientras se despedía quiso expresarle algo, cambiar de opinión, alabar su voz de barítono orgulloso. Tomó aire y nada. Mantuvo el silencio de corchea y regresó a su asiento en primera fila.

La tarde inocente se limitaba a moverse y a empujar los cirrus detrás de la cordillera, a permitir que se completara el cierre del evento, la entrega de pergaminos, abrazos, aplausos, selfis, intercambio de direcciones y Francisco…

—Te animas, todavía es temprano. Puedo mostrarte el Centro.

Que no salgas sola le escribió su madre, diviértete le escribió una amiga, ten cuidado otra le escribe. ¿Y ella qué responde esta vez?

—Sí, vamos. No sé cuándo regrese. En el camino le contó historias del acueducto y del Centro Colonial. Caminaron por calles estrechas colmadas de colores, fachadas terracota, amarillo antiguo, rosa pálido, puertas y ventanas de marcos blancos, la brisa templada le parecía agradable. En cada esquina una iglesia, un sabor, una sorpresa. Algunas fotos, ninguna juntos.

—Podría vivir aquí. Me encanta —le dice Irasema tomándolo del brazo mientras caminaban frente a una pared florida en la calle de las Buganvillas.

—Yo podría cantarte, toda la vida.

A ella se le ocurrieron canciones, lamentó no tener el saxofón para dedicarle un solo, formar un dueto, interpretar su última partitura.

Cenaron juntos cerca de la Plaza de Armas. Cilantro, guacamole, tequila y miradas, tal vez caricias, tal vez insinuaciones. ¿Era este un principio? Eso imaginó mientras regresaban al hotel.

—Te veo luego, en el brindis de cierre. Quiero cantar para ti —le escuchó decir al despedirse.

La velada fue entretenida, noche de cantos y máscaras, conversaciones en el aire, jazz, salsa, corridos. Irasema cantó como Ana Gabriel. Aplausos. Otros también cantaron, subieron y bajaron del escenario y sin planearlo se encontró en medio de un coro de voces disonantes.

La noche se fue embriagando, se fue empequeñeciendo hasta romperse, ansiosa, desilusionada porque Francisco nunca apareció.

Son las tres de la mañana. Irasema sale de la cama y toma el saxofón. Se le ha ocurrido una melodía. Comienza a componer, dibuja en su libreta las notas. En unas horas debe estar en el aeropuerto para tomar su vuelo con escala hasta Querétaro. Regresa a la convención anual, pero antes le toca a ese fantasma que nunca conoció, a ese rostro que nunca la acompañó al Centro, a esa voz de barítono que nunca escuchó, a otro Francisco que esté dispuesto a formar un dueto, y que le cante una canción.


Coordinador del Viernes Cultural:
Pedro Crenes Castro

[email protected]
(Panamá, 1972), es escritor. Es columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.
https://senderosretorcidos.blogspot.com/