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Foto | Verónica Nuno en Pixabay

Por: Dra. Marta Illueca

La Dra. Marta Illueca es médica pediatra e investigadora científica

De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), la esperanza de vida al nacer se define como el “número promedio de años que se espera podría vivir un recién nacido,  si en el transcurso de toda su vida estuviera expuesto a las tasas de mortalidad específicas por edad y por sexo imperantes al momento de su nacimiento”.

Si traducimos esto en “buen español”, esa esperanza de vida se refiere al promedio estimado de años de vida que puede tener un ser humano el dia de hoy al nacer. Este importante parámetro de salud refleja las condiciones de vida y de salud de una población.

La esperanza de vida al nacer representa un balance entre las tasas de mortalidad según sus causas. Para lograr un incremento en las expectativas de vida, se necesita una baja en dichas tasas de mortalidad y viceversa.  Pienso que es de gran interés, ubicarnos en el panorama mundial de las expectativas de vida para el futuro de los miembros de su familia aun por nacer.

Si le damos un vistazo a las estadísticas provistas por el Banco Mundial, nos ilustran que en el año 2020, justo cuando empezaba el azote de la COVID -19, la esperanza de vida al nacer estaba en un promedio de 73 años globalmente, un aumento desde 1960 cuando la humanidad tenía expectativas de vivir unos 53 años.

Lo preocupante, es que el logro de los avances científicos y socioculturales de las últimas décadas en extender nuestra longevidad ha sido coartado por la pandemia del COVID-19.

En Panamá, la data del Banco Mundial, estimo una esperanza de vida para el 2020 de 77.2 años. Al compararse con las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística y Censo de la Contraloría General de la República, se había detectado un aumento en la ultima década hasta los 78.68 años. Estas cifras son más altas para las mujeres panameñas a quienes se les estima una esperanza de vida de 82 años, pero no todo es color de rosa.

Esta semana, el importante diario The New York Times, da una voz de alarma por lo que designa como una “caída estruendosa” en la esperanza de vida al nacer. En un análisis del National Center for Health Statistics (NCHS, por sus siglas en inglés), la causa más impactante de la  baja en la esperanza de vida entre el 2020-2021 se debió a la COVID-19.

El SARS-CoV-2, por si solo, suple el 50% de la contribución hacia el declive negativo de la esperanza de vida al nacer. En mucho menor grado, se puntualizan otras causas como accidentes (15.9%), enfermedades del corazón (4.1 %), cirrosis del hígado (3%) y suicidios (2.1%).

Es notable señalar también que la esperanza de vida se hubiera encogido mucho mas si no fuera por el mejor control de la mortalidad por otras afecciones respiratorias como la influenza y la neumonía.

La observación clave de hoy es reflexionar sobre lo que conlleva una pérdida de uno, dos o tres años de expectativa de vida. De acuerdo con las estadísticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), nos ha tomado 17 años (del 2000 al 2017) alcanzar un nivel de esperanza de vida que fue en aumento en la América Latina hasta alcanzar los 74.5 años de edad en 2017.


Mas recientemente, un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y de las Naciones Unidas, nos indica que América Latina y el Caribe perdió casi 3 años de esperanza de vida al nacer entre 2019 y 2021 a consecuencia del COVID-19,  pasando de 75 años en 2019 a 72 años en 2021. Esto indica que somos la región del mundo que perdió más años en la esperanza de vida debido a la pandemia.

La COVID-19 nos ha despojado de importantes componentes de nuestra vida social, emocional y cultural.

El hecho de que también se resten años de vida a los futuros recién nacidos es un agravio existencial de las más altas dimensiones. Hay que regocijarse discretamente de los avances de la ciencia y de las vacunas, pero no debemos olvidar el gran precio que hemos pagado como víctimas de esta pandemia.

Nuestras futuras generaciones han perdido un promedio de un par de años de vida futura que podrían haber contribuido al crecimiento demográfico y cultural de nuestro mundo.

Debemos enfrentar esta realidad con humildad y creatividad, apoyando la vacunacion y las medidas preventivas contra la COVID-19 y otras infecciones. Y por último, debemos reconocer nuestra vulnerabilidad individual y colectiva ante esta pandemia. Hemos logrado un sinnumero de avances científicos y de salud pública. Pero ahora, parte de la reconstrucción de la sociedad, implica reconstruir nuestras expectativas de vida, no solo en salud, sino en cultura, en sociedad y en ciudadanía global.

Por: Dra. Marta Illueca
Este artículo fue publicado de manera original el 4 de septiembre del 2022 en la sección Opinión del diario La Prensa de Panamá