fbpx

Por: Hisvet Fernández

Hisvet Fernández es psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 
@psicosexualhisvetf 
 [email protected]
@psicohisvetfernandez

En todas las relaciones humanas se establecen vínculos entre las personas. Vínculos que pueden ser muy fuertes y no tanto. Dependerá del tipo de relación de la que estemos hablando y de las necesidades que esta relación pueda satisfacer en cada participante. Un tipo de vínculo en las relaciones es el que conocemos como apego, lo que es igual a una relación afectiva caracterizada por mucha intimidad, muy profunda e importante que podemos establecer las personas.  

En el vínculo entre las personas, sea este muy fuerte o débil, debe haber un sentido de reciprocidad. Nos estamos refiriendo a todas las relaciones humanas, sean estas filiales, de pareja, de amistad, de grupo, de compromiso, laborales…

Sin embargo esta reciprocidad tienes sus obstáculos, tanto en las diferentes identidades sexuales que construimos, a los roles asignados a las personas según su sexo-género y a los diversos valores y creencias que vamos asumiendo, como nuestras, en la medida que crecemos, formando parte de una sociedad en una época determinada.

La primera relación que establecemos las personas es la relación con nuestra madre o quien con juegue ese rol, desde nuestro nacimiento, ya que permanecemos, en el caso de hijas/os biológicos, nueve meses dentro del cuerpo de la madre, escuchando incluso sus latidos, para luego seguir pegados a su piel y en sus brazos durante el amamantamiento (incluso con biberón) y en ese tiempo mientras vamos alcanzando nuestra independencia, para andar y llegar a la autonomía.

Es un proceso relativamente largo en los seres humanos, lo que determina y marca en mucho el tipo de vínculo que estableceremos con la madre y que luego será nuestra brújula en otras relaciones humanas.

Este vínculo significa que aparece entre ambas personas, madre e hija/o, una unión afectiva que se muestra de múltiples modos y expresa la unión entre ambas personas. Vínculo que detona emociones, y generará en cada quien una reacción que, en su esencia, está en un continuo que va, desde la aceptación hasta el rechazo, incluyendo la indiferencia.

La vinculación debe ser transaccional, es decir, se debe sostener en un intercambio de afectos: te doy para recibir lo mismo.

Ambas personas, del par de que se trate, deben satisfacer afectivamente las necesidades de la otra persona y la otra persona las de esta.

Aunque no se establezca un pacto expreso, este estará implícito y fuertemente sentido en todas las relaciones, incluida la maternal. Una vinculación emocional sana, va a dar cuenta de las desigualdades en este terreno.

La identidad femenina, de las mujeres, basada en el cuidado de los otros y su entrega como un “ser para otros”, de manera incondicional, pesa en la poca o ninguna disposición a intercambiar, con reciprocidad, afectos con las y los hijos, desde el nacimiento. Las madres estimuladas por el concepto de maternidad como destino, suelen entregarse a amarles, cuidarles y protegerles sin pedir nada a cambio y sin educar en la reciprocidad afectiva. Condición necesaria para el establecimiento de todas las relaciones venideras con vinculaciones sanas.

Las mujeres, con la maternidad como eje de la identidad femenina, tratarán de estar disponibles para su hija/o y así satisfacer sus necesidades. Estableciendo relaciones donde las y los hijos reciben y no se les educa para dar sino para recibir, sin condición. Pero el vínculo sano afectivo conlleva aprender a dar y recibir, por lo que hay que educarles en la capacidad de dar afecto para recibirlo a cambio. Las mujeres debemos aprender a recibir afecto en la transacción afectiva reciproca, del vínculo materno sano.

El vínculo seguro no es solo proteger: amar es un acto humano donde cada quien es capaz de entregar y dar su amor y su afecto. Las personas deben aprender a dar y a recibir en ambos sentidos en las relaciones humanas. La reciprocidad es la base de una afectividad sana, basada en la responsabilidad afectiva.

Por: Hisvet Fernandez