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Por: Hisvet Fernández

Hisvet Fernández es psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 
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@psicohisvetfernandez

La resiliencia tiene rostro de mujer. Esa capacidad para hacer frente a las adversidades, aprender de ellas, superarlas y conseguir un beneficio o cambio para mejorar, caracteriza a las mujeres y es la definición de resiliencia.

Así lo plantea Karen Legrand, del Programa de Educación de las niñas, adolescentes y mujeres jóvenes indígenas de Guatemala. Ella define la resiliencia como “la capacidad de las personas de responder favorablemente ante eventos de riesgo, permitiéndoles construir una vida significativa. Ser resiliente significa crecer ante la adversidad”

En particular esta situación la experimentan las mujeres latinoamericanas, quienes viven cotidianamente enfrentando retos y desafíos de una crisis prolongada en la historia, que conlleva condiciones de adversidad relacionadas con la desigualdad, injusticia, inseguridad, la precariedad de servicios incluyendo la salud, salarios bajos, trabajos del cuidado y las violencias contra las mujeres en todas sus expresiones y formas. En resumidas cuentas, enfrentando la vida en medio de la pobreza y la adversidad.

Las mujeres han vivido la desigualdad de género milenariamente y sus formas de expresión han sido naturalizadas y generalizadas.

Las mujeres no han tenido voz propia, su trabajo no ha sido valorizado, y son desvalorizadas en el ámbito privado de la familia y en el ámbito público de la sociedad mundial.

Esta realidad ha colocado a las mujeres en situaciones de desventaja ya que al tener menos posibilidad de acceder a trabajos remunerados, se les ha condenado, como algo “natural” a los trabajaos de cuidados sin reconocerlos como trabajo. Esta realidad limita la posibilidad de autonomía económica y crea dependencias en todas las áreas, no solo en lo económico, sino también en lo social y lo emocional.

En ningún país existe igualdad económica entre hombres y mujeres y eso condena a las mujeres a vivir en la pobreza en mayor porcentaje que los hombres. La brecha salarial entre hombres y mujeres es del 24%, el 75% de las mujeres en el mundo dependiente trabajan sin contrato laboral.  

Según estadísticas de Oxfam se estima que 600 millones de mujeres, en el mundo, trabajan en empleos muy inseguros. Las mujeres asumen entre dos y diez veces más trabajo de cuidados no remunerado que los hombres; tareas del hogar y el cuidado de los niños y niñas.

Trabajan más horas al día que los hombres al sumar el trabajo remunerado y no remunerado; lo que resulta en jornadas muy largas e ininterrumpidas.

Casi la mitad de la humanidad –3.400 millones de personas – vive con menos de 5,50 dólares al día y 100 millones de personas, se suman a la pobreza, en todo el mundo. De estas la mayoría son mujeres.

Esta realidad objetiva y material en la que viven las mujeres las ha obligado a desarrollar mayor capacidad de resiliencia ya que es una manera de sobrevivir y sortear su realidad.

Las mujeres desarrollan unas capacidades para superar obstáculos y sortear la adversidad que les obliga a tener mayor resiliencia, aunque esta resiliencia sigue estando en función de los “otros” y en la importancia que se autoasignan a sí mismas para proteger y sostener a los otros.

Las mujeres se cuidan más a sí mismas cuando se piensan y ubican como necesarias para los otros, otros que las necesitan y a quienes ellas gustosamente dedican sus vidas, sin condiciones.

Por eso pueden sobreponerse a las dificultades y sonreírle a la vida aun en las peores condiciones de existencia, en las que les toque vivir. Posponiendo sus necesidades ante las necesidades de “otros” las mujeres pueden sobreponerse a sus dolores y saber sacar ventaja a sus desventajas.

Por: Hisvet Fernández