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Que la sala virtual agotara sus cupos ante el entusiasmo que provocó la convocatoria a escuchar a la pensadora panameña Ela Urriola, es una demostración de la ferviente necesidad de mirar al mundo con optimismo, porque si en medio de la difícil circunstancia de la pandemia el ser humano es capaz de movilizarse por una palabra poderosa como la ética, al menos no nos matará la indiferencia que es otra peligrosa enfermedad.

La ética para un mundo mejor fue el título de la conferencia a cargo de quien es licenciada en Filosofía e Historia por la Universidad de Panamá, doctora por la Karlová Univerzita, en Praga, República Checa,investigadora de Estética, Bioética y Derechos Humanos.

Docente de la Universidad de Panamá (UP), es también autora de obras literarias y ha sido galardonada con el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró en Poesía por La nieve sobre la arena (2014); con el Premio Nacional de Cuento José María Sánchez por su obra Agujeros negros (2015); el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró por La edad de la rosa (2018), y el Premio Anita Villalaz “Escritora del año” por Valores Perennes (2019).

El evento fue organizado por el Capítulo de Panamá de 500 Científicas, cuya misión “es promover una comunidad científica diversa e inclusiva que ofrece soluciones progresivas a problemas locales y globales basadas en ciencia”.

“La pregunta es aquella herramienta que nos permite avanzar. No podemos imaginar a un científico, al artista o a un filósofo sin capacidad de preguntar acerca del mundo”, observó Ela Urriola para dar razón a su diálogo, que desde el yo y el nosotros, transitó por este intercambio de preguntas y respuestas, expresadas en su voz que también tiene la evocación de lo poético.

Advirtió que tampoco “podríamos conseguir avance en el mundo si nos conformamos con las respuestas”.

De la pregunta a la respuesta, la pensadora invoca un conocimiento que se debe edificar en función de una transformación con principios éticos.

¿Qué es la ética?

“Deriva del griego ethos: Ciencia de la conducta. Ciencia del fin al que debe dirigirse la conducta de los hombres y de los medios para lograr tal fin”. Nicola Abbagnano, Diccionario de Filosofía, citado por la investigadora.

Recuerda que fue Sócrates quien colocó al humano en el centro de la reflexión filosófica.

“Sócrates hizo que la filosofía bajara del cielo a la Tierra, y la dejó morar en las ciudades y la introdujo en las casas, obligando a los seres humanos a pensar en la vida, en las costumbres, en el bien y el mal”. Cicerón.

Confucio, observa, hará lo propio al situar “al humano dentro de esa valoración que era tan importante en la China de entonces”.

Tanto en Oriente como en Occidente, expresa, ocurre ese repensar de manera ética.

“La ética como una disciplina que enseñamos en la Universidad de Panamá nos plantea la necesidad de regresar a ella”, observa.

Reflexiona que de manera probable muchas personas, a lo largo de su experiencia académica, han estudiado un curso de ética.

“Pero la ética ha de rebasar la parte teórica y debe ser pertinente asumirla como una forma de ver el mundo, o una manera de estar en el mundo. Podríamos decir que es un tema recurrente plantear la crisis del humano en relación a los valores”.

Los valores, aclara, no se pueden enseñar como se enseña una materia. No se adquieren por contemplar o por captar de manera pasiva

“No vemos el dos, pero sí su noción”.

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“No podemos educar sino con el ejemplo”.

La respuesta a la pregunta de cómo educar de manera ética, contempla en su visión no solo el ámbito formal, “sino aquello que le antecede: el hogar, las relaciones de respeto, la equidad, la autoestima, la estima y valoración del otro y el respeto como se proyecta en el lenguaje”.

La ética, observó, es aquel espacio que se convierte en ese escenario necesario para que confluyan las distintas formas de estar en el mundo.

En este mundo, y vuelve sobre esas preguntas que bien sabe necesarias en el ejercicio de todo filósofo:

¿Por qué la ética?

¿Por qué el mundo de hoy, aun después de tantos siglos de la reflexión socrática con respecto al humano, tiene carencia de estos vínculos que podrían fortalecer la convivencia?

Otras preguntas se suceden en su discurso:

¿Por qué fallamos?

¿Cuáles intentos han fracasado en la educación para que tengamos necesidad, no solo de recurrir a la ética como si fuera un parche; también que debamos replantearnos el tipo de vida y de mundo que habitamos?

El pensamiento de Hölderlin la lleva a otras certezas: al del humano que posibilita la salvación, la resiliencia y el constructo social. Es quien hace posible, en palabras de Ela Urriola, que el mundo sea un mejor lugar, aun cuando también pueda ir en contra de ese constructo.

¿Qué tipo de mundo es el mundo de hoy? ¿cuál sería el mejor de los mundos posibles?

Su respuesta es recurrente: la ética.

Observa que en este mundo debe existir una conciencia del ámbito “que ocupo y el que ocupamos los demás”.

Deja caer una respuesta, en adelanto a una pregunta posible: El mundo perfecto no existe.

La actual situación de pandemia, reflexiona, nos ha enseñado que un mundo mejor sería aquel que tuviera el conocimiento más accesible para todos y eso involucra inversión en conocimiento científico.

“Un mundo mejor respeta el medio ambiente y aborda el problema de la violencia como prioridad”.

El conocimiento es un dilema. La pensadora, desde su condición de docente, observa que “la situación de inequidad en el mundo, en relación con el conocimiento, hace que ese bienestar no nos alcance a todos de igual manera”.

¿Cómo es nuestra relación con las cosas, con los espacios, los otros mundos?

Hace énfasis en esta pregunta, y su consecuente respuesta, porque “hoy en día la relación con las cosas adquiere un valor mayor: nos hemos dado cuenta que nuestra relación era exacerbada, desmedida… hemos sido antes que nada consumidores pasivos ante el acontecer de las cosas de este mundo”.

El ser humano, señala, es capaz de establecer empatía, de ponerse en el lugar del otro… esta empatía puede nacer con una disposición, pero se cultiva con la educación.

“La sensibilidad también se cultiva y se nota en la emoción, en el compromiso… hay cosas que nos afectan los sentidos y no las conocemos”.

Explica que si la sensibilidad no se cultiva, “no nos comprometemos”, y esta realidad tiene sentido en el escenario de la pandemia.

El temor por el virus cambia los acercamientos al mundo, a las cosas y, de manera obvia, razona, afectará los sentidos.

“Ya nuestro sentido de empatía y solidaridad era preciso revisarla; ahora es un alejamiento positivo para mantenernos sanos”.

Sin embargo, considera que filósofos y sociólogos del mundo comenzarán a estudiar “cómo nuestra relación con las cosas cambia en función de la pandemia e interfieren aquellos elementos conocidos como los prejuicios, es decir, el juicio previo”.

En este escenario se inclina por reforzar la ética deontológica del profesional.

Se asoma al asombro que produce en la humanidad ver el esfuerzo adicional de médicos y de otros profesionales a causa de la crisis sanitaria: “No estamos acostumbrados a ver que lo normal sea un trabajo bien hecho” y, por esta causa, precisa, pasa a convertirse en una novedad.

Y si ese asombro asombra, otra meditación que comparte es su preocupación ante las etiquetas de la sociedad.

Del lado de Latinoamérica que se perciba a sus ciudadanos con desdén por la organización o la puntualidad. ¿Es acaso esto real o un falso desdén?

Explica que si estamos hablando de un mundo mejor, este tipo de etiquetas y generalizaciones no deberían existir.

Estas etiquetas son también resultado del desconocimiento del otro.

¿Cuál es el camino para encontrarse con el otro de manera empática?

La investigadora cita a Jean Paul-Sartre, “quien demuestra dos cosas

Nuestro conocimiento del otro (y del otro como sujeto) no es algo probable, sino un dato que vivimos con evidencia.

La presencia del otro es necesaria para nuestra propia autoconciencia, somos conscientes de nosotros mismos en la medida en que el otro nos valora, nos estima, nos detesta”.

Ela Urriola desnuda esta trascendencia del otro: “La presencia del otro como sujeto, su mirada, tiene un valor tan importante que solo mediante ella se puede decir que somos conscientes de nosotros mismos”.

“Mi conocimiento del otro me lo permite mi propia sensibilidad, mi propia conciencia de esta relación del otro, a fin de cuentas, para tener conciencia o reconocer el valor del otro, debemos comenzar por algo fundamental: reconocer el valor propio, la autoestima que no está de más, es importante rescatarla”.

Observa que “no podemos decirle al otro que es capaz de hacer algo si nosotros no somos capaces de reconocer no solo nuestra capacidad, también nuestra responsabilidad”.

La pensadora señala que esta certeza del otro permite adentrarnos en el concepto de ética, en tanto, como ya se definió, es la ciencia de la conducta en la cual “interviene la empatía, el respeto y la convivencia”, así como aquellos preceptos “que me llevan a entender los límites de mis acciones, pero también las posibilidades de intervenir en los demás”.

¿Cuál lección ética deja la pandemia?, es la pregunta que cierra este diálogo abierto en la voz de Ela Urriola:

“Todo empieza por la integridad, por tener una autoestima y creer que nosotros merecemos vivir en un mundo mejor”.

Violeta Villar Liste
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