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Foto/Cortesía: FAO
Por: Najla Veloso

Najla Veloso es coordinadora del proyecto Consolidación de Programas de Alimentación Escolar en América Latina y el Caribe de la Cooperación Brasil-FAO

Con la inseguridad alimentaria de la población empeorando, son muchos los desafíos que enfrenta el mundo en este momento, como lo demuestra el último informe El estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo (SOFI), publicado este mes por la FAO y otras agencias de la ONU.

La lista es larga de los desafíos que existen: una alta inflación y un desempleo elevado, cadenas productivas dañadas, reducción de la oferta de alimentos e insumos por conflictos, medidas proteccionistas para reducir exportaciones, además de las consecuencias de la pandemia.

El SOFI mostró que en América Latina y el Caribe (ALC), alrededor de 56 millones de personas sufrieron desnutrición el año pasado, mientras que otros 93,5 millones experimentaron inseguridad alimentaria severa.

Si sumamos la inseguridad alimentaria severa y la moderada, llegamos a 267,7 millones de personas. Es lo mismo decir que, casi cuatro de cada diez habitantes de nuestra región no pueden alimentarse adecuadamente.

El hambre, en la mayoría de los casos, no se da por falta de alimentos, sino por falta de ingresos. Es un problema derivado de la pobreza y la desigualdad que caracterizan a nuestras sociedades. Lamentablemente, estos factores sociales se han visto exacerbados por la reciente crisis sanitaria.

En ALC, afortunadamente, más de tres decenas de países cuentan con mecanismos y políticas públicas para garantizar la alimentación de una parte importante de su población: los estudiantes.

Hay alrededor de 85 millones de niños, niñas, adolescentes y jóvenes atendidos por programas de alimentación escolar en la región.

Y no es exagerado decir que la oferta de alimentos en la escuela ha sido protagonista en la lucha contra la inseguridad alimentaria.

La alimentación escolar es una de las políticas más articuladas y articuladoras que puede tener un país. Es transversal a los diversos sectores de gobierno y permite un diálogo fácil con la sociedad en su conjunto.

Además, no hay persona que esté directamente en contra de la provisión de alimentos en la escuela para los estudiantes.

Un ejemplo es la implementación de compras públicas por parte de los pequeños agricultores, que no solo garantizan alimentos frescos, sanos, adecuados, sabrosos y regionales a los estudiantes, sino que favorecen el desarrollo local y garantizan ingresos y dignidad a mujeres y hombres que, muchas veces, forman parte de las poblaciones más vulnerables de sus países.

Además, esto enseña a los estudiantes a valorar el producto de su tierra, su cultura y da visibilidad a la biodiversidad local. Es una vía doble que reorienta el uso de los recursos públicos para fomentar sistemas alimentarios más sostenibles, justos y resilientes.

Además de dialogar con estudiantes y agricultores del entorno, esta política incide en la construcción de hábitos de vida saludables. Por eso, como parte de este programa, educamos a los estudiantes sobre lo que se come y lo que se ofrece en la escuela, permitiéndoles tomar decisiones más conscientes no solo en el espacio educativo sino a lo largo de su vida social, como forma de promover una cultura alimentaria más saludable y sostenible para esta y las futuras generaciones.

Nadie aprende con hambre

Foto/cortesía: FAO

Desde el punto de vista cognitivo, una alimentación escolar que sea saludable, en el momento adecuado, compuesta por verduras y frutas, lácteos, huevos, cereales… significa una condición de éxito, mejor rendimiento, mayor permanencia y mayor capacidad de atención por parte de los estudiantes.

Por ello, cuando nos encontramos ante datos como el último informe SOFI, es necesario reafirmar la importancia de la política de alimentación escolar como herramienta capaz de garantizar el derecho humano a aproximadamente el 20% de la población de los países.

Por lo tanto, reafirmamos el valor del diálogo directo con los países, promoviendo y disponiendo de forma solidaria y fraterna, la cooperación internacional ofrecida por el gobierno brasileño, especialmente por la Agencia Brasileña de Cooperación (ABC) y el Fondo Nacional de Desarrollo de la Educación (FNDE). Estas han puesto a disposición la experiencia de más de 67 años del Programa Nacional de Alimentación Escolar (PNAE), como referencia e impulso para cambios estructurales positivos en nuestra región.

Con el trabajo realizado por la Cooperación Internacional Brasil-FAO desde 2009, hubo mejoras significativas en la calidad de muchos de los programas en la región.

Como ejemplo, podemos mencionar la elaboración de leyes específicas de alimentación escolar en 6 países y varios marcos normativos, el aumento de la cobertura estudiantil, la mayor asignación de recursos a las acciones de alimentación escolar, el establecimiento formal de compras a la agricultura familiar en 13 países, el fortalecimiento de la infraestructura de miles de escuelas, la conformación de mesas intersectoriales de diálogo de políticas y el involucramiento de otros segmentos sociales, como parlamentarios y sociedad civil en este diálogo.

Todas estas acciones se impulsaron con base en el apoyo técnico, el intercambio de conocimientos y el desarrollo de capacidades, buscando garantizar la sostenibilidad de la política de alimentación escolar.

Especialmente con respecto a garantizar los recursos necesarios, la continuidad y permanencia, la resistencia a los cambios coyunturales en la gestión y las crisis económicas y sanitarias.

En definitiva, trabajamos para que la alimentación escolar sea vista como una política de Estado y no de gobierno. Para que, bajo cualquier circunstancia, se garantice el derecho humano a la alimentación de calidad a los estudiantes de todas las escuelas.

Sabemos que es de fundamental importancia recuperar las economías, los empleos y los ingresos de las familias, que son cruciales para garantizar la seguridad alimentaria y nutricional.

Con respecto a la producción, el desafío es producir alimentos saludables de manera más económica y accesible, con incentivos para los pequeños productores, fomentando circuitos cortos de producción y consumo.

Sabemos que nadie aprende con hambre en la escuela y que, muy probablemente, es común el entendimiento de que, sin aprendizaje, educación de calidad y salud, no es posible intervenir efectivamente en esta situación.

Así, además de diagnosticar el escenario social, recopilamos una de las formas más eficientes que el Estado puede adoptar para hacer frente a los datos emergentes: alimentar a sus estudiantes con alimentos de calidad, sanos y frescos, adquiridos a través de circuitos cortos y asociados con actividades de educación alimentaria y nutricional durante todo el año.

Por: Najla Veloso