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JOAQUÍN MARTA SOSA / ©VASCO SZINETAR

Por: Nelson Rivera

A diferencia del habla contenida de sus poemas, que por momentos se escuchan como susurros, el Marta Sosa de estos fragmentos es el caballero de lo múltiple: el que ha sido político activo, estudioso de varios campos de las ciencias sociales, profesor universitario, individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua -AVL-, ensayista, crítico literario, antologista y narrador.

Amigos lectores:

En varios de sus libros de poesía más recientes, por encima de sus recorridos temáticos, Joaquín Marta Sosa mantiene una voz poética: voz sosegada de quien ha alcanzado sintonía con su memoria y su observación del mundo. Ni autocomplacencia ni ajuste de cuentas. Son constataciones, miradas que se cuelan más allá de la superficie, calma la respiración, precisa la palabra, profundo el aliento de reconciliación. Un espíritu semejante a este que intento describir, gobierna también la prosa de ¿Qué hacer con la vida?, su libro de memorias todavía inédito. Hay atrevimiento en mi comentario, puesto que solo he leído unos fragmentos.

A diferencia del habla contenida de sus poemas, que por momentos se escuchan como susurros, el Marta Sosa de estos fragmentos es el caballero de lo múltiple: el que ha sido político activo, estudioso de varios campos de las ciencias sociales, profesor universitario, individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua -AVL-, ensayista, crítico literario, antologista y narrador. En esta entrega del PDF van unos fragmentos de esas memorias (en la web hay un largo fragmento que no pudimos incluir en el PDF). Este que copio aquí, remite a su infancia:

“Estoy sesenta y ocho años atrás. Lisboa es el punto de tránsito para irme acercando a Venezuela hasta llegar finalmente a sus tierras. Es la primera vez en mi vida que desayuno fuera de la estancia de comer, y que servía para muchas otras cosas, de la casa de Nogueira. Es también la primera vez que entro en un restaurante. De todo eso me voy dando cuenta y lo registro. El restaurante es el de un hotel limpio y más bien pobre, unas diez mesas, todas, menos una, la nuestra, ocupadas por trabajadores o agentes viajeros de tránsito. Los veo afanarse con sus cuchillos relucientes, sobando con ellos unas rotundas rebanadas de pan y su masa densa y blanquísima se va coloreando de un amarillo húmedo y brillante, se las llevan a la boca y mastican con avidez. Por más que paso y repaso mi cuchillo en la masa de mi pan el milagro no ocurre, persiste sí, en su blancor, y pese a mi consternación mis repasos no lo amarillean en absoluto. Me pongo a lagrimear, tiro pan y cuchillo sobre la mesa. Mi tío-abuelo y mi mamá se sobresaltan. No se me pone amarilla  como a ellos, grito. Bueno, agarra un pedazo de lo que está en este tarro y ya está. Los sentados en las mesas vecinas se dan cuenta y ríen. Me siento ridículo. No obstante, hago lo que dice mi tío-abuelo y, en efecto, mi pan adquiere su patina húmeda de amarillo. Como, pero no me gusta tanto. Será por el tropezón en que me ha hecho incurrir”.

Acompañan a estos fragmentos, un texto de José PulidoDe Nogueira y de Sarría, aproximación desde el privilegio de la amistad, y otro, El viaje de Don Joaquín, de Rafael Arráiz Lucca, discurso de bienvenida que el autor leyó en el 2010, a propósito del ingreso a Marta Sosa a la AVL.

Página 5 y una columna de la 6: Poemas de la luna líquida es el nombre del más reciente libro de poesía de Alejandro Oliveros, publicado por la Editorial Pre-Textos en 2021 (casa editora que tiene en su catálogo otros dos libros de Oliveros: Espacios en fuga, en 2012, y Poemas del cuerpo, en 2016). El ensayo de Miguel Gomes se titula Una corona de espejos:

“Ha de observarse, para comenzar, que la estructura externa de Poemas de la luna líquida no coincide ni con la trama enunciativa del libro ni con los horizontes referenciales del sujeto poético. En las cuatro partes —«Cuaderno de Milán», «Luna líquida», «Exilios» y «Antología griega. Imitaciones y anónimos»— tendremos una combinación en proporciones variadas de asuntos como la itinerancia, el colapso de Venezuela, el despliegue de una metafísica enraizada en una cosmovisión premoderna y una perseverante exploración intertextual mediante la cual la alteridad se integra en el perfil del hablante. Debe subrayarse que este, asimismo, se moviliza del presente estricto al pasado más remoto, y en ámbitos que van de lo vital a lo estético o de lo íntimo a lo comunitario. Esa proliferación de estructuras confiere al conjunto una atractiva tensión entre unidad y diversidad paralela a la experiencia de lo real poco a poco articulada, en la cual el yo capta la pérdida de fuentes de identidad sin abandonarse ni a la tragedia ni a la simple resignación: el gesto resulta más bien sereno, a veces encomiástico.

Raquel Rivas Rojas ha publicado Inventario para después de la guerra (La Joyita Cartonera, Chile, 2022), edición bilingüe, cuya traducción al inglés fue realizada por Catherine Boyle. Son poemas en prosa. Copio uno a continuación, que lleva el nombre de Insomnios:

Tratamos de no acordarnos de cuando éramos niños. Pero al final siempre llega la noche y con ella los terrores más antiguos. Ruidos extraños se adueñan de la oscuridad y el insomnio se anida en el aleteo del más mínimo insecto. Vemos sombras moviéndose dentro de otras sombras. En esas horas que tardamos en dormirnos nos aterra la cercanía de la muerte y nos damos cuenta de una manera seca y abrupta de que puede no existir un mañana. El cuerpo todo, ese cuerpo a la vez tan íntimo y tan público, se nos llena de temblores y lamentos. Buscamos en la oscuridad otras piernas y brazos en los que sea posible disolvernos. Y encontramos sin falta otras caderas y quijadas, huesos y músculos también aterrados y deseantes. Las horas de la madrugada se llenan entonces de quejidos y jadeos. Uno que otro grito que no se sabe bien si es de dolor o de placer. En la alta noche no hay cuerpo prohibido ni maniobra vetada. Nadie se niega nunca. Porque sabemos bien que esta puede ser la última vez que al cerrar los ojos nos encontremos con el puro vértigo de estar vivos.

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En 2021, Keila Vall de la Ville publicó en España una peculiarísima antología temática, centrada en ese bien de lo humano que es la belleza. Se titula: Entre el aliento y el precipicio: poéticas de la belleza (Amargord Ediciones, Madrid). Proyecto de una lectora versátil. Reúne a 33 autores del continente -entre ellos, a varios venezolanos-, los presenta y escoge tres poemas de cada uno. María Antonieta Flores escribe en la página 7: “Hablar de la degradación o devaluación de la belleza no responde a una visión elitista ni clasista, sino de valoración de lo percibido. Degradar o devaluar arrebata el éxtasis ante la belleza, la vuelve común y, por tanto, poco eficaz como manifestación de lo inexpresable. Si bien los paradigmas de la belleza se adaptan a las épocas y su concepto es absolutamente inasible, la reflexión en torno a esta categoría es indispensable tal como lo demuestra esta antología”.

Las páginas 8 y 9 traen un recorrido que Carmen Cristina Wolf hizo por algunos libros de Rafael Cadenas. Su Acercamiento a la poesía de Cadenas, no deja por fuera aspectos que están en el ensayista. “Acercarme a desentrañar algunos rasgos en su poesía es un ejercicio que emprendo con timidez, porque es asomarse a su alma. La lectura de sus poemas, escritos y entrevistas es un solaz para el espíritu. Comienzo haciendo mías estas palabras escritas a Rilke por Lou Andreas-Salomé en 1914: “(…) empecé a vivir con el poema mismo, pues en los primeros momentos su sentido objetivo me subyugó demasiado como para poder hacerlo. Y ahora lo leo, o mejor, no paro de recitármelo a mí misma. Hay en él como un reino recientemente conquistado, todavía no se distinguen bien sus fronteras, se extiende más allá del espacio que se puede recorrer en él; se lo adivina más amplio (…)”. (Correspondencia, Hesperus, 1989). Así suele suceder con los poemas de Cadenas: pueden algunos de ellos ser como una pluma de ave que penetra sin ruido en mi ventana, otros rasgan silencios a tambor batiente, mas cada uno conduce a un reino de significaciones y cuando creo haber agotado su sentido surge otro y otro; es una poesía que mueve los cimientos de lo habitual y nos lanza hacia las profundidades del misterio que somos”.

Una crónica de Maripili SalasViernes cultural, habla de las tertulias que Magdalena y Andrés Boersner organizaban en la Librería Noctua, a la que asistía Cadenas, entre otros: “Cadenas llegó, como siempre, con su chaleco de fotógrafo, su bolso verde militar y el paso lento. Ya era asiduo visitante de la ¿cofradía?, pues, de alguna manera se le rendía culto al dios Baco, ¿grupo de apoyo? Con el voto sagrado de la amistad, brotaban verdades que sorprendían, hacían llorar, reír, develaban nuestra humanidad. La única regla era no hablar de política, y para la época en que se dieron las reuniones, realmente era un respiro, pues todo el ambiente nacional estaba contaminado de ese tema (léase marchas, contramarchas, presos, bombas lacrimógenas y demás). Los viernes culturales eran un oasis”.

En la mitad inferior de la página 10, reproducimos seis poemas de Frontera invisible, el más reciente libro de Adhely Rivero: un conjunto orgánico y resuelto de poemas, en los que regresa a los elementos de su mundo poético, como este que se titula Desarmado:

A la ciudad se debe entrar desarmado.

Nadie portará un doble corazón con los ojos en el pecho.

El amor ya no es un puerto seguro.

Si vienes del campo

deja el hierro que cuelgas en la cintura,

si vienes del mar

deja el arma blanca salitrosa en el cajón de madera,

si vienes de un pueblo

trae la memoria de tus antepasados

con sus patios de café,

los corrales de chivo y ganado.

Trae un caballo,

y un gallo para que duerma en la torre de la catedral,

y Dios nos dé los buenos días.

La gente no necesita cuarteles,

si de allí vienes no entres a la ciudad,

todos los que portan armas son unos cobardes.

En efecto: son unos cobardes.

Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional

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