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La gala del Ricardo Miró Foto | Cortesía Micultura

Hay amistades, como palabras, que trascienden el espacio y las circunstancias. El escritor y promotor cultural Enrique Jaramillo Levi, quiso trascender espacio y circunstancias y honrar la amistad y leer, en el lugar de su ausencia, las palabras que el escritor Rogelio Guerra Ávila debería haber pronunciado como ganador de la categoría novela del Premio Ricardo Miró, el más importante de la literatura panameña.

No lo pudo hacer porque está preso. De este modo, su hijo, Eduardo Guerra, recibió el galardón y Jaramillo Levi leyó el discurso de Guerra Ávila. “No hay barrotes, ni candado, ni cerca de alambre lo suficientemente alta para impedirle volar a la imaginación”, dijo.

Solo una posdata personal que no quiere callar Jaramillo Levi:

1.  Declaro que tengo absoluta fe en su inocencia ante los cargos que se le han hecho al escritor Rogelio Guerra Ávila, hoy aislado de la sociedad en una cárcel hecha para albergar criminales.

2.  Declaro mi convicción de que Rogelio, con seis premios de novela ganados en buena lid y publicados en Panamá en años recientes, y ahora con La Miscelánea, su séptima novela, es el más talentoso, constante y comprometido novelista vivo de su generación.

3.  Declaro mi más profundo agradecimiento a Rogelio por haberme confiado esta noche este alto honor, que no esperaba, de poder por unos minutos representarlo proyectando su voz.

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4.  Sin duda alguna, la manera en que se han dado los hechos al concedérsele este importante galardón nacional a Rogelio, un escritor encarcelado, sin que el jurado del Concurso Miró supiera a quién premiaba, es un hecho único en nuestra historia literaria, un acontecimiento que no debe olvidarse.

Palabras de Rogelio Guerra Ávila:

En primer lugar, les pido me disculpen por no poder acompañarles esta noche, la noche más importante de la literatura panameña. Eso escapa de mis manos. No estoy enfermo, ni estoy de viaje; tampoco estoy bajo el influjo de ningún arranque de arrogancia. Como muchos saben, estoy en este momento privado de libertad en el Pabellón Guantánamo Dos, del Centro Penitenciario la Joya, tras perder una larga e injusta batalla legal.

      En estos seis meses que llevo aquí retenido, me he dado cuenta y he valorado muchas cosas: a mi familia, a mis amigos y mi libertad, pero en un momento dije: “No hay barrotes, ni candado, ni cerca de alambre lo suficientemente alta para impedirle volar a la imaginación”.

       Han sido momentos muy duros. Enumerarlos en esta oportunidad no tendría sentido, pues el mensaje que quiero hacerle llegar a ustedes es el de la fe, de que lo que deseamos llegará, y en la esperanza que debemos renovar día a día.

      Hablemos de las lecciones aprendidas en este proceso. Nunca me había sentido más alejado de mi familia como ahora, y tampoco tan urgido de escribir. Creo que esas dos cosas son la peor parte de este castigo que considero injusto. Siempre esquivé mi compromiso social como escritor y mantuve un perfil bajo en este medio. Sólo quería escribir y hacer lo mejor posible. No me di cuenta, con el pasar de los años, de cuánto había trascendido mi literatura ni de cuántas personas la valoran bien. En principio, discúlpenme esta ausencia tan larga.

        Yo le he pedido a mi amigo el escritor Enrique Jaramillo Levi, les haga llegar estas breves palabras, aun cuando a mí mismo me hubiera costado pronunciarlas, pero necesitaba decirles que la literatura panameña goza de la mejor salud en estos últimos tiempos. Que los escritores emergentes de esta nueva generación están dejando a la nuestra atrás a grandes zancadas, con una creación insaciable y un deseo vehemente de dejarse sentir y hacerse escuchar. Yo poco a poco voy quedando atrás y a mis espaldas dejo unas huellas que algunos  seguirán y otros recordarán.

       A los nuevos valores de la narrativa nacional les dejo un entusiasta mensaje, para instarlos a la búsqueda de sus propias voces, del testimonio y de la poesía. Háganse sentir y levanten, sostengan la riqueza de nuestra literatura que se ha robustecido en los últimos años. Ricardo Miró estaría orgulloso de nuestro avance.

      El premio de este año es muy especial y lo tomo con honor y humildad y sabiendo ahora que todo el esfuerzo no ha sido en vano. En cada línea escrita he querido siempre invocar a las musas y testimoniar las historias de otros y los sueños y fantasías propias. El lugar donde ahora me encuentro hará la diferencia, es cierto, para mejor.

      Gracias a los miembros del jurado por favorecer con su fallo a LA MISCELANEA. Gracias Señora Ministra Giselle González por su apoyo. Gracias colegas escritores y amigos por esta cruzada desinteresada para ayudarme a superar esta prueba.

     También un agradecimiento enorme a mi familia y amigos que no me han abandonado. A mi amigo Melquisedec González, quien procuró el envío a tiempo de la novela al concurso, y finalmente gracias a mis hijos Eduardo y Eliézer y un mensaje para ellos: Muchachos, Dios compensará este tiempo que hemos estado separados y el día que por fin regrese a casa, no me verán como el hombre que estuvo encerrado tras barrotes, sino como el héroe que toda la vida he querido ser para ustedes.

Muchas gracias