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Por: Pedro César Martínez Morán, Universidad Pontificia Comillas y Simon Dolan Landau, Universidad Pontificia Comillas Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Pedro César Martínez Morán, Director del Master in Talent Management de Advantere School of Management / Profesor asociado de la Facultad de Ciencias Economicas y Empresariales, Universidad Pontificia Comillas y Simon Dolan Landau, Profesor y catedratico de Recursos Humanos en Adventere School of Management, Universidad Pontificia Comillas

Cada día a las 7 de la mañana, Marta enciende su portátil mientras apura su primer café de la mañana. A miles de kilómetros, Leo termina su turno de noche en un almacén completamente automatizado. A pesar de sus distintos horarios y roles, comparten su condición de trabajadores. Tienen como referente el día 1 de mayo: en dicha jornada se conmemora el Día Internacional del Trabajo.

Se lleva celebrando desde 1886 pero no es una conmemoración global: hay varios países, como EE. UU., Canadá, Japón o Australia, que tienen una festividad parecida otro día del calendario.

La conquista de la jornada de ocho horas diarias

A lo largo del siglo XIX comenzaron a crecer las demandas de mejoras laborales. Gran Bretaña, como protagonista de la Revolución Industrial, vio surgir importantes conquistas laborales gracias al peso de su numerosa clase trabajadora. Por ejemplo, el trabajo infantil fue recortado y eliminado gracias a sucesivos desarrollos legislativos en 1802, 1819, y 1833, respectivamente.

La jornada laboral, que variaba entre países, podía extenderse de doce hasta dieciocho horas diarias. En 1847, el Parlamento británico aprobó la Ley de Fábricas, también conocida como “ley de las 10 horas”, que limitaba a ese tiempo la duración de la jornada laboral para las mujeres y los varones menores de dieciocho años.

El 1 de mayo de 1886, miles de trabajadores de Chicago se concentraron en Haymarket Square para reclamar una jornada laboral de ocho horas diarias. Las manifestaciones se sucedieron hasta que, el 4 de mayo, la policía cargó contra los manifestantes. Se produjeron tumultos y enfrentamientos que dejaron muertos y heridos.

Tras los sucesos, varios manifestantes fueron condenados a muerte, acusados de alentar la revuelta. En el congreso de la Internacional Socialista celebrado en París en 1889 se decidió que el 1 de mayo se celebraría el Día Internacional del Trabajo.

No sería hasta 1919 que se firmó el primer convenio que reguló una jornada laboral de 8 horas.

La resiliencia del trabajo

En 2020, el mundo se vio sacudido por la pandemia. Durante ese período, la sociedad elogió a los profesionales de la salud, a los investigadores y a los trabajadores esenciales, que se vieron obligados a mantenerse en sus puestos de trabajo para ayudar a paliar los efectos del coronavirus.

Los gobiernos tomaron medidas para ayudar económicamente a los ciudadanos y apoyar a las empresas. Para mantener la economía en marcha pese al confinamiento, la solución urgente fue el teletrabajo. Cinco años después, se sigue utilizando, los países han legislado sobre el tema y en las empresas se ha producido la discusión de si mantenerlo o no, y por cuanto tiempo. Además, se empezó a poner en entredicho la semana laboral de 40 horas.

Tras la epidemia hubo una crisis energética, luego una crisis inflacionaria y, más recientemente, una crisis arancelaria. Todas perjudiciales para la actividad económica y, por ende, para el trabajo.

En un mundo tan cambiante como el actual, ¿cuál es el valor del trabajo?

De la fábrica a la inteligencia artificial

La concepción del trabajo está sufriendo el impacto de la combinación de algoritmos, datos y sistemas computacionales; es decir, de la inteligencia artificial. Además de su posible impacto en el mantenimiento de los puestos de trabajo y el bienestar de los trabajadores, se necesita profundizar en las consideraciones éticas de su aplicación.

El futuro laboral es la gran incógnita que perturba a muchos trabajadores. ¿Se trata de minimizar el impacto negativo o de impulsar la transformación de la actividad laboral de las personas?

Retos de futuro

El mundo del trabajo necesita afrontar una serie de retos.

Por un lado, gestionar la incorporación de la inteligencia artificial –automatizando tareas y promoviendo nuevas competencias–; este cambio implica retos éticos, sociales y emocionales que requieren de un liderazgo empático, adaptable y con visión de futuro. Los líderes deben fomentar la actualización de conocimientos y habilidades, redimensionar la interacción hombre-máquina y rediseñar estructuras organizativas.

La utilización de inteligencia artificial genera una preocupación creciente por la posible pérdida de puestos de trabajo. Es esencial gestionar el impacto de la tecnología y mantener el propósito humano del trabajo. La inteligencia artificial debe ser una herramienta para empoderar, no para sustituir.

Además, hay que permanecer atentos a la precarización laboral y a los efectos negativos de la economía de plataformas en los derechos de los trabajadores. Este reto conecta con la protección de los derechos de los migrantes, que contribuyen con su esfuerzo, talento y diversidad al desarrollo del país receptor.

Adaptación al cambio

El futuro del trabajo pasa por la adaptación al entorno cambiante en el que están sumidas las sociedades actuales. Las personas van a necesitar capacitarse en competencias digitales. Y deberán incrementar las conexiones con otras personas y organizaciones para ganar empleabilidad.

Marta y Leo continuarán con su rutina. Pretenden mantener su puesto de trabajo, pero estarán atentos a posibles ofertas que se les presenten. Además, aprenderán nuevas herramientas, cuidarán de su salud y bienestar y tratarán de conciliar su vida laboral y personal.

Por: Pedro César Martínez Morán, Universidad Pontificia Comillas y Simon Dolan Landau, Universidad Pontificia Comillas Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.