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Después de una dura semana de trabajo, nada mejor que arrancar el fin de semana con el “viernes cultural”, esa reunión de amigos en las esquinas del barrio presagiando ya el descanso y la fiesta. Esta sección pretende hacer eso, arrancar nuestro fin de semana desde esta esquina virtual con cuentos y poemas de autores panameños para que los conozcan y los disfruten. Así que, ¡feliz fin de semana!, con sabor a literatura panameña de la buena.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

Ariel Barría Alvarado (In memoriam)

Ariel Barría Alvarado


Ariel Barría Alvarado (Chiriquí, 1959-2021), es uno de los mejores escritores panameños contemporáneos, que nos legó una obra narrativa que ilumina con grandes luces las letras panameñas. Ganador en varias ocasiones del Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, ha sido maestro de escritores y un luchador feroz por la cultura literaria de Panamá. Murió el 12 de junio de 2021. De su libro Ojos para oír, premiado en 2006 con el Miró en cuento, extraemos el cuento que hoy nos acompaña para recordarlo a dos años de su partida.

Duelo perpetuo

Me dijo que volvería; ahí, parado donde estás tú. Apareció un jueves por la tarde, morral al hombro y cara de pesadumbre; apenas lo vi supe a qué venía. Primero, por la hora: él nunca me visitaba antes de las seis; segundo, por el día: solo los sábados llegaba a mi casa, esto era lo convenido; tercero, porque las noticias corrían rápido y ya sabíamos lo de la leva. Pudo huir, esconderse en el monte como otros, pero yo sabía que él no era así. Mamá estaba más enterada que yo del asunto, por eso lo recibió bien, mejor que de costumbre, y le extendió un vaso con jugo de Marañón.

Era marzo, y en marzo abundan los marañones, con su olor, con su sabor que atenaza la garganta. ¿No te gustan, verdad? A mí tampoco, pero no tanto por su sabor, sino porque me recuerdan el vaso rebosante en su mano, al tiempo que le contaba a mi madre, para que lo oyera, sobre su vida al Frente. Yo quería llorar, era lo que me hubiese salido más natural, pero me contuve. Eran tiempos distintos y una no podía ser tan elocuente como ahora. Solo asentía mientras lo escuchaba, y apenas pude hablarle con los ojos cuando se paró ahí, al lado de esa columna, para quitarse el sombrero y decirme, también con los ojos, que volvería pronto.

En junio me llegó una carta suya, decía que estaba bien, que su compañía aún no entraba en combate, y agregó una dirección a la que podía escribirle en la frontera. Le contesté la misma tarde una carta de cinco páginas. Cuando vino la respuesta, en septiembre, esta era apenas un saludo. Ya estaba en batalla y no disponía de tiempo para cosas personales. Le volví a escribir 3 veces sin obtener respuesta. Fue entonces cuando papá trajo la noticia a casa; la dijo después de la cena, para todos, como ignorando que yo era la más interesada en el tema. Pero él sabía que así era, por eso agregó al final: «fue muy rápido», como si con eso pudiera componer mi corazón partido en pedazos.

La excusa fue la varicela: por la noche me entraron unas fiebres tenaces que me duraron tres días hasta culminar con la erupción de cientos de pústulas que casi me matan. No hablé ni salí de la casa en los siguientes seis meses, avergonzada por mi aspecto cadavérico.

Sin embargo, el tiempo sana todo, o eso cree uno. Dos años después me casé con tu padre, quien desde el primer día me reprochó el que no olvidara del todo «al muerto», como se complacía en llamarlo. Tal vez esa fue una de las causas por la que naciste cuando llevábamos ya siete años de casados, y de que no hubieses tenido hermanos. No lo sé. El seguiría recriminándome eso hasta el último día de su vida.

Ya eres una mujer y debes saber algo de estas cosas, por eso no voy a seguir negándote que sí lloraba esta mañana después de que se fue la visita. Era él. Regresó viudo, triste, lleno de remordimientos. Jamás fue al Frente. Se ocultó en otros pueblos, en otras ciudades, se cambió el nombre, hizo una nueva vida y venía a pedirme perdón, a rogarme que termináramos lo que aquella vez quedó pendiente.

Yo no supe qué decir; cuando entraste teníamos media hora de estar como nos viste: mirándonos en silencio. Al final, estuve de acuerdo con mi memoria: los muertos no resucitan, no deben resucitar.

Le pedí que se marchara, que no volviera más, que se quedará muerto, y al verlo ir, con la cabeza baja igual que aquel día, no pude evitar el llanto. Era un llanto que estaba pendiente, que no pudo salir ningún marzo al oler los marañones, y que ahora brotó sereno, necesario, esperado.

Solo dos veces he llorado por un hombre, hija mía: cuando murió papá y esta mañana cuando logré sacarme del alma mi duelo perpetuo.

Tomado de Ojos para oír

Coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña:
Pedro Crenes Castro

[email protected]
(Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.