En el instante en que la armonía se convierte en remembranza, algunas notas se vuelven faros que iluminan generaciones enteras. Usted fue una de esas voces: presencia que trascendió escenarios, geografías y el paso del tiempo. Su interpretación musical, profunda y resonante, no solo hizo bailar a un territorio, sino que también llevó consigo historias, orígenes y emociones que hoy permanecen vivas en el colectivo.
Escribo estas líneas para honrarla, no solo como artista, sino como guardiana de un legado que sigue latiendo en cada acorde y aplauso que aún resuena.
Por: Mario García Hudson

El autor es investigador, encargado del Centro Audiovisual de la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero R.
Que estas palabras se eleven para honrarla, en este instante en que su timbre —tan ligado al pulso de nuestra esencia cultural— se desprende del mundo terrenal. Su partida deja un silencio que no es ausencia, sino resonancia: una vibración que regresa una y otra vez a los oídos de una nación que la vio crecer, luchar y entregar su arte con una generosidad que el tiempo no podrá borrar.
Usted solía expresar, con franqueza melancólica, que no deseaba homenajes al final de su vida, pues sentía que en los años de mayor necesidad no había recibido apoyo. Y, sin embargo, su trayectoria merece ser recordada con profundo respeto, porque no solo enriqueció la música panameña, sino que abrió caminos donde antes existían fronteras invisibles.

Fue la primera solista femenina de la Orquesta 11 de Octubre, un paso firme que marcó un nuevo horizonte para la tamborera. Su aportación artística se convirtió en símbolo, en energía viva, en herencia común. Desde Panamá hacia el Caribe, Centroamérica, Suramérica y Estados Unidos, su ejecución musical llevó consigo el eco de la patria, ofreciendo a quienes vivían lejos un puente con sus raíces.
Cada función era un acto de regreso a casa, un recordatorio de que la expresión sonora puede sostener la evocación y unir a quienes se encuentran dispersos por el mundo.

Durante más de una década, España se convirtió en escenario de su talento. Zaragoza, Sevilla, Málaga, Valencia y Barcelona la recibieron con aplausos que resonaban en teatros y plazas, y allí su presentación escénica conquistó públicos con piezas como La Morena Tumba Hombre y Panamá Soberana, interpretaciones emblemáticas que trascendieron fronteras y reforzaron su condición de referente esencial de la obra artística panameña.

Su legado discográfico, junto a figuras como Clarence Martin y Osvaldo Ayala, permite ponderar su estilo único y su capacidad de imprimir carácter propio a cada aporte vocal.
Nunca perdió su orgullo por sus raíces santeñas y aguadulceñas, y cada nota que brotaba de su garganta llevaba consigo la fuerza interior de una patria grande y una cultura que siempre defendió y celebró.
La Revista La Típica tuvo el acierto de reconocer su trayectoria mientras aún podía recibir ese gesto de admiración. En sus páginas quedó registrado el trayecto de una artista cuya vida estuvo hecha de escenarios diversos, constancia, viajes interminables y una capacidad artística que se convirtió en signo cultural.
No fue solo una cantante: fue creadora de identidad colectiva, arquitecta de un estilo y ejemplo de pasión por nuestra armonía tradicional. Cada actuación suya llevaba consigo historia, huella y pertenencia, cualidades que hicieron que su arte permaneciera mucho más allá de las luces del escenario.
Usted encarnó la esencia de una mujer que supo combinar talento, disciplina y sensibilidad. Su presencia sonora, firme y clara, era capaz de envolver a los oyentes y transportarlos hacia los paisajes sonoros de Panamá: las calles del Chorrillo, la brisa del Pacífico, los ritmos del interior del país y los ecos de la diáspora que siempre la aplaudió. En cada cumbia, tamborito o tamborera, se percibía el amor por la tierra que la vio nacer y la necesidad de compartirlo con el mundo.
Más allá de sus éxitos en los escenarios internacionales, su legado reside en la forma en que transformó la vida de quienes la escucharon. No era solo melodía: constituía memoria viva, emoción compartida y orgullo de pertenencia. Las generaciones que la vieron y la escucharon aprenden hoy de su ejemplo: la constancia, el compromiso y la entrega no son solo virtudes, sino caminos que hacen de la creación musical un acto de trascendencia.
Hoy, al recordarla, surge la imagen de una mujer que convirtió cada puesta en escena en ceremonia, cada canción en puente entre la historia y el presente. Dalys Cedeño no solo cantó: sostuvo una tradición, representó un territorio, dio aliento sonoro a lo que muchas veces parecía silencioso y dejó un trazo imborrable de su alma en la música panameña.

Descanse en paz, dama de la tamborera. Su canto perdurable continúa viajando, sigue encendiendo recuerdos y respira eternamente en el corazón de Panamá.
Por: Mario García Hudson

