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Casta J. Riera | Tomado del Registro Fotográfico parcial del Archivo de Casta J. Riera, elaborado por la ingeniero y fotógrafa Martha Marchado Ducoing
(Discurso de Orden leído en la Sesión Especial del Consejo Legislativo del estado Lara, Venezuela, el día 26 de octubre de 2024, con ocasión de la conmemoración del quincuagésimo aniversario del fallecimiento de Casta J. Riera)

Por: Dr. Jairo García Méndez | Imágenes tomadas del Registro Fotográfico parcial del Archivo de Casta J. Riera, elaborado por la ingeniero y fotógrafa Martha Marchado Ducoing

Abogado, profesor universitario, escritor, con estudios de especialización en Derecho Administrativo en la UCAT y Estudios Doctorales en Derecho en la UCV. Actualmente cursa el Doctorado en Historia en la UCAB.  Integrante de la Fundación de Amigos del Casco Histórico de Barquisimeto

I

Una humanidad hambrienta de bondad

El día 7 de mayo de 1943, Alejandro García, preso en la Cárcel de Mérida, le escribe a Costa J. Riera. Pide su “colaboración económica”. “Señorita Riera”, le dice, “desde que me separé de la redacción del País, he venido dando tumbos con el infortunio que al final de todo me ha aprehendido en sus garras fatídicas”.

Gobierna el país Isaías Medina Angarita, y al Estado Lara, José Antonio González, un militar y político formado en la escuela liberal colombiana, y excepcional para Casta J.: va a las retretas de la Plaza Bolívar, acude a los conciertos y obras de teatro, visita a los ciudadanos que le piden su ayuda, y sin guardaespaldas.

Se vive con entusiasmo las libertades que los venezolanos vienen conquistando desde la muerte del dictador Juan Vicente Gómez y el Instituto “Mosquera Suárez”, fundado en 1937, se prepara para celebrar su sexto aniversario, el 1 de julio de 1943, y es el año en que se convoca el Concurso Literario sobre la Mujer y sus Derechos Políticos.  Casta J. participa activamente en la campaña nacional por el derecho al voto de la mujer. Casta J. tiene 33 años.

No sabemos por qué está preso Alejandro García. Dato irrelevante para esta historia. Sabemos por la carta, que Alejandro sufre “los rigores de la miseria”, como le escribe. “Mi miseria vive aquí sobre una llaga cancerosa y cuando la necesidad surge y apremia, se desnaturaliza horrible y groseramente”.

No tenemos muchos datos sobre Alejandro. Sería un tema apasionante para un historiador o cronista investigar quién fue este infortunado corresponsal merideño de Casta J. Sabemos por la carta que trabajaba en la prensa, seguramente era periodista y muy bien formado. Tiene una bella y clara caligrafía, una redacción impecable y sus reflexiones sobre su propia miseria y el dolor humano, evidencian su formación y cultura.

Casta J. se conmueve. Consciente como era del sufrimiento humano y al tanto de lo que ocurre en Europa: tiempos de la Segunda Guerra Mundial. “He podido darme cuenta”, le escribe a su amigo Ramón Sosa, el 30 de enero de 1944, en la Carta Azul,  “que la humanidad entera está hambrienta de bondad”.

La respuesta de Casta J. a Alejandro García, es del 30 de junio de 1943. “Lamento mucho cuanto en ella me dice sobre su infortunio”, le escribe. “Hay que hacerse fuerte pues sufriendo es como se llega a depurarse el espíritu. El dolor es el maestro por excelencia, el que nos enseña a comprender, a compadecer, a ser mejores. Vale más el dolor que todos los placeres porque es maestro de infinitas perfecciones”. Esta reflexión de Casta J., en la carta de respuesta al preso de Mérida, es propia de seres humanos virtuosos. Aquellos que convierten el dolor y el infortunio, en sensibilidad, en bondad, en compasión y, como le dice a su amigo Sosa de manera amena, en su caso, la lleva a convertirse en secretaria ad honorem de toda clase de desposeídos, “siempre para servir a los otros”, es su lema.

II

Se le olvidó la luna

En la noche del 5 de febrero de 1944, corría un viento helado en el centro de Barquisimeto. Había una luna bellísima “sobre un azul limpio y brillante que no empaña ni una mínima nube”. Lo sabemos porque Casta J. se lo cuenta a su amigo Ramón Sosa Montes de Oca, en la Carta Azul. “Estaba caminando por la acera de la casa” (sede de la Academia), es decir, por la carrera 17 entre calles 25 y 26, ahí, donde queda ahora el premiado Palacio Municipal, “gozando de un viento helado que sopla en estos momentos y contemplando la alegría de los frondosos árboles de la Plaza Bolívar, que sacuden alegremente sus ramajes”, escribía Casta J. a las seis de la tarde del 5 de febrero.

Uno lee estas frases y muchas otras de la Carta Azul y en otras cartas que escribió (innumerables), y constata su espíritu de poeta romántica. Es claro que Casta J. pertenece a esa especie de la humanidad que vive (vivió) poéticamente, como dijo el poeta Armando Rojas Guardia.

Esta descripción poética que hace Casta J. de la noche de 5 de febrero, le sirve de pórtico para contarle a su amigo una experiencia conmovedora, que hirió su sensibilidad humana y de Maestra, y que vivió apenas hace horas en la acera de la sede del “Mosquera Suárez”.

Al llegar a la esquina de la casa observo de repente a un muchachito, como de siete años, con la espalda desnuda, hecho un ovillo. La cabeza pegada a los pies”, le escribe Casta J. a su amigo Sosa que está de viaje por Los Andes, como representante de ventas de una gran empresa extranjera. Cuando el niño logra incorporarse ante la insistencia cariñosa, maternal, de la Maestra, le cuenta que perdió los pantalones en el río y llora desconsoladamente. El niño tenía “la blusita puesta por delante y amarrada a la cintura por las dos mangas, está con las espalditas desnudas, soportando este gran frío que hay, en plena calle”, se conmueve Casta J. y le ofrece al niño llevarlo a su casa o mandar a buscar la ropa. El niño no acepta ninguna de las propuestas y le indica que vive cerca y le señala la casa.  

Permítanme leerles cómo sigue y termina esta historia de nuestra homenajeada:

…y cuando intento dirigirme allá [la casa donde vive el muchachito], veo una señora gorda, que se acerca. Es la dueña de la casa. Verlo y desatarse en improperios contra el chico, fue una sola cosa. Intervengo conciliatoriamente. Le digo que lo lleve a la casa para vestirlo, que seguramente ha sido obra de algunos amiguitos, habérselo llevado al río. La señora airada me dice que yo le tengo lástima porque no conozco lo vagabundo que es. Dice que es un perdido y otras palabras horribles, que no debiera escuchar nunca un niño de tan tierna edad. El niño llora con una desesperación espantosa. Sabe, porque se lo ha dicho la ponderada señora, que le van a dar una paliza al llegar. Se va y lo deja. Estoy llena de una compasión sin límites. Desearía tener el poder de llevarlo a casa; vestirlo, darle de comer y luego aconsejarlo, o castigarlo en otra forma. La humillación, el castigo físico, el insulto, no es panacea que cura a nadie. Es contraproducente. Invita más bien a la rebeldía. Pero no puedo hacer nada. El niño se niega a ir a la casa. No ha comido en todo el día. Está morado de frío. Al fin lo paro y voy personalmente a llevarlo. Se lo entrego a la señora y me vengo horrorizada de lo que le van a hacer. No puedo evitarlo porque ni siquiera conozco a esa familia”.

Luego Casta J. reflexiona sobre los derechos de los niños y la manera adecuada de educarlos, de formarlos, de acuerdo con toda la literatura que ya se había publicado sobre el tema.

Ahora pienso que esta mujer carece, no solamente de sexto sentido, sino de todo sentido. Cruel, déspota, con la cara mal pintada, parecía un payaso. Así mismo debe tener el alma”, escribe la Maestra indignada ante un niño maltratado y humillado.

Esta escena le daña esa noche tan hermosa a Casta J. y se lo cuenta a su amigo Sosa: “No se puede ni salir a gozar del fresco. Se me olvidó la luna, que me había puesto romántica, la brisa fresca, todo…”

Así cierra esta historia nuestra homenajeada, ocurrida el 5 de febrero de 1943, ahí, muy cerca de la Plaza Bolívar de nuestra ciudad.

Jairo García Méndez

III

Oriente y Occidente

Josefina González Vargas y Casta J. Riera comienzan a “cartearse” en el año 1944, se declaran amigas, una en el Oriente (Cumaná) y la otra en el Occidente del país. Las une la lucha por la igualdad y la reivindicación de los derechos de la mujer, esa fuerza civilizatoria que tiene sus raíces en la Colonia y manifestaciones en el siglo XIX, pero que se organiza como fuerza social, cultural y política, a partir de 1936, cuando Venezuela entró en el siglo XX, al decir de Mariano Picón Salas.

Sin duda alguna, estas dos mujeres se unen desde las regiones a mujeres como Carmen Clemente Travieso, Josefina Ernst, María Teresa Castillo, Panchita Soublette Saluzzo, entre otras, quienes en Caracas fundan la Asociación Venezolana de Mujeres y otras organizaciones que comprendieron  que era a través de la lucha organizada, la difusión de ideas, la formación en talleres y conferencias, y la creación de organizaciones asistenciales para las más vulnerables, como conseguirían la ansiada, justa y digna igualdad.

De manera simultánea, tanto Josefina en el Oriente del país, como Casta J. en Occidente, venían trabajando en el mismo sentido: fundar instituciones para el acceso a la educación y la cultura de las mujeres, luchar por los derechos sociales y políticos, a la par que generaban oportunidades para uno de los sectores más vulnerables de la población, los obreros y obreras.

El día 4 de junio de 1944, Josefina le escribe a Casta J.: “Me dice de formar aquí un Centro Femenino, le diré que estoy preparando el terreno para organizar en ésta la sección de la Cultural Femenina, aún cuando bien sabe lo difícil que se nos hace organizar todas estas cosas en la Provincia donde no se nos comprende y sobretodo si el campo es una ciudad como esta donde sus mujeres son indolentes”.

En el archivo privado de Casta J., hay cientos de cartas para reconstruir la formación histórica del movimiento feminista en las regiones venezolanas, pues el de Caracas ha sido bien documentado. Casta J. organizó a través de su intensa correspondencia una verdadera red del liderazgo femenino en la llamada “provincia” venezolana, que contribuyó decisivamente a la presencia de mujeres en la Asamblea Constituyente de 1947, cuya Constitución consagró de manera absoluta, por primera vez en el país, la igualdad política y ciudadana de la mujer y el hombre, la primera conquista constitucional del movimiento femenino venezolano.

Casta J. fue protagonista de esta lucha femenina, en el plano teórico, difundiendo en su revista Alas (una de las primeras revistas feministas del país) las ideas más avanzadas, para la época, de la igualdad de género, invitando a conferencistas; pero sobre todo, fue protagonista con el hacer, con la acción, creando instituciones que brindaban las herramientas a la mujer para salir de la “minoridad de edad” a la cual fue sometida por el diseño de la era patriarcal: competencias laborales, formación de la sensibilidad mediante recitales poéticos y conciertos de música, y vinculándolas directamente con el mercado laboral.

IV

La articuladora de las fuerzas de la civilidad

Casta J. Riera fue la gran articuladora de las fuerzas civilizatorias de Barquisimeto en especial y de Lara en general. Esas fuerzas que convirtieron a Barquisimeto en una ciudad cosmopolita en tres décadas (1940-1970). ¿Cómo lo hizo? Con mucho sentido práctico y con “sexto sentido”, como llamaba Casta J.  a la sensibilidad. En esos treinta y tantos años, Barquisimeto pasó de ser un pueblo de “pulperos enfranelados” como dijo despectivamente Guzmán Blanco (en realidad un pueblo bucólico, pacífico y vivible), a una ciudad de frenética actividad comercial, industrial y académica. En los años 70 Barquisimeto se convirtió en la tercera ciudad universitaria más importante del país, y lo sigue siendo. Pero Barquisimeto, no dejó de ser pueblo. En Barquisimeto conviven un pueblo bastante rural y una ciudad cosmopolita, en tensión y en armonía, como son todos los fenómenos sociales.

¿Qué hizo Casta J.?

Primero fundó una Academia, el Instituto “Mosquera Suárez”, que se convirtió rápidamente en el centro cultural de Barquisimeto, es decir, en su Ateneo. No en balde Aníbal Lisandro Alvarado, llama a Casta J. la “Mujer Ateneo”. Y cuando fundó la academia, era una muchacha, una empleada, una secretaria comercial que tenía 27 años y seis meses exactos.

Dentro del Instituto surgió rápidamente el Centro Cultural “Cecilio Acosta”, lo menciono en segundo lugar, y comienzan a desfilar por Barquisimeto, frente a la Plaza Bolívar, pensadores y pensares venezolanos. Les menciono algunos conferencistas invitados por Casta J.: Rómulo Betancourt, Andrés Eloy Blanco, Miguel Acosta Saignes, Federico Brito Figueroa, Rafael Caldera, Luis Herrera Campíns, Isabelita Jiménez Arráiz, Aquiles Nazoa y Pablo Neruda.

Política, poesía, arte, humor, historia y ciencias sociales.

En tercer lugar, la difusión de ideas. Funda la revista Alas y se vincula a la radiodifusión y el periodismo en Lara.

En cuarto lugar, crea bibliotecas. El amor por los libros. El amor por el conocimiento y la humanidad.

Estimula el talento, en quinto lugar, apoya a quienes se acercan con un “librito” bajo el brazo y los edita y publica. Alí Lameda, Salvador Garmendia y Rafael Cadenas, entre ellos. Crea concursos literarios nacionales e internacionales. Se convierte en una mujer mecenas.

En sexto lugar, participa en la creación de instituciones, fundaciones e iniciativas sociales. La Asociación Venezolana de Periodistas, seccional Lara, la Fundación por la Higiene Mental, la Fundación de Amigos de Barquisimeto, el apoyo a la Orquesta Mavare, las actividades de apoyo a los presos y sus familiares.

Y en séptimo lugar, la creación de redes nacionales e internacionales. Casta J. no dejaba de responder ninguna carta. Se relaciona con escritores, políticos, académicos, músicos, artistas plásticos y con todos quienes la visitaban en la Academia, en su casa y con quienes se topaba en la calle.

Atendía a todos sin ningún tipo de discriminación. “Parezco un ministro sin cartera” o “soy la secretaria de todos los desposeídos, le dijo con humor a su amigo Sosa Montes de Oca, en la Carta Azul.

En resumen: educación, cultura, libros, instituciones, redes y difusión, parecen ser las palabras claves para sacar a un pueblo del atraso, y convertirlo en una ciudad cosmopolita.

No lo hizo sola, por supuesto. Concurrieron otras voluntades y articuladores de las fuerzas económicas, religiosas y organizacionales. Pero fue la sensibilidad femenina necesaria para el éxito de esa gran paideia que se vivió en Barquisimeto en esas tres décadas de luz (1940-1970), y que nos convirtieron en lo que somos.    

V

Los números de Casta J

Casta J. fundó directamente cinco instituciones privadas, participó en la constitución y sostenimiento de por lo menos diez instituciones asociativas y gremiales, fundó una revista que tuvo cinco años de vigencia, sostuvo un programa de radio que duró más de 30 años y más de 800 programas, organizó más de 400 conferencias con invitados nacionales e internacionales; en el “Mosquera Suárez” pasaron o se inscribieron 13.685 alumnos y egresaron 3.911 graduados, en 36 promociones. El 20% aproximadamente eran becados.

Fue mecenas de por los menos 20 escritores y artistas.

Patrocinó la publicación de ocho libros en su editorial y colaboró con cientos de publicaciones.

Escribió no menos tres mil cartas, aparte de las familiares e íntimas.

VI

Y hablaron de ella

Se ha publicado suficiente sobre los reconocimientos recibidos por Casta J. Los privados y oficiales. Yo me referiré a las opiniones de algunos intelectuales prestigiosos sobre las actividades desplegadas por nuestra homenajeada.

Haré referencia a José Manuel Briceño Guerrero, uno de los filósofos más importantes de Latinoamérica, que siendo estudiante de bachillerato en el Lisandro Alvarado, fue contratado por Casta J. para que les diera clases de inglés a las estudiantes del Mosquera Suárez, además de haber sido motivado por ella a publicar sus poemas, sus escritos.

También me apoyaba Casta J. Riera, bella mujer”, comienza el prestigioso filósofo, al elaborar una breve semblanza de la Maestra. “La visitaba un escritor famoso llamado Mariano Picón Salas y un poeta llamado Ramón Sosa Montes de Oca”, sigue el Maestro Briceño. Precisamente, Sosa fue el destinatario de la Carta Azul.

En el Mosquera Suárez tuvo Briceño Guerrero el primer encuentro con el pensamiento hermético que lo marcaría toda la vida. Gran parte del pensamiento del filósofo de la Universidad de Los Andes está enfocado a desentrañar los misterios, lo tembloroso, que escapan al pensamiento teórico-científico o moral-práctico.

Cuenta una anécdota de una reunión con Casta J. que la retrata: “Mientras hablábamos”, dice el maestro Briceño, “llovía ‘ventiao’; el agua se metía por la ventana y comenzaba a mojar los papeles de su escritorio. Yo me levanté para cerrar la ventana. Ella me detuvo: ‘La lluvia vale más que esos papeles’”.

Uno de los protagonistas de la paideia que transformó a Barquisimeto en una ciudad cosmopolita, conservando y valorando sus tradiciones, fue Raúl Azparren. Gran amigo y compañero de sueños y de luchas de Casta J. En una bella semblanza que elabora Azparren con ocasión del homenaje que le rindiera el Rotary Club a nuestra homenajeada, se refiere a la “innumerable actividad que como Maestra y en el campo de la cultura cumple Casta J. Riera”, y para resaltar con orgullo y alegría esa faceta, cita una frase prodigiosa del maestro español Ramón y Cajal: “Representa algo el hecho de ser padre, pero es más aún el ser Maestro”, pues este es “como alcanzar la paternidad más alta y más noble, o como corregir y perfeccionar la obra de la naturaleza, lanzando al mundo, poblado de flores comunes y corrientes, una flor nueva, que acredita la marca de fábrica del jardinero de almas, y que se distingue de la muchedumbre de las flores humanas por su matiz raro, precioso y exquisito”.

No solo fue jardinera de almas Casta J., sino que supo honrar a sus maestros, el más notable entre ellos, Sinforiano Mosquera Suárez, a quien eternizó bautizando con su nombre la Academia y a quien recordaba todos los años de manera pública en las celebraciones de los aniversarios del Instituto. La relación maestro-discípulo debe ser potenciada para la nueva paideia que espera la ciudad.

El 7 de julio de 1955, el profesor de la Universidad Central de Venezuela, antropólogo, historiador y poeta,  Miguel Acosta Saignes escribe un reportaje para El Nacional sobre el décimo octavo aniversario del Instituto Mosquera Suárez y hace un retrato de Casta J. “Solo muy decidida voluntad o claridad de propósito”, inicia Acosta la reseña periodística, “o sentido cabal de realizar una misión, pueden conducir en el Interior de la República al cumplimiento de ciertas labores como las realizadas por Casta J. Riera en la Institución Mosquera Suárez”.

Acosta Saignes había sido invitado por Casta J. a participar en las ya acostumbradas conferencias que se celebraban frente a la Plaza Bolívar y a impartir cursos y talleres de formación para los periodistas larenses en la Asociación Venezolana de Periodistas, seccional Lara, cuya creación fue impulsada por Casta J. y dirigida por ella durante más de 10 años.

Cuenta Acosta Saignes que Casta J. se quejaba de que no le quedaba tiempo para leer más, para formarse más, para estudiar temas que le interesan con mayor profundidad, que el tiempo se le va y no lo hace. Esta es quizás unas de las pocas quejas -que se sepa- de Casta J. El periodista observa frente a esta queja: “Su labor ha sido y es otra: No la de estudiar, sino la de hacer estudiar; no la de empeñarse en la publicación de obras propias, sino la de editar en Barquisimeto cuanto puede al alcance de su institución; no la de llevar desde allí su voz a pueblos lejanos, sino la de hacer oír en la capital larense la de otros lugares”.

También escribieron sobre ella, Aníbal Lisandro Alvarado (“La Mujer Ateneo”), Luis Alberto Eslava, Alberto Castillo Arráez, Hermann Garmendia, Luis Cordero Velásquez, Adalberto Olarte, Carlos Mujica y ese gran poeta que acompañó las últimas celebraciones de los aniversarios del “Mosquera Suárez”, y que el cronista, abogado y musicólogo Iván Brito López está empeñado en sacar del olvido: Manuel Felipe López.

Hace seis años, nuestro Premio Cervantes, el poeta barquisimetano Rafael Cadenas, a pesar de que estaba en duelo por el reciente fallecimiento de su esposa, se tomó un tiempo para recordar a Casta J. con ocasión de un Viernes de Palabra que celebramos en la Plaza Lara.

Nos dirigió a todos los barquisimetanos, estas palabras:

Queridos amigos de Barquisimeto:

Ya que no puedo estar con ustedes presencialmente, van estas palabras que quieren manifestarles mi adhesión al tributo que le rinden a Casta J. Riera, mujer excepcional que los larenses debemos tener presente… ¡Cuánto realizó Casta J.! Calladamente, con humildad, fundó un instituto de enseñanza, la Academia Mosquera Suárez, creó la Revista Alas, tuvo un programa de radio, “Panorama cultural venezolano” los domingos por treinta años, editó libros, todo su hacer fue en aras de la educación. Por cierto que en la academia se presentó por primera vez como recitador Omar González, quien después fue un actor muy conocido.

También acogió a jóvenes aspirantes a escritores. Fue gracias a ella que publicaron sus primeras tentativas. A Salvador Garmendia le editó El parque, relato que por su brevedad llamó novelín y ustedes conocen todo lo que logró después; a Elio Mujica, un poema, “Meridiano terrestre”; a Alberto Anzola un conjunto de sonetos; a mí, Cantos iniciales y a otros autores más maduros como Elisio Jiménez Sierra, ya un clásico, Archipiélago doliente, y Polvo del tiempo a Alí Lameda. Quisiera extenderme más, pero en este momento me es difícil”.          

VII

Todo lo bello es azul.

La Carta Azul es una obra inédita de Casta J., escrita desde el 30 de enero hasta el 8 de marzo de 1944.  No fue escrita, expresamente, con pretensiones literarias ni para ser publicada (en principio). Así que reposó en los archivos privados de Casta J. y luego en los de sus herederos, hasta 1994. Es decir, permaneció totalmente desconocida para el público durante 50 años. Solo fue leída en su momento por tres personas: Ramón Sosa Montes de Oca, el destinatario, “una amiga comprensiva y un amigo a quien estimo mucho porque lo sé valioso y discreto”, dice en una de las últimas páginas.

La Carta Azul fue escrita en papel de color azul y en una máquina Underwood, y está conformada por dos cartas, enviadas por correo en tres partes, a tres pueblos andinos, mientras su destinatario, con espíritu de artista y poeta, asiduo visitante de la señorita Casta J., según Briceño Guerrero, recorría Los Andes venezolanos como representante de ventas de una importante empresa extranjera. El propósito de la carta era entretener y sacar de las aburridas conversaciones comerciales, a su destinatario.

Casta J. escribe sobre su vida diaria de manera amena, divertida, a veces desenfadada, reflexiva, profunda, y sobre la vida del centro de Barquisimeto. Habla de sus recorridos diarios desde su casa de habitación en la calle 29, entre carreras 17 y 18, hasta la sede inicial del Instituto, en la carrera 17, entre calles 25 y 26, justo donde hoy queda el Palacio Municipal, frente a la Plaza Bolívar.

Se trata de una Casta J. de 34 años que vive con su abuela, su mamá de crianza, que observa la vida pueblerina con detenimiento y compasión; que atiende a todos quienes la soliciten, sin ningún tipo de excepción; que critica la hipocresía, la doblez, el conservadurismo y mojigatería de ciertas personas de las clases adineradas de Barquisimeto; que comenta los acontecimientos locales, nacionales e internacionales con mucha solvencia e información; que reflexiona sobre el cultivo de la sensibilidad, sobre los derechos de la mujer, sobre la igualdad de género; que muestra su alma noble, compasiva, que resume en su lema: “Siempre al servicio de los otros”.

También nos revela una Casta J. con mucho humor. La manera como describe a su querida abuela y mamá, es una delicia. Quizás por eso también invitó como conferencistas a Andrés Eloy Blanco, Leoncio Martínez y Aquiles Nazoa.

Nos habla de un enamorado, “un loco de extrañas manías”, que cuando perdía la razón era capaz de declararle su amor desde la Plaza Bolívar y que un día se presentó en la Academia con su ropa, sus zapatos y su máquina de escribir, decidido a instalarse a vivir en el “Mosquera Suárez”, porque se sentía parte de la Academia.

Casta J. describe lo ocurrido con su extraño enamorado, con dulzura, sensibilidad, respeto por las enfermedades mentales, y quizás eso la llevó a impulsar, apoyar, la constitución de la Fundación por la Higiene Mental.

Descubrimos en esta obra a una Casta J.  con gran sensibilidad por los animales y el derecho y obligación de los seres humanos a evitar y precaver el sufrimiento innecesario de estos seres de la naturaleza. Hay que verla defendiendo las palomas y sus pichones que se alojaban en el techo de la Academia. Sobre este tema también reflexiona en la Carta.

No se trata de una simple Carta para su amigo poeta y que tiene el oficio de vendedor como trabajo alimenticio, el cual le aburría. Se trata de una pequeña obra literaria maestra, del género epistolar, de la escritura íntima que tanto apasionaba a nuestro literato recientemente fallecido, Freddy Castillo Castellanos. Si la hubiera conocido, Freddy habría puesto de ejemplo en sus talleres de diarios y de literatura íntima, ya legendarios.

En la Carta Azul está descrita la madera de la que estaba hecha Casta J., su filosofía de vida, la manera como sentía y observaba el mundo, y el propósito vital que en unión de algunos de los barquisimetanos más brillantes, transformó a Barquisimeto de un pueblo bucólico, esquinero, semi rural, de pequeñas bodegas, en una ciudad comercial, industrial, universitaria y cosmopolita, mediante una gran paideia, mediante una gran empresa cultural, de formación, de educación, institucional y profundamente civil y ciudadana, en apenas 30 años (1940-1970).  

Casta J. fue una jardinera de almas, una jardinera de la ciudad de Barquisimeto.  


Nota final: Este discurso se inscribe dentro de las actividades destinadas al lanzamiento del Año Jubilar Casta J. Riera, iniciativa de la Fundación de Amigos del Casco Histórico de Barquisimeto, Consejo Consultivo de la Ciudad de Barquisimeto, Universidad Centro Occidental Lisandro Alvarado, Fundación Buría, Comisión de Cultura del Consejo Legislativo del Estado Lara y su Orden Casta J. Riera y la familia, herederos y protectores de la memoria de esta gran mujer. El Año Jubilar tiene como objetivo revalorizar las contribuciones de Casta J. Riera al desarrollo educativo, cultural, periodístico, social y de las políticas públicas sobre la mujer y sus reivindicaciones, y como una gran constructora de ciudadanía y lucha por los más vulnerables de la población.     

Por: Jairo García Méndez Imágenes tomadas del Registro Fotográfico parcial del Archivo de Casta J. Riera, elaborado por la ingeniero y fotógrafa Martha Marchado Ducoing