El llamado “efecto dominó” también aplica a la enfermedad. La dolencia en un órgano puede tener consecuencias en otro. Por ejemplo, la Enfermedad Renal Crónica (ERC) aumenta significativamente el riesgo de deterioro cognitivo y demencia. Es una intrincada red de conexiones cuyo conocimiento ayuda a comprender y abordar mejor las distintas patologías
Por: Dra. Karen Courville, FACP, SNI

La Dra. Karen Courville es egresada de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá. Realizó estudios en Medicina Interna y Nefrología en el Complejo Hospitalario Dr. Arnulfo A. Madrid. Tiene un Fellow en Investigación Renal del Instituto Mario Negri en Bérgamo, Italia. Investigadora del Instituto de Ciencias Médicas de Las Tablas. Miembro del Sistema Nacional de Investigación (SNI)
Una evaluación profunda de las interconexiones entre diferentes órganos del cuerpo revela una compleja red de comunicación y dependencia mutua, donde la enfermedad en uno puede iniciar o agravar una patología en otro. Este es el caso de las relaciones entre el riñón y el cerebro, el intestino y el riñón, el intestino y el corazón, y el corazón y el riñón, ejes de comunicación bidireccional cuya comprensión es vital para el manejo integral de la salud.
Riñón y cerebro

La conexión entre el riñón y el cerebro es un claro ejemplo de cómo la salud vascular y la acumulación de toxinas pueden impactar órganos distantes. La evidencia científica demuestra que la Enfermedad Renal Crónica (ERC) aumenta significativamente el riesgo de deterioro cognitivo y demencia, especialmente de tipo vascular, mediante algunas conexiones, como la acumulación de toxinas urémicas, la inflamación y la anemia.
- Daño vascular común: Tanto los riñones como el cerebro poseen una red microvascular muy densa y sensible. Condiciones como la hipertensión y la diabetes dañan estos pequeños vasos, afectando la filtración en el riñón (tasa de filtración glomerular) y la perfusión en el cerebro. Este daño en la microvasculatura cerebral es una de las causas principales de la demencia vascular.
- Toxinas urémicas: Cuando los riñones fallan, no pueden eliminar eficazmente los productos de desecho del metabolismo, conocidos como toxinas urémicas. La acumulación de estas toxinas en la sangre puede ser directamente neurotóxica, dañando las neuronas, promoviendo la inflamación y el estrés oxidativo en el tejido cerebral.
- Inflamación crónica: La ERC es un estado proinflamatorio crónico. Las moléculas inflamatorias circulantes pueden cruzar la barrera hematoencefálica (la barrera protectora del cerebro), contribuyendo a la neuroinflamación, un factor clave en el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas.
- Anemia: Los riñones producen eritropoyetina, una hormona esencial para la producción de glóbulos rojos. En la ERC, la producción de esta hormona disminuye, causando anemia, lo que reduce el suministro de oxígeno al cerebro y puede afectar la función cognitiva.
En sentido inverso, aunque menos estudiado, eventos cerebrovasculares agudos como un ictus pueden desencadenar una respuesta de estrés sistémico que afecte la perfusión renal y contribuya a una lesión renal aguda.
El eje intestino-riñón

La comunicación entre el intestino y el riñón es un campo de investigación en auge. Se ha establecido que la salud de la microbiota intestinal (los billones de microorganismos que habitan en nuestro tracto digestivo) tiene un impacto directo en la función renal.
- Disbiosis y barrera intestinal: En pacientes con ERC, el ambiente urémico altera la composición de la microbiota intestinal, un fenómeno conocido como disbiosis. Esto favorece el crecimiento de bacterias que producen toxinas y debilita la barrera intestinal, haciéndola más permeable.
- Producción de toxinas urémicas: Una microbiota alterada produce mayores cantidades de toxinas urémicas a partir de la dieta, como el sulfato de indoxilo y el sulfato de p-cresilo. Al ser la barrera intestinal más permeable, estas toxinas pasan fácilmente a la circulación sanguínea.
- Carga renal e inflamación: El riñón es el principal órgano encargado de eliminar estas toxinas de origen intestinal. En un riñón ya enfermo, esta carga tóxica adicional acelera la progresión del daño renal. Además, estas toxinas promueven la inflamación sistémica y el estrés oxidativo, afectando tanto al riñón como al sistema cardiovascular.
La relación es bidireccional, ya que la propia uremia de la ERC empeora la disbiosis y la permeabilidad intestinal, creando un círculo vicioso que acelera la enfermedad.
Intestino y corazón: El eje intestino-corazón

De manera similar al eje con el riñón, la microbiota intestinal juega un papel crucial en la salud cardiovascular. Lo que comemos y los microorganismos que lo procesan pueden influir directamente en el riesgo de enfermedades cardíacas.
Mecanismos de conexión
- Metabolitos tóxicos (TMAO): Ciertas bacterias intestinales metabolizan nutrientes presentes en alimentos como la carne roja y los lácteos altos en grasa, produciendo una sustancia llamada trimetilamina (TMA). El hígado convierte la TMA en óxido de trimetilamina (TMAO). Niveles elevados de TMAO en sangre se asocian con un mayor riesgo de aterosclerosis (acumulación de placa en las arterias), infarto de miocardio y accidente cerebrovascular, ya que promueve la inflamación y la formación de coágulos.
- Inflamación sistémica: Una microbiota desequilibrada y una barrera intestinal permeable pueden permitir el paso de componentes bacterianos, como los lipopolisacáridos (LPS), a la sangre. Esto desencadena una respuesta inflamatoria de bajo grado en todo el cuerpo que contribuye al desarrollo y la inestabilidad de la placa de aterosclerosis.
- Producción de Ácidos Grasos de Cadena Corta (AGCC): Por el contrario, una microbiota sana, alimentada con fibra de frutas y verduras, produce AGCC como el butirato. Estos compuestos tienen efectos antiinflamatorios, ayudan a controlar la presión arterial y mejoran la salud metabólica, protegiendo así al corazón.
Corazón y riñón: El síndrome cardiorrenal

La interdependencia entre el corazón y el riñón es tan estrecha que su disfunción combinada se reconoce como una entidad clínica específica: el Síndrome Cardiorrenal (SCR). Esta relación es bidireccional y se clasifica en cinco tipos según qué órgano falla primero y si la condición es aguda o crónica.
- SCR Tipo 1 (Agudo): Un empeoramiento agudo de la función cardíaca (ej. insuficiencia cardíaca aguda) lleva a una lesión renal aguda. La reducción del bombeo de sangre disminuye el flujo sanguíneo a los riñones, causando daño.
- SCR Tipo 2 (Crónico): La insuficiencia cardíaca crónica conduce a una enfermedad renal crónica progresiva. La congestión venosa y la baja perfusión a largo plazo deterioran la función renal.
- SCR Tipo 3 (Agudo): Una lesión renal aguda (ej. por una infección o toxinas) causa una disfunción cardíaca aguda (ej. arritmias, insuficiencia cardíaca). La sobrecarga de líquidos, las alteraciones electrolíticas y la inflamación aguda afectan al corazón.
- SCR Tipo 4 (Crónico): La enfermedad renal crónica conduce a enfermedades cardíacas, como hipertrofia ventricular izquierda (agrandamiento del corazón), fibrosis y un riesgo muy elevado de eventos cardiovasculares. Esto se debe a la hipertensión, sobrecarga de volumen, anemia, inflamación y toxinas urémicas.
- SCR Tipo 5 (Secundario): Una enfermedad sistémica como la diabetes, el lupus o la sepsis afecta simultáneamente a ambos órganos.
En resumen, el cuerpo humano funciona como un ecosistema integrado. La salud de un órgano no puede considerarse de forma aislada. Comprender estas conexiones es fundamental para desarrollar estrategias de prevención y tratamiento que aborden las causas subyacentes de las enfermedades y no solo sus síntomas, reconociendo que cuidar el intestino puede proteger el corazón y que mantener los riñones sanos es crucial para la salud del cerebro.
Por: Dra. Karen Courville, FACP, SNI