El poder de la comunicación para representar las violencias contra las mujeres lleva sobre la mesa del debate científico y social más de dos décadas. Sin embargo, tras 25 años de manuales sobre cómo abordar periodísticamente la violencia de género, persiste una cobertura inadecuada que todavía la romantiza o simplifica su abordaje como violencia afectiva
Por: Belén Zurbano Berenguer Publicado por Science Media Centre España

Investigadora especializada en estudios de género y medios de comunicación, profesora titular en la facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla
La conmemoración del 25N, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia de Género, constituye un recordatorio siniestro de la persistencia global de las agresiones ejercidas contra mujeres y niñas por el mero hecho de serlo.
Sobre una base biológica que diferencia unos cuerpos de otros se han construido históricamente roles, estereotipos y comportamientos desiguales que sostienen un sistema social patriarcal. Esta estructura no solo reproduce desigualdades, sino que además sostiene múltiples formas de violencia que afectan cada día a mujeres, niñas y otras identidades vulnerabilizadas.
La labor que la comunicación puede ejercer como herramienta que posibilite el fin de estas violencias lleva sobre la mesa del debate científico y social más de veinte años.
Es bien conocida la máxima de que “aquello de lo que no se habla no existe”, tan cierta como la que afirma que “según se cuente, así se entiende”. Es el poder de la agenda: los medios hacen que comencemos a pensar y a hablar de un asunto cuando comienzan a hablar de él. Y también interviene la conocida como “teoría del framing” [encuadre]: la elección de palabras y enfoques condiciona la percepción pública. No es lo mismo hablar de “avalancha de migrantes”, expresión que sugiere riesgo y exceso, que referirse a un “grupo de personas” o incluso aportar una cifra concreta. Los hechos no cambian: lo que se modifica es su interpretación social.
Fueron los movimientos feministas los que impulsaron esta toma de conciencia social y política a la que se sumaron medios de comunicación e instituciones
En el ámbito de las violencias contra las mujeres ocurre igual —a pesar de las denominaciones institucionales y socialmente aceptadas, las “violencias contra las mujeres” y las “violencias machistas” en plural son las terminologías que suelo emplear—. Hasta que no comenzaron los medios de comunicación a informar sobre ello, parecía que no existía. Podía conocerse a una vecina que tal vez… Pero no era percibido como un problema social. La introducción progresiva en la agenda de los medios le dio visibilidad pública y contribuyó a su dimensión y priorización como problema social. Digo “contribuyó” porque, como bien explican Esperanza Bosch y Victoria A. Ferrer o Ana de Miguel, fueron los movimientos feministas los que impulsaron esta toma de conciencia social y política a la que se sumaron posteriormente medios de comunicación e instituciones.
En una segunda etapa, ya promulgada la Ley Integral 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, los medios fueron adoptando progresivamente un cambio de mirada. De sucesos luctuosos, crímenes pasionales y crónicas negras fueron transitando hacia enfoques que denunciaban estas agresiones como atentados contra los derechos humanos.
Ética comunicativa
Se trata de un proceso en dos fases: primero, hablar de ello porque, si no lo nombramos, (parece que) no existe. Y, en segundo lugar, hablar bien (por eso se trabaja desde el paradigma de la ética comunicativa).
La comunicación tiene el inmenso poder de modelar la percepción social de los fenómenos sociales. Por ello, si cuando nos referimos a las violencias basadas en el género ilustramos únicamente con fotografías de mujeres de mediana edad y con rasgos físicos de violencia (moratones, sangre…), podemos generar la idea equivocada de que la violencia de género es el conjunto de agresiones físicas que ocurren a mujeres de esa franja de edad. O, si cuando escribimos sobre asesinatos machistas, únicamente lo hacemos cuando el agresor es o ha sido pareja de la mujer asesinada, podemos inducir a pensar que la violencia de género tiene que ver con el ámbito afectivo.
Como señala la catedrática de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Burgos María Isabel Menéndez, “la capacidad mediática para intervenir en la forma en que se percibe el mundo prescribiendo la posición desde la cual es adecuado observar la realidad social influye en el funcionamiento social”.
De hecho, esto ya ha ocurrido en ámbitos como el de las campañas institucionales de prevención de las violencias y no han sido pocas las reflexiones que se han suscitado sobre los efectos de la construcción político-comunicativa de la violencia de género y sus efectos en la población adolescente. “La sobrerrepresentación de la violencia física que hemos descrito en la publicidad institucional puede derivar en que muchas mujeres, que sufren acoso psicológico, entiendan su problema como más leve o menor, y, por tanto, no se planteen considerarlo como maltrato ni traten de buscar ayuda”, reflexionaba la investigadora Diana Fernández-Romero de la Universidad Rey Juan Carlos.
Y, si las violencias son el conjunto de las agresiones físicas a las que son sometidas las mujeres de mediana edad en entornos afectivos-de pareja, ¿qué son esos malestares que ocurren en parejas de otras edades?, ¿cómo denominamos a las agresiones sexuales en entornos públicos?, ¿qué son todas esas otras cosas que nos ocurren a las mujeres?
En 1999, después del asesinato de Ana Orantes, se publicó el primer manual en España sobre cómo abordar periodísticamente la violencia de género para generar beneficio social y huir de los estereotipos
Cuando hablamos de comunicar las violencias responsable o éticamente, hacemos referencia implícita a la posibilidad transformadora que tiene la comunicación, tanto para favorecer su visibilidad como para promover su comprensión (las agresiones son complejas por su carácter multidimensional e interseccional) y sensibilizar en su rechazo a la ciudadanía.
Conscientes de esta capacidad se elaboró ya hace más de veinticinco años el primer documento sobre cómo abordar periodísticamente este problema con el objetivo de generar beneficio social y huir de los estereotipos que se venían produciendo en su cobertura: Cómo tratar bien a los malos tratos manual de estilo para los medios de comunicación (Instituto Andaluz de la Mujer, 1999).
Antes de este momento, las agresiones machistas no aparecían en los medios de comunicación y, cuando lo hacían, era en términos pasionales y luctuosos y en contenidos que ahondaban en detalles morbosos y juicios morales. El asesinato de Ana Orantes en 1997 tras haber declarado en la televisión la vida de agresiones a la que había sido sometida generó un impás en el ecosistema mediático del momento. El decálogo generado fue solo el primero de los pasos del ámbito mediático-profesional que se dieron para aterrizar esa idea de que la comunicación podía ser una potente aliada en la erradicación de estas violencias.
Manuales y recomendaciones
Una de las últimas compilaciones en el área, Tratamiento ético de la violencia de género en los medios (2024), maneja la cifra de 48 documentos ético-deontológicos publicados entre 1999 y 2022 en el estado español, así como una selección de textos académicos al respecto y un repertorio representativo de los materiales del contexto internacional. En estos materiales, que toman forma de listado de recomendaciones, decálogos o manuales breve de estilo, se incluyen recomendaciones claras, operativas y ágiles (realistas) para practicar ese periodismo transformador que contribuya a erradicar las violencias desde el conocimiento y la sensibilidad social; además, se propone un trabajo de evaluación basado en indicadores que facilite la labor de reflexión previa necesaria para adecuar los contenidos informativos sobre violencias contra las mujeres a los mínimos éticos existentes.
Algunas de las recomendaciones que se encuentran en estos documentos son: nombrar correctamente las violencias y explicar su origen en el género; categorizarlas como violaciones de los derechos humanos y ataques a la dignidad e integridad de las mujeres; no asediar a las víctimas y a sus allegados/as para obtener declaraciones al calor de los hechos; respetar la intimidad de las víctimas y familiares en los materiales gráficos y audiovisuales; emplear de forma prioritaria fuentes expertas o institucionales pero nunca vecinales o no especializadas; aportar cifras sobre la prevalencia y magnitudes del problema; o incluir siempre el 016 junto con el aviso de que no deja rastro en la factura, pero sí en el registro de llamadas realizadas en los dispositivos móviles.
Si tuviéramos que recomendar alguno, el que encontramos más actualizado y completo (es lo que tiene llegar el último y ser elaborado desde la conciencia del periodismo feminista), sería Contar sin legitimar. Violencias machistas en los medios de comunicación, elaborado por Pikara Magazine.
No desmerece esto a ninguno de los anteriores, pues ya sea por pioneros o por innovadores, cada cual aporta su granito, pero este es, sin duda, un material completo, concienzudo y verdaderamente centrado en evitar las revictimizaciones a las que a veces se sigue sometiendo desde el periodismo a las agredidas.
La publicación bienintencionada de manuales de estilo no es suficiente si no va acompañada de una formación especializada efectiva tanto en las redacciones como en las aulas universitarias
¿Y por qué tras 25 años de manuales persiste una cobertura inadecuada de las violencias machistas? No son pocos los materiales ni el tiempo transcurrido, por lo que cabría esperar que el ecosistema mediático se hubiese saneado lo suficiente como para elaborar discursos periodísticos adecuados a las normas ético-deontológicas que se han consensuado en estos últimos años. Sin embargo, y a pesar de las mejoras, las evidencias muestran cómo un importante número de noticias sigue simplificando el abordaje de la violencia de género como violencia afectiva, romantiza la violencia o la minimiza.
Se requiere una reflexión profunda y serena para comprender las diversas causas de esta realidad mediática. Aunque el papel lo acepta todo, la publicación constante y bienintencionada de manuales de estilo no es suficiente si no va acompañada de una formación especializada efectiva tanto en las redacciones profesionales como en las aulas universitarias.
La falta de conocimientos específicos, las rutinas hiperaceleradas del periodismo actual y la ausencia de herramientas aplicadas que permitan una preevaluación de los contenidos informativos adecuándolos a los consensos éticos existentes son tres ámbitos urgentes de explorar. Estos tres elementos constituyen los pilares fundamentales (aunque no únicos) sobre los que debe asentarse el cambio estructural necesario para abordar correctamente las noticias de violencia de género en los medios.
Referencias:
- Bosch Fiol, Esperanza, & Ferrer Pérez, Victoria A. (2000). La violencia de género: De cuestión privada a problema social. Intervención Psicosocial, 9(1), 7–19.
- De Miguel Álvarez, Ana (2008). La violencia contra las mujeres: tres momentos en la construcción del marco feminista de interpretación. Isegoría: Revista de filosofía moral y política, (38), 129–137.
- Fernández Romero, Diana (2013). La incidencia de las campañas institucionales sobre violencia de género en el proceso identitario. Asparkía: Investigació feminista, (24), 126–143.
- Menéndez, Isabel. (2010). Representación mediática de la violencia de género. Análisis de la prensa balear 2004-2008. Palma de Mallorca, España: Edicions Universitat de les Illes Balears.
- Rodríguez, Rosa (2008). Del crimen pasional a la violencia de género. Ámbitos, 17, 171-188.
- Sánchez-Ramos, María, Zurbano-Berenguer, Belén y Edo Ibáñez, Aurora (2024). Tratamiento ético de la violencia de género en los medios. Tecnos.
- Zurbano-Berenguer, Belén (2015). Discurso periodístico y violencias contra las mujeres: aproximaciones a la construcción y valoración de los mensajes informativos en la prensa de referencia en España (2000-2012) [Tesis doctoral, Universidad de Sevilla]. idUS.
Por: Belén Zurbano Berenguer Publicado por Science Media Centre España

