Cuando vuelva diciembre, libro del autor barquisimetano, residenciado en Madrid,es una oportunidad de reencontrarse con el país que vive en sus sabores y se sienta a la mesa de las tradiciones. Hoy 24 de diciembre, la nostalgia es una hayaca que nos arropa y nos conmueve
Por: Violeta Villar Liste
“Una hayaca es todos los tiempos, todos los lugares. Cuando las paladeo, cuando las escribo, como he hecho en este caso, no estoy volviendo a un tiempo anterior, estoy dentro de él y multiplicado en otros mundos y en otros tiempos que no sé nombrar…”, reflexiona Juan Carlos Méndez en este diálogo que nos encuentra con su libro, Cuando vuelva diciembre (La Pereza Ediciones).
Un relato que se sienta a la mesa de la nostalgia, de las vidas que fueron y transcurren, más allá del tiempo y la circunstancia. Hoy es 24 de diciembre y hablar de las hayacas es volver al plato más tradicional de la cena decembrina venezolana; una comida que tiene casa en cualquier parte del mundo donde se encuentre un venezolano. Es un libro de pérdidas y encuentros. De nostalgias que llegan con sus olores y sabores a estremecer.
Disfruten la mesa servida de este diálogo y sus bocados sucesivos.
Los escritores soñamos un libro que quisiéramos leer y al no encontrarlo lo escribimos
¿Qué lugar ocupa Cuando vuelva diciembre en la narrativa de Juan Carlos Méndez Guédez?
-El primer lugar que se me ocurre es el de lo inmediato. Hablamos de mi novela más reciente, libro que por el momento ya puede conseguirse en Estados Unidos.
Te hablo de un libro que soñé diez años, tiempo en el que tomé muchas notas, hablé con mucha gente, le estuve dando vueltas a la forma en que debía escribir este libro. Porque te confieso que me sorprendía y me sigue sorprendiendo que no existiese en Venezuela una ficción que tuviese a las hayacas no como una referencia, como un pequeño momento, sino como el eje central de sus historias.
Son tema primordial de nuestra cotidianeidad decembrina, son el centro de la vida de familias enteras que solo en ese momento del año se reencuentran. Y como bien saben los que escriben ficciones, hay situaciones ideales para desencadenar una historia: las bodas y los entierros, por ejemplo, porque allí congregas en un solo espacio muchos personajes, muchas pasiones, mucha memoria.
Resulta entonces que los venezolanos tenemos un momento perfecto para que suceda una novela entera: esas hayacas en las que se desarrollan tiernísimas complicidades, adorables reencuentros, pero también en la que existen los ajustes de cuentas, las luchas de poder, los rencores, la celebración por lo que se inicia y la melancolía por lo que ha concluido.
Ya se sabe, los escritores soñamos un libro que quisiéramos leer y al no encontrarlo lo escribimos.
Así surgió esta novela que tiene como primera evidencia su fijación en un plato navideño, pero que también es una obra sobre el anhelo de desaparecer, sobre el aprendizaje de los momentos finales, sobre las despedidas.

¿En qué momento la comida comenzó a convertirse en una nostalgia; en una razón para escribir?
-Es difícil saberlo. Pero yo adoro todo hecho que genere escritura, y cierto es que en algún momento descubrí que la comida es memoria, es evocación de historias y estímulo de la imaginación. No se trata solo de un sabor, de unas texturas, de un juego de colores y humo. Todos los sentidos que se activan en ese momento supremo del mordisco vienen cargados de imágenes, de palabras. Nos recuerdan un momento de la vida, nos recuerdan momentos de las vidas de otros o nos hacen imaginar historias posibles.
Hace bastantes años escribí una novela corta que sigue inédita, en la que se reconstruye la vida de una pareja a partir de los platos que acompañaron su tormentosa relación.
Pero por otro lado la idea de las hayacas volvía una y otra vez, hasta que en un verano descubrí que debía hacer como en ciertas series de televisión, y colocar fechas y reconstruir las hayacas que elaboraba una familia en años concretos de su historia.
Así pude reconstruir varios planos anecdóticos: los momentos en que las hayacas sufrían alguna nueva transformación en sus ingredientes; los momentos más importantes de la vida de una familia, o las transformaciones económicas y políticas que iba viviendo Venezuela.
Así que en Cuando vuelva diciembre puede verse como en el principio hay un despegue económico por parte de las familias humildes. Pero también aparece ese momento en que el cambio deriva en una degradación total, en una pérdida de esperanzas y una dispersión dolorosa.
Porque hay algo que debemos tener claro: las hayacas de este momento en Venezuela son unas hayacas que también tienen mucha tristeza; falta mucha gente que no debería faltar.
¿En qué se parece una hayaca a la magdalena que desencadena esa cascada de recuerdos del célebre momento del volumen Por el camino de Swann, de Proust, en su novela En busca del tiempo perdido?

-Fíjate que yo leí a Proust entre Barquisimeto y en La Vigia, un caserío cerca de Guarico, durante unas vacaciones decembrinas. Hace mil años de eso, pero la vida tiene esas conexiones. Más o menos en esa geografía he ubicado Cuando vuelva diciembre. Pero pienso que más que el sabor, el mecanismo de la memoria expuesto en mi novela es el del olfato.
Un personaje que tiene muchos años viviendo en Europa, durante un viaje veraniego a Asturias y Galicia comienza a sentir el olor de las hayacas de su familia, un olor que se le aparece en momentos y lugares insólitos.
Así descubre que esas crisis que él está viviendo a nivel personal (lo acaban de echar del trabajo, su amante de muchos años acaba de casarse) le exigen una gran decisión, y esa decisión es regresar a la casa de infancia para hacer de nuevo las hayacas con los suyos.
Es un olor lo que dispara la novela, un olor fantasmal, pues en agosto el aire de Gijón o de A Coruña no puede oler a hayacas, pero él siente ese llamado. Su mundo se derrumba, pero para cerrar el mundo, él debe retornar a su casa de infancia y sentir el aroma de las hojas de plátano, el aroma del guiso y de todos los otros ingredientes. Debe sentir ese aroma y luego comer esa hayaca en la que reposa todo lo bello que ha tenido su vida y la vida de los suyos.
Una hayaca es todos los tiempos
¿Escribir de diciembre, de Navidad y hayacas es una manera de recuperar el país o ni en la memoria es posible volver? Acaso, ¿es un tiempo perdido?
-La escritura es tiempo recobrado. Cuando leo o escribo, no estoy en mi presente sino en el lugar y en el instante cuando suceden las palabras del libro en el que me encuentro.
Diciembre, navidad, hayacas…claro que son partes extraviadas de la vida. A todos nos pasa. Pero al escribir esa historia justamente quise estar dentro de esos olores y sabores, dentro de esas sensaciones, porque el ritual de preparar las hayacas y luego comerlas es una conexión viva.
Cuando comes una hayaca, otra vez estás comiendo la primera hayaca que probaste en tu infancia, y a un mismo tiempo eres niño, eres joven y adulto y anciano. Estás en el presente, pero estás en el futuro y en el pasado con todos los que te quisieron o que te importaban.
Una hayaca es todos los tiempos, todos los lugares. Cuando las paladeo, cuando las escribo, como he hecho en este caso, no estoy volviendo a un tiempo anterior, estoy dentro de él y multiplicado en otros mundos y en otros tiempos que no sé nombrar.

–En Cuando vuelva diciembre, las hayacas son infancia, encuentro, pasado y presente. También capacidad dialogante con los dos países que habitan en el protagonista, con sus contradicciones y certezas. ¿Cuántas vidas viven en un migrante, en particular en diciembre?
-Un migrante al menos tiene dos. ¿Te fijas que todos recordamos exactamente el día que llegamos a nuestro segundo país? Es como si fuese un nuevo nacimiento.
El protagonista de Cuando vuelva diciembre sabe que deberá migrar justo en el momento en que está haciendo hayacas con su familia y su tía descubre que están ocurriendo raras conexiones entre él y la esposa de un primo. A partir de allí, él sabe que para salvar a la familia debe alejarse de la familia o que en todo caso debe comprender que ha sido expulsado de ella por un tiempo.
Hablo de este personaje de la tía Marga, que es quien dirige las hayacas de la familia Morillo en un pueblo larense que me inventé: Las Jirajaras, y así recuerdo que la reunión para hacer las hayacas es también una escenificación de las estructuras de poder que mantienen cohesionada una familia y que a la vez crean sus fricciones. Está el rango más bajo que es el de limpiar las hojas, y luego los rangos importantes cómo el amasado, el amarre, y está la persona que dirige, que decide, que echa sobre sus hombros el peso de guardar la receta original y que es quien puede modificarla. Pues en mi novela también cuento sobre esas luchas y esas herencias.
Insisto, las hayacas no son solo hayacas.
Como muchos saben, las hayacas son dirigidas por alguien que es quien hace a solas el guiso, y que al ejercer su liderazgo permite que el plato navideño llegue a buen fin. No hay manera de hacer hayacas de forma asamblearia, consultado cada paso, discutiendo cada ingrediente o procedimiento. Las hayacas funcionan como un brillante equipo de fútbol en el que cada quien tiene un espacio, cada quien tiene una tarea y no valen improvisaciones.
Pero vuelvo a tu pregunta original. Algunas culturas piensan que las personas tenemos al menos dos almas. En el caso del que migra desde luego es así. Pero estoy convencido de que si hay un momento en que asoma el alma es cuando comemos una hayaca.
No es solo el cuerpo lo que las disfruta, hay algo más en ellas, hay algo de vida y misterio en esa reunión de olores y sabores.
Recuerdo un maravilloso cuento de James Joyce en el que un personaje vive una epifanía y piensa en el alma: así, desde este lado de la existencia también conecta con el mundo de los que ya se han ido y en medio de lágrimas contempla la caída de la nieve que de algún modo comunica ambos mundos.
Pues algo similar sucede en el momento de las hayacas. Allí flotamos en la belleza de tal manera que podemos cruzar de uno a otro lado de la existencia, podemos hablar con nuestros amados fantasmas y con los afectos del presente; podemos estar en Madrid o Londres o Nueva York y al mismo tiempo encontrarnos en Caracas o en Barquisimeto o en Maturín.
Las hayacas son una forma material del alma.

¿qué sabor tendrá la libertad?
¿Cuán distinta puede ser la hayaca y la memoria de quien la saborea en cualquier país de América o Europa donde habita un venezolano?
-Pues en este momento de mi vida pienso que lo “natural” es hacerlas en medio del frío invernal, y que la hayaca se convierte además en una forma de abrigo. Pero entonces caigo en cuenta de las calurosas hayacas que seguro preparan las personas de la diáspora que están en Buenos Aires e imagino que eso significará cambios en el ritual y en la manera de evocarlo. Lo que sí se mantiene como un punto común es ese juego de la memoria que te he mencionado y la cadena de cuentos que acompañan a la hayaca. Porque la hayaca tiene cuento. Cada familia tiene sus cuentos de las hayacas. Y al volver a hacerlas, siempre surgen de manera natural esos recuerdos.
Cada reunión para hacer las hayacas convoca de manera espontánea las historias de las primeras hayacas, del año que sucedió tal incidente, de la pelea entre dos hermanas, del visitante fortuito que desapareció luego, del año en que no hubo hojas de plátano.
Hay una suerte de mil y una noches en las que un grupo familiar se cuenta y se recuenta, en lo que también es una suerte de Decamerón culinario.
Todo eso intenté en esta novela, en la que como siempre, para mí lo más importante es cómo contar lo que cuento en su medida exacta: encontrar el tono, la prosa, los juegos temporales, conseguir la dosis precisa de humor y de tragedia. Por eso puedes ver al principio de este libro la alternancia de tiempos evocados, que luego se convierten hacia el final en un presente absoluto, donde las hayacas son un gesto de resistencia, de dignidad frente al mal.
En ese sentido, por lo que me comentó hace muy poco una lectora, en Cuando vuelva diciembre al parecer también se refleja la dignidad de tantos venezolanos que le han plantado cara a la barbarie chavista, en este caso concreto, en un gesto muy simple que tal vez pueda resumirse en la conciencia con que dos personajes de la obra le dicen a los forajidos de la dictadura: has destruido mi vida, has destruido mi presente y mi futuro, pero aunque por tus muchas pistolas seas más fuerte que yo, hay un lugar donde no te voy a dejar entrar: ni a mi casa, ni al lugar donde me siento a comer mis hayacas.
Cuando el presente venezolano vuelva a ser la realidad esperada y soñada, ¿a qué deberían saber las hayacas?
-Serán las hayacas más sabrosas del mundo. Tantas familias que podrán reencontrarse y gritar felices lo que piensan y lo que sienten sin que los atormente el miedo.
No sé definirte una respuesta, la verdad, pero estoy seguro de que serán unas hayacas muy sabrosas porque tendrán un sabor que ahora mismo desconocemos. Yo mismo me pregunto, ¿qué sabor tendrá la libertad?
Por: Violeta Villar Liste | [email protected]

