En Apanac 2025, dos foros distintos expusieron una misma preocupación: las desigualdades que aún atraviesa la vida científica en Panamá. Mujeres y jóvenes compartieron una urgencia común: crear entornos que reconozcan, fortalezcan y valoren a quienes hacen ciencia
Por: Roxana Muñoz

Roxana Muñoz es periodista con una especialización en periodismo y salud. Desde la intersección entre el periodismo, la educación y los derechos humanos, desarrolla proyectos editoriales que promueven el pensamiento crítico, la ciudadanía digital y la igualdad
Hace poco, una alumna se acercó a la profesora Guillermina De Gracia para decirle que estaba próxima a dar a luz. No era la primera vez que a la antropóloga le tocaba escuchar a una estudiante en esa situación, pero, una vez más, se hizo la misma pregunta: ¿qué dice el reglamento universitario sobre una estudiante que se convierte en madre? No había una respuesta clara. Cuando esto ocurre, cada profesora y cada alumna buscan cómo resolverlo sobre la marcha para que ella pueda continuar sus estudios.
La doctora Carmen Castaño, ingeniera en mecánica industrial, se convirtió en madre siendo estudiante de doctorado en una universidad de Alemania. Si bien al principio tuvo dudas de cómo podría continuar, supo de las facilidades que le ofrecía su centro de estudios. A los cuatro meses de dar a luz, pudo dejar a su hijo en un centro de cuidado infantil proporcionado por su universidad, a un costo bajísimo, mientras cumplía con su horario regular de investigación.
Ambas experiencias fueron compartidas durante el foro “Trayectorias, desigualdades y resiliencia de las mujeres científicas en Panamá”, realizado en el marco del congreso bienal de la Asociación Panameña para el Avance de la Ciencia (Apanac), que este año celebró su 40 aniversario. Fue un espacio de intercambio y divulgación de conocimiento científico.
Mientras ese foro se desarrollaba, otro grupo de investigadores participaba en el encuentro “Impulsando el futuro de la ciencia: el rol de los investigadores de carrera temprana en Panamá”, también en Apanac. En el espacio de intercambio se presentaron los resultados de un estudio piloto que recogió las experiencias y desafíos de las y los jóvenes investigadores. Cuando se les preguntó qué impulsaría sus carreras científicas y facilitaría su capacidad para publicar —una de las claves del desarrollo académico—, un número importante de ellos mencionó lo mismo: contar con servicios de cuidado para sus hijos.
Ambos foros coincidieron en el tiempo y, sin proponérselo, en un tema: los cuidados. La coincidencia reveló algo más profundo: el cuidado sigue siendo un asunto pendiente en la ciencia panameña.

Un potencial que se debe impulsar
El punto de partida del foro “Trayectorias, desigualdades y resiliencia de las mujeres científicas en Panamá” fue un artículo publicado en el Journal of Infrastructure, Policy and Development(2025) que analiza la realidad de las mujeres en la academia panameña.
Bajo el título Women in academia: Career development, inequality and other experiences of research scientists in Panama, esta investigación recoge la experiencia de 921 académicos y académicas (55 % mujeres y 45 % hombres) que respondieron a una encuesta entre mayo y agosto de 2023.
El trabajo fue desarrollado por las investigadoras Guillermina De Gracia, Elisa Mendoza y Gabisel Barsallo (autora correspondiente) de la Universidad de Panamá, quienes documentan una serie de aspectos que aún marcan la vida profesional de las científicas en Panamá:
—Brechas de género en la academia pública, donde las mujeres siguen estando subrepresentadas.
—Limitaciones en el acceso a redes y mentorías, lo que restringe sus oportunidades de desarrollo profesional.
—Efectos desproporcionados de la pandemia de COVID-19, que intensificaron las cargas de cuidado, pero también ofrecieron oportunidades para la innovación y el acceso a la tecnología.
A pesar de este panorama, el estudio también evidencia la resiliencia de las investigadoras panameñas, que continúan produciendo conocimiento. Las autoras subrayan que Panamá necesita políticas públicas y universitarias más decididas para garantizar la igualdad de condiciones, potenciar el talento femenino y fortalecer la producción científica.

Voces desde la experiencia
Más allá de los datos, las voces del foro pusieron rostro y voz a lo que las cifras apenas insinúan. Cada historia reveló la misma constante: la ciencia en Panamá se sostiene también sobre la resiliencia y la determinación de las mujeres que la hacen posible.
La doctora Elisa Mendoza habló de los malabares cotidianos: las múltiples tareas, los plazos, la crianza y la vida académica. Contó que hizo una pausa tras convertirse en madre, pero que la clave para seguir ha sido aprender a priorizar y no rendirse. “Hay que hacer magia para alcanzar todas las metas”, dijo. Aun así, insiste en que no basta con la fuerza individual; las instituciones deben reconocer que las pausas por maternidad o cuidado también son parte de una trayectoria científica.
Las ingenieras Aidamalia Vargas y María de los Ángeles Ortega, ambas con más de una década de experiencia, compartieron un rasgo común: la persistencia. Han desarrollado sus carreras en entornos mayoritariamente masculinos y saben lo que implica sostener la vocación.
Ortega contó que, durante años, fue la única mujer en su departamento de Ingeniería Mecánica, donde aún persisten los estereotipos de género. “A veces los roles están tan marcados que te dicen: ‘María, tú toma los apuntes’ o ‘tú encárgate de ordenar’”, recordó. Hoy observa avances, pero también persiste el miedo a fallar, un peso que, reconoce, cuesta soltar.
También se habló de los miedos internos, de las expectativas sociales y de cómo, incluso estas panelistas, todas doctoras, se encontraron con una sociedad que las cuestionaba por “descuidar” a su familia en favor de su deseo de investigar. “Entonces hay una sociedad que te juzga y, además, tú misma te cuestionas si serás capaz”, dijo la doctora Vargas. Coincidieron en que romper ese formato exige apoyo y redes que sostengan.
Durante el foro también surgió una reflexión menos visible, pero igual de necesaria: no todas las científicas son madres, y eso también marca sus trayectorias.
La cultura del cuidado en la academia tiende a reconocer solo a quienes cuidan —a hijos, padres o estudiantes—, mientras que las mujeres que no asumen esos roles suelen enfrentar otro tipo de penalización.
Se les asignan más horas de trabajo, se espera mayor disponibilidad o se les exige compensar su “ventaja” de no tener responsabilidades familiares.
Esa lógica, señalaron, termina enfrentando a unas mujeres con otras y reproduce el mismo sistema de desigualdad que se intenta superar.
El reto, concluyeron, no es decidir quién cuida más, sino garantizar oportunidades equitativas para todas las trayectorias, sin convertir la maternidad —ni su ausencia— en una medida del compromiso con la ciencia.
La doctora Guillermina De Gracia recordó que esos obstáculos no son solo locales, sino globales. En todas partes, las mujeres predominan en las facultades de humanidades o educación, pero son minoría en los espacios de decisión. Esto ha sido documentado como el “efecto tijera”: muchas mujeres en la base, pocas en la cúspide donde se toman decisiones.
La conversación también abordó la pandemia, una etapa que muchas describieron como un tiempo de prueba, pero también de oportunidades. “La pandemia tuvo rostro de mujer”, dijo De Gracia, aludiendo a las docentes, enfermeras y cuidadoras que sostuvieron la vida cotidiana mientras enfrentaban la brecha digital.
Para la ingeniera María de los Ángeles Ortega, los laboratorios cerrados y la virtualidad supusieron un desafío enorme para la investigación experimental, pero al mismo tiempo le permitieron cursar una maestría que no hubiera podido hacer de otro modo.
La ingeniera Carmen Castaño coincidió: “Tuvimos que adaptarnos, aprender nuevas herramientas y ser flexibles. También fue un momento de innovación”, dijo.

Durante ese periodo, las grandes plataformas ofrecieron descuentos para uso académico y se multiplicaron los espacios de formación en línea: talleres gratuitos, conferencias y cursos a los que antes era impensable asistir. En el panel coincidieron que la experiencia permitió tomar hasta tres talleres al mes, virtuales y abiertos.
Después de la pandemia los precios de muchas de esas plataformas se triplicaron, pero el impulso quedó: la virtualidad demostró que la colaboración científica puede ser más accesible y diversa.
De las experiencias compartidas surgieron también propuestas. Varias coincidieron en la necesidad de crear centros de cuidado infantil en universidades y centros de investigación, fomentar modalidades de estudio más flexibles y fortalecer las redes de mentoría entre mujeres científicas.
Nuevas generaciones, viejos desafíos

Mientras en un salón las investigadoras compartían sus trayectorias, en otro —también en Apanac— se hablaba del futuro de la ciencia panameña.
En el espacio, la magíster Delfina D’Alfonso presentó el estudio Impulsando el futuro de la ciencia: el rol de los investigadores de carrera temprana en Panamá, elaborado junto con Nadia León Sautú, Neil Guerrero y Sandra López Vergés, en el marco de una cooperación entre el Centro de Investigación Educativa (CIEDU AIP) y la Global Young Academy.
El estudio, de carácter piloto, incluyó a 325 investigadores y académicos de Panamá y Colombia. En el caso panameño, participaron profesionales de distintas disciplinas —desde las ciencias aplicadas y la ingeniería hasta las ciencias sociales.
El término investigadores de carrera temprana —o jóvenes investigadores— se refiere a quienes tienen menos de diez años de haber completado su maestría o doctorado y están en las primeras etapas de su desarrollo profesional.
“Queríamos saber qué impulsa y qué frena a esta generación que está construyendo su camino en la ciencia panameña”, explicó D’Alfonso.
El estudio piloto se aplicó en Panamá y Colombia, como parte de una iniciativa global. Antes de lanzar la encuesta, el equipo realizó una revisión de literatura y entrevistas en profundidad que ayudaron a adaptar el cuestionario internacional al contexto latinoamericano, incorporando temas poco explorados como la burocracia institucional, que resultó especialmente marcada en Panamá.
Entre los principales desafíos identificados, sobresalen el acceso limitado a financiamiento, la inestabilidad laboral, las trabas burocráticas y las dificultades para acceder a redes de mentoría y colaboración. Estos factores, señaló D’Alfonso, “condicionan el desarrollo de una carrera científica sostenible y, a la larga, influyen en la productividad y la retención del talento en el país”.
Pero la investigación también preguntó por los facilitadores, es decir, los factores que favorecen o aceleran una carrera científica. Allí aparecieron varios elementos recurrentes:
—El dominio del idioma inglés, indispensable para publicar y participar en la comunidad científica internacional
—La colaboración entre pares y el trabajo interdisciplinario
—La formación continua y el acceso a programas de capacitación y actualización profesional
—El apoyo institucional para el cuidado de los hijos, una condición que, según los encuestados, podría aumentar su productividad y permanencia en la ciencia
“Es interesante porque no fue solo una respuesta de las mujeres —dijo D’Alfonso—, sino también de hombres jóvenes que reconocen que el cuidado forma parte de la vida laboral. Eso confirma que este tema atraviesa a toda la comunidad científica».
Aunque se trata de un estudio piloto, con una muestra reducida y obtenida mediante la metodología conocida como “bola de nieve” —en la que cada participante comparte la encuesta con otros colegas para ampliar la muestra—, sus resultados ofrecen una fotografía inédita de los retos y aspiraciones de quienes están construyendo la base de la ciencia panameña.
D’Alfonso lo resume así: “Hay un enorme potencial. Los jóvenes investigadores quieren quedarse, contribuir al conocimiento y generar soluciones locales. Pero para lograrlo necesitan condiciones: menos burocracia, más acompañamiento y políticas sostenidas que los impulsen a crecer”.
Tanto el estudio sobre las mujeres científicas, como el de los jóvenes investigadores presentados en Apanac 2025 coincidieron en que Panamá necesita políticas científicas que reconozcan las condiciones reales de quienes investigan. Los cuidados, el financiamiento y la estabilidad no son temas secundarios, sino las bases de una ciencia sostenible. Sin esas condiciones, el país se arriesga a desaprovechar todo ese talento.
Por: Roxana Muñoz