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Este sesgo alimenta la desconfianza y erosiona la colaboración. Cuanto más personalizamos el conflicto, más difícil resulta aprender de él

Por: Magister Nathalie Carrasco-Krentzien.  Consultora en comunicación estratégica científica, neurocomunicadora y arquitecta de impacto.



En toda organización corporativa o científica, los conflictos no solo se originan en hechos, sino en interpretaciones. Cuando algo sale mal, solemos culpar a alguien; cuando sale bien, atribuimos el mérito al contexto o, con frecuencia, a nosotros mismos. Esta distorsión se conoce como sesgo de atribución y explica por qué tantos equipos se fragmentan aún teniendo buenas intenciones.

El concepto fue introducido por el psicólogo Fritz Heider (1958) en su Teoría de la Atribución, donde propuso que las personas interpretan el comportamiento humano buscando causas estables y predecibles. Su trabajo fue ampliado por Jones y Davis (1965) y Ross (1977), quien acuñó el término “error fundamental de atribución”: la tendencia a sobreestimar los factores personales y subestimar los situacionales al juzgar a los demás.

En entornos organizacionales, este sesgo se manifiesta cuando un error operativo se interpreta como falta de compromiso individual, pero un logro similar se explica como “condiciones favorables” o “buen liderazgo”. Es un mecanismo inconsciente de autoprotección cognitiva: mantener intacta nuestra autoestima transfiriendo culpa hacia afuera y mérito hacia adentro.

Manifestaciones en la práctica gerencial y científica:

El sesgo de atribución no distingue jerarquías.

  • En equipos de investigación, los líderes atribuyen retrasos a “falta de disciplina del equipo”, mientras que los miembros los explican por “recursos insuficientes”.

  • En contextos corporativos, los directivos interpretan la baja productividad como “falta de compromiso”, sin considerar la sobrecarga o la ambigüedad en los objetivos.

  • En crisis científicas o comunicacionales, los errores se personalizan: se culpa a quien comunicó el dato o tomó la decisión, en lugar de revisar los procesos que llevaron a esa situación.

Este sesgo alimenta la desconfianza y erosiona la colaboración. Cuanto más personalizamos el conflicto, más difícil resulta aprender de él.

 

Perspectiva neurocomunicativa:

Desde la neurociencia de la comunicación, este fenómeno se entiende por la forma en que el cerebro procesa amenazas sociales. La amígdala se activa frente a la posibilidad de culpa, lo que impulsa la defensa inmediata y la transferencia de responsabilidad. Además, el córtex prefrontal ventromedial, encargado de la autopercepción moral, tiende a suavizar nuestras propias fallas y amplificar las ajenas.

El lenguaje refuerza esta tendencia. Frases como “Juan no cumplió con la entrega” o “el equipo falló en reportar” anclan la culpa en sujetos, no en sistemas. En cambio, una narrativa de proceso (“el flujo de aprobación no fue claro”) permite analizar sin atacar.

Técnicas de comunicación aplicables:

  1. Lenguaje neutral de procesos: sustituir la culpa individual por la descripción objetiva de lo ocurrido.

  2. Feedback de espejo: pedir a los interlocutores que expresen cómo contribuyeron —directa o indirectamente— al resultado, instalando accountability compartido.

He trabajado con líderes que, al adoptar estas estrategias, transformaron conflictos en espacios de aprendizaje colectivo. Lo que antes era un campo de culpas se convirtió en un laboratorio de soluciones.

El sesgo de atribución nos tienta a buscar culpables, no causas. Pero la madurez comunicacional empieza cuando entendemos que los errores no son propiedad de alguien, sino síntomas de sistemas que pueden mejorar.

La pregunta que todo líder debería hacerse es simple y profunda: ¿estás construyendo narrativas de culpa o narrativas de responsabilidad compartida?
El cambio comienza cuando dejamos de preguntar “¿quién falló?” y empezamos a preguntar “¿qué aprendimos?”.

La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.