fbpx
El mecanismo se sustenta en el funcionamiento de la memoria: lo que recordamos con mayor facilidad —por su carga emocional, su cercanía temporal o su visibilidad mediática— adquiere un peso desproporcionado en nuestra percepción del riesgo

Por: Mgter. Nathalie Carrasco-Krentzien — Consultora en comunicación estratégica científica, neurocomunicadora y arquitecta de impacto.



Una noticia de laboratorio contaminado puede eclipsar décadas de seguridad impecable. Un accidente aislado en un ensayo clínico puede sembrar más miedo que cientos de estudios exitosos. En ciencia, lo inmediato y lo mediático pesan más que lo estadísticamente relevante. Este fenómeno se llama sesgo de disponibilidad y afecta de manera crítica la forma en que comunicamos los riesgos.

El sesgo de disponibilidad fue descrito por Amos Tversky y Daniel Kahneman (1973) como la tendencia a estimar la probabilidad de un evento en función de la facilidad con que ejemplos vienen a la mente. En otras palabras, no evaluamos riesgos basados en estadísticas, sino en recuerdos recientes o vívidos. Así, una catástrofe mediática parece más probable que un fenómeno silencioso pero frecuente.

El mecanismo se sustenta en el funcionamiento de la memoria: lo que recordamos con mayor facilidad —por su carga emocional, su cercanía temporal o su visibilidad mediática— adquiere un peso desproporcionado en nuestra percepción del riesgo. Esto ocurre tanto en decisiones personales como en evaluaciones científicas y organizacionales.

Manifestaciones en la práctica científica

El sesgo de disponibilidad impacta de forma directa en la comunicación de riesgos dentro de la ciencia:

  • Publicaciones y revisiones: eventos excepcionales —como un efecto adverso inesperado— pueden dominar la narrativa académica, eclipsando la frecuencia real de ocurrencia en la literatura.

  • Citación: artículos sobre crisis o fallas experimentales tienden a ser más citados que los que reportan estabilidad, alimentando una percepción exagerada de riesgo.

  • Financiamiento: agencias y patrocinadores pueden sobrerreaccionar a riesgos recientes y mediáticos, redirigiendo recursos hacia temas “urgentes” en detrimento de líneas de investigación de impacto sostenido.

  • Comunicación con el público: en divulgación científica, un accidente aislado en un laboratorio puede erosionar la confianza en toda una disciplina, porque lo extraordinario se percibe más real que lo ordinario.

Este fenómeno demuestra que la ciencia no solo lucha con datos, sino con narrativas que moldean la percepción colectiva del riesgo.

Perspectiva neurocomunicativa

Desde la neurociencia de la comunicación, el sesgo de disponibilidad se explica por la interacción entre el sistema límbico y los procesos de memoria. Los eventos recientes o cargados de emoción activan la amígdala, generando un recuerdo más vívido y accesible. Al mismo tiempo, el córtex prefrontal economiza energía aceptando esa facilidad de acceso como señal de probabilidad.

En la práctica, el lenguaje y los marcos narrativos refuerzan este sesgo: titulares alarmistas, imágenes impactantes o metáforas catastróficas hacen que un evento se grabe con fuerza en la memoria colectiva. Y cuanto más accesible sea el recuerdo, más probable parece.

¿Cómo contrarrestar esta distorsión en la comunicación científica de riesgos? Dos técnicas neurocomunicativas resultan especialmente útiles:

  1. Narrativas de contraste: presentar el evento llamativo junto a datos de frecuencia real. Ejemplo: “Este efecto adverso ocurrió en 1 de cada 10.000 casos, mientras que el éxito se repitió en 9.999”. El contraste obliga al cerebro a procesar contexto.

  2. Repetición estadística en múltiples formatos: reforzar las cifras clave no solo con texto, sino con gráficos visuales y ejemplos comparativos, para que la memoria codifique la estadística con la misma accesibilidad que el evento emocional.

Estas técnicas no eliminan el sesgo, pero equilibran la balanza entre lo espectacular y lo real.

El sesgo de disponibilidad nos recuerda que no percibimos riesgos como son, sino como los recordamos. En ciencia y en organizaciones, esta brecha puede deformar decisiones críticas: desde aprobar un proyecto hasta comunicar hallazgos a la sociedad.

Reconocer esta trampa cognitiva no debilita la ciencia. Al contrario, la fortalece: nos obliga a diseñar una comunicación más clara, más estratégica y más honesta, capaz de poner en perspectiva lo inmediato frente a lo relevante.

La pregunta es directa: ¿qué tanto de lo que comunicamos sobre riesgos refleja la realidad de los datos… y qué tanto repite lo que quedó grabado por ser reciente o mediático? En la respuesta está la posibilidad de construir una ciencia que inspire confianza sin caer en las trampas de la memoria.

La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.