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El último registro fotográfico de San José Gregorio Hernández, realizado en 1917. Tomada de la Gaceta Médica de Caracas. Volumen 27, Número 3, 1920.
Presentamos el editorial de la Gaceta Médica de Caracas (Volumen 133, Nº4. Octubre-diciembre 2025), dedicado a la vida y obra de quien hizo de la Medicina un ejercicio de santidad. El Dr. Enrique Santiago López-Loyo, editor en jefe de la GMC, desarrolla en este artículo-homenaje una semblanza que ayuda a comprender los aportes a la Medicina y la ciencia venezolana de un hombre de servicio y de fe. La GMC es el órgano informativo de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela. Compartimos también el enlace a la publicación para la lectura y revisión de los artículos.

Por: Dr. Enrique Santiago López-Loyo

Editor en Jefe de la Gaceta Médica de Caracas. Individuo de Número Sillón XXXI de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela.

El domingo 19 de octubre de este año 2025, en la Plaza de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, el papa León XIV realizó el acto de canonización de siete nuevos santos de la Iglesia Católica, pero con la significación de que dos de ellos nacieron en Venezuela, una mujer y un hombre.

La mujer, la Santa Madre Carmen Rendiles, fue una religiosa dedicada a la catequesis y a la educación de niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad social, con una historia de fe en su intercesión ante las peticiones de sus fieles creyentes y con dos milagros certificados por la Iglesia.

Por otra parte, el hombre fue un médico y laico que, desde el momento de su muerte, vivió bajo un aura de santidad y se convirtió en una leyenda popular.

Ese hombre, San José Gregorio Hernández, fue un médico de extraordinaria formación y desempeño profesional como científico, filósofo y docente universitario, quien, para orgullo de nuestra Corporación, fue uno de los treinta y cinco Académicos Individuos de Número fundadores de la Academia Nacional de Medicina en 1904, ocupando el Sillón XXVIII. Al menos en Hispanoamérica, esto constituye un hecho destacable e inédito.

Si tratamos de caracterizar la figura del ahora Santo y Académico venezolano, Dr. José Gregorio Hernández, se pueden dejar fuera de ese marco referencial muchos aspectos fundamentales de una vida plena de acciones, interacciones, aproximaciones, encuentros formativos, empatía profesional, la compasión, el amor por una profesión y la decisión inconmovible de ejercer fe, conjugada en verbo o acción de vida.

Nuestra apreciación es el resultado de analizar las huellas de un hombre atemporal, es decir, quien pudo haber nacido en cualquier momento de la historia.

Sin duda, merecedor del título de Santo otorgado por la Iglesia Católica, porque cultivó su vida con una personalidad profundamente religiosa y piadosa, expresada en el mandato cristiano.

Vivió en un país que nunca estuvo en paz, siempre en crisis, de tal manera que fue influenciado por un contexto histórico conflictivo y que tocaba las dimensiones del caos sociopolítico.

Nuestro personaje nace en el pueblo de Isnotú, estado Trujillo, en Los Andes venezolanos, el día 26 de octubre de 1864, hijo de Benigno María Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla.

José Gregorio Hernández nos puede evocar de forma directa elementos de convicción religiosa, sin embargo, estamos en presencia de un intelectual excepcional, cuya formación académica le permitió expresarse en su desempeño personal en múltiples temas que abarcaron desde profundos conceptos teológicos anclados en principios filosóficos incuestionables, hasta aspectos políticos, elementos conceptuales de ciencias básicas, fundamentos de salud pública, pedagogía aplicada, atención primaria de salud y medicina basada en evidencia.

El forjamiento de su personalidad es producto del contexto geográfico, político y familiar que le rodeó. La crianza austera, las obligaciones como varón en una casa de campo, como buscar el agua en el pozo en plena madrugada antes de que los animales la enturbaran, actividad que realizó entre los 8 y los 14 años, hasta salir hacia Caracas en busca de su formación académica.

Aquel niño que pierde tempranamente a su madre y ve regresar al seno de su familia extendida a su tía religiosa, Sor Ana Josefa del Sagrado Corazón de Jesús, expulsada de su convento por la rencilla política del entonces presidente, general Antonio Guzmán Blanco, con la Iglesia católica. Su madre, fallecida cuando contaba 8 años, y esa tía en particular inculcaron en él la fe que lo impulsó hasta su muerte.

Un hecho poco difundido es que descendía por la vía materna del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, fundador de la Universidad de Alcalá. Además, por su vía familiar paterna emparentaba con el Santo Hermano Miguel de las Escuelas Cristianas, cuyo nombre era Francisco Luis Florencio Febres-Cordero Muñoz.

Por otra parte, guardaba un profundo respeto por su figura paterna y por las orientaciones que lo encaminaron al tránsito correcto hacia el éxito.

El joven convino con su padre en trasladarse a Caracas para formarse en una profesión que le permitiera ayudar a muchas personas. Sin embargo, aunque inicialmente pensó en ser abogado, Don Benigno le recordó que debería ser médico en honor al recuerdo de su madre y de su compromiso con los pobres y enfermos.

Inició su formación en el Colegio Villegas de Caracas, realizando sus estudios en la modalidad de internado, y fue premiado en tres ocasiones por su calidad intelectual y su conducta. Egresó como bachiller en filosofía el 25 de mayo de 1882.

Terminó de estudiar medicina a los 23 años, en junio de 1888, y se trasladó inicialmente a su tierra andina para ejercer su profesión, en cuyo camino se encontró con innumerables tropiezos y sinsabores. Se convierte en víctima de la diatriba política y se enfrenta a quienes practicaban una medicina obsoleta, así como a quienes se dedicaban a la brujería, lo cual impacta en sus principios religiosos.

En medio de estas dificultades que considera insalvables, decide regresar a la capital del país. Ya en ese tiempo hablaba latín, que cultivó desde su escolaridad en el Colegio Villegas, además de francés, inglés, portugués y alemán.

Bajo la presidencia del Dr. Juan Pablo Rojas Paúl se decreta la construcción de un nuevo Hospital Nacional, escogiéndose la estructura arquitectónica similar a la del Hospital Larisière de París.

El Dr. Hernández es elegido por su excelente desempeño en la carrera para ser becado y trasladarse a Francia. Es así como llega a la Escuela de Medicina de París en noviembre de 1889, donde cursa tres períodos de preparación formal hasta julio de 1891, lo que hoy se denomina especialización de posgrado.

Además de la misión formativa, el Dr. Hernández fue comisionado para la adquisición de toda la dotación de equipos, mobiliario técnico e insumos para lo que sería el primer laboratorio científico de Venezuela, que originalmente se ubicaría en el Hospital Nacional de Caracas, denominado finalmente Hospital “Dr. José María Vargas”.

Este laboratorio serviría no solamente para establecer pautas de diagnósticos que sirvieran a los pacientes del hospital en un país diezmado por patologías infecciosas endémicas como la fiebre amarilla y la malaria, sino que también cumpliría con el propósito de iniciar la formación científica de los médicos de la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela, en donde José Gregorio Hernández sería uno de sus catedráticos más destacados.

París era considerada la meca de formación profesional por excelencia, no solo en las ciencias médicas, sino también como epicentro de todas las áreas del saber y como referente de los movimientos culturales de la época.

Los estudios del Dr. José Gregorio Hernández se inician en el Laboratorio de Histología de la Escuela de Medicina de París, entre noviembre de 1889 y julio de 1890.

Estaba dirigido por el eminente Dr. Mathías-Marie Duval, catedrático de la Facultad de Medicina de París. Su laboratorio estaba equipado con todo lo fundamental para realizar, bajo los protocolos más avanzados, el procesamiento e interpretación de tejidos normales y patológicos, siguiendo principios de técnicas histológicas conocidas hasta entonces.


Su segunda pasantía la realizó en el Laboratorio de Fisiología Experimental, entre julio de
1890 y febrero de 1891. Esta vez, bajo la tutoría del catedrático Charles Robert Richet, discípulo de Claude Bernard y a quien en 1913 fue otorgado el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, en conjunto con Paul Portier, en reconocimiento a su investigación sobre la anafilaxis, concepto que fundamenta la teoría inmunológica.

La tercera fase formativa del Dr. José Gregorio Hernández la cursó en el Laboratorio de Bacteriología, de la Cátedra de Patología Experimental y Comparada de la Facultad de Medicina de París, entre febrero de 1891 y julio del mismo año.

Este laboratorio estaba bajo la dirección de Isidore Straus, alumno del científico consagrado Luis Pasteur, quien actualizó y tradujo al francés la obra magistral “Patología celular” del maestro alemán Rudolf Virchow, padre de la Patología Celular.

El Dr. Strauss ya era un profesional consagrado y colaboró con Emile Roux, bacteriólogo e inmunólogo francés, también alumno de Pasteur, quien descubrió la toxina diftérica tras realizar ensayos y experimentos sucesivos.

José Gregorio Hernández culminó su entrenamiento en julio de 1891 en este tercer laboratorio visitado y, en ese momento, el gobierno le comunicó que debía regresar a Caracas debido a la difícil situación política imperante y, posteriormente, planificó su viaje de retorno para noviembre.

Cumpliendo con su misión en diciembre de 1890, el Dr. Hernández ya había enviado una carta al ministro de Instrucción Pública de Venezuela, que dirigía la Salud Pública Nacional en la época, donde especificaba el presupuesto de insumos y materiales para el laboratorio, obtenido de los mismos proveedores de la Escuela de Medicina de París, cuyo monto exacto fue de Bs.12.885,30, el cual es aprobado en abril de 1891.

En esa comunicación José Gregorio Hernández manifiesta: “En un instituto que estaría al nivel de los más adelantados del mundo científico, puesto que sería una copia exacta del de París”.

Como no pudo completar su formación en Anatomía Patológica, logra viajar antes de su retorno a Caracas a Madrid, donde organiza una estancia con el maestro y premio Nobel español, el Dr. Santiago Ramón y Cajal, y luego va a Berlín en visita privada, considerada cuna de los estudios anatómicos.

Esta reseña de su paso por la Europa de finales del siglo XIX nos ejemplariza la extraordinaria formación científica del Dr. José Gregorio Hernández, constituyendo un destacado grupo de venezolanos como el Dr. Luis Razetti, quienes diseñaron la llamada Medicina Científica venezolana, dejando atrás años de oscurantismo y prácticas empíricas que no lograban dar soluciones a los problemas de un país inmerso en ciclos interminables de brotes endémicos de patologías propias de su condición de localización en el trópico y con bajos niveles de inversión en la mejora de las condiciones de vida de la población.

José Gregorio Hernández había culminado una de sus etapas profesionales más importantes y regresaba al país habiendo sido formado por los maestros y discípulos directos de quienes dieron forma a los cambios más trascendentes de la medicina contemporánea.

Para su regreso, se presentó el inconveniente de que las instalaciones donde funcionaría el laboratorio en el hospital, aún en construcción, no estaban listas. Por lo que José Gregorio Hernández solicita si había un espacio en la sede de la Universidad, hoy Palacio de las Academias, y le informan que el único sitio disponible es el terreno del corral de la universidad.

Desde París, el Dr. Hernández envía un plano en bosquejo, realizado a mano alzada, en el que detalla la distribución de lo que sería su laboratorio, idéntico al de la Escuela de Medicina de París.

Regresa al país en noviembre de 1891, luego de supervisar el embarque de los insumos adquiridos, y, a su llegada, funda el Laboratorio de Histología normal y patológica, bacteriología y fisiología experimental, a la par que crea las cátedras homónimas destinadas a la enseñanza en la Universidad Central de Venezuela.

Ese joven médico con ánimo desbordante, de solo 26 años de edad, trajo más de 200 equipos, reactivos, cristalería, estantes, estufas, hornos, destiladores y otros insumos de laboratorio, entre ellos 4 microscopios apocromáticos marca Zeiss y otro de microfotografías, el cual si fue el primero en Venezuela, además de micrómetros, micrótomos, baños de flotación, equipos para vivisecciones de animales para prácticas de laboratorio, tensiómetros, calibradores de pH, entre otros. Además, hasta los mesones y las banquetas eran idénticos a los laboratorios de París.

Adicionalmente, trajo consigo numerosos libros de texto y protocolos de laboratorio, puestos a disposición de alumnos y docentes de la universidad.

A su llegada, el ambiente era difícil. Tenía que instalar un laboratorio de Patología, Bacteriología y Fisiología Experimental en un país todavía atrasado, no solo en el ámbito sociopolítico, sino también por el estado de la infraestructura y los servicios.

No existía una provisión adecuada de electricidad ni de gas para sus mecheros, ni espacio suficiente en la universidad para instalar los muebles y demás equipos. Realmente era una tarea titánica. Tenía que ponerse de acuerdo con los otros profesores para comenzar a dictar algunas materias que ya se impartían en la Universidad, lo que les generaba la natural desconfianza por considerarse desplazados.

La situación política dio lugar a una dictadura que retrasó los estudios universitarios durante 10 años, entre 1912 y 1922. Entre las aulas y este laboratorio impartió docencia práctica y realizó estudios diagnósticos durante 18 años, a veces pagando los gastos de su mantenimiento, y el Bachiller Rafael Rangel fue su preparador exclusivo y discípulo entre 1899 y 1903.

En 1895, cuatro años después de su llegada de Francia, el presidente Joaquín Crespo inauguró el tan anhelado hospital con las cátedras clínicas y quirúrgicas.

Pero no fue sino hasta 1902 que se inició el laboratorio del Hospital Vargas, y José Gregorio Hernández delegó en Rangel su dirección. Cuando fallece trágicamente el bachiller Rafael Rangel, el Dr. Hernández se encarga de dirigir ese laboratorio y, tras su muerte, le sucede su sobrino, el Dr. Inocente Carvallo.

Ese laboratorio, ubicado donde funcionó un humilde corral, fue, sin duda, el precursor de todos los institutos de investigación del país, tales como el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) y los institutos adjuntos a todas las universidades nacionales.

A partir de la instalación en su laboratorio, desarrolló actividades asistenciales, realizando diagnósticos a pacientes del sistema público de salud, y actividades docentes, incorporando por primera vez herramientas de comprobación fisiológica en las prácticas y elementos de diagnóstico morfológicos mediante la realización de autopsias, citologías y biopsias, con protocolos de cito e histotecnología inéditos en el país.

En relación con su obra publicada, esta describe fielmente la estatura académica de José
Gregorio Hernández,
además de sus escritos de filosofía, en el área de la docencia e investigación médicas, realizó 22 publicaciones, donde se identifican varios formatos, siendo las más frecuentes las guías de estudios, la mayoría publicadas en esta, nuestra Gaceta Médica de Caracas, la revista biomédica más antigua de Venezuela que se editó por primera vez en 1893, bajo la dirección del Dr. Luis Razetti y que al decretarse la creación de la Academia Nacional de Medicina en 1904, pasó a ser su órgano divulgativo.

También se identifican, de su autoría, libros y otros artículos sobre temas específicos.


El ser un médico con la capacidad de com- binar el examen clínico completo a sus pacientes
con investigaciones que incluían hematología completa, gota gruesa y extendido sanguíneo, examen coproparasitológico, citologías y biopsias, entre otros, era un excelente médico con acierto diagnóstico y por lo tanto trataba de forma correcta con los recursos de la época y eso conducía a que sus pacientes o se curaban o mejoraban y aquellos con casos terminales fallecían con menos sufrimientos por terapias complementarias aplicadas y el acompañamiento de aquel hombre junto a la cama del enfermo, tomando su mano.

Esta situación lo convertía en un medio de expresión popular, con definiciones como “…el Dr. Hernández es un santo”, porque además acompañaba a sus pacientes con oración y asistía diariamente a los templos para orar por sus enfermos, sus familias y su país.

Ya era un hombre considerado, con aura de santidad, que, al morir trágicamente, se convirtió en un mito. José Gregorio Hernández adquiere “fama de santidad” y es progresivamente reconocido por la Iglesia católica como Siervo de Dios en 1972, Venerable en 1986 y, posteriormente, como Beato en 2021, en un largo proceso iniciado en 1949.

Para esta última instancia, se realiza el proceso de exhumación para obtener sus reliquias y recuperar sus restos óseos.

El milagro reconocido en esa última instancia como Beato se verificó con la acción inexplicable para la ciencia sobre una niña de 10 años de edad del sur del estado Guárico, en Venezuela.

Tras un ataque por delincuentes, la niña recibe un disparo a próximo contacto en la región temporal por un arma de fuego artesanal, su madre solicitó la intercesión de José Gregorio Hernández y finalmente tras ser intervenida quirúrgicamente esta se recupera sin secuelas motoras o sensoriales, habla a los cuatro días posteriores a la intervención y a los 20 días egresa de alta movilizándose por sus propios pies.

En su lecho de enfermo, justo antes de morir, el Papa Francisco firma el decreto de canonización de José Gregorio Hernández, sobre la base de su veneración y fama de santidad, extendidas en más de 80 países.

Podríamos concluir que el Dr. José Gregorio Hernández, desde temprano en su evolución como médico, comprendió la importancia de la ciencia y de comunicar sus experiencias en el ejercicio de la profesión mediante sus publicaciones.

Fue el precursor científico que, junto al Dr. Luis Razetti y otros grandes prohombres, cambió el paradigma de la enseñanza de la medicina basada en evidencias en el país; por lo tanto, fue un visionario de la proyección que Venezuela podría alcanzar bajo el imperio de la ciencia y la tecnología.

Proyectándose como un científico integral por ser precursor de especialidades de la biomedicina tan diversas como la Anatomía Patológica, la Patología experimental, la Parasitología, la Microbiología y la Hematología.

En su desempeño profesional fue un fiel alumno de la Escuela Francesa en su dedicación a la atención sobre la cama del enfermo, analizando su situación clínica, dándole valor a su entorno social y sus precariedades, por lo tanto es un precursor de lo que se llamó cien y más años después, como la estrategia de la Atención Primaria de Salud.

Fue un apóstol del principio básico del ejercicio médico, coincidente con la norma cristiana, por ser compasivo, por generar empatía rápidamente o por ponerse siempre en el lugar de los demás, acompañando su sufrimiento.

Ello lo llevó a irradiar la paz y el sosiego que los pacientes necesitaban en momentos de angustia y tribulación. Fue un médico verdaderamente integral, portador de una formación única, forjado en la más importante escuela de medicina de su tiempo, y que vino a dar forma al ejercicio de una medicina apegada al cristianismo, conjugando la ciencia y la fe.


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