En especial, en este Día del Médico en Panamá, mi respeto y admiración para quienes hacen ciencia desde el cuerpo, desde la escucha, y desde el encuentro humano

Por: Magister Nathalie Carrasco-Krentzien. Consultora en Comunicación Científica y Organizacional | Especialista en Neurocomunicación Estratégica

Crecí entre bata blanca, microscopios, y conversaciones donde las palabras “diagnóstico”, “síntoma” o “evidencia” formaban parte del lenguaje cotidiano. No era un laboratorio. Era mi casa.
Mis padres, ambos médicos, me enseñaron desde pequeña que la ciencia no era solo un conjunto de fórmulas o papers, sino una forma de observar el mundo, de escuchar con atención, de preguntar con profundidad, y de actuar con responsabilidad.
Verlos trabajar fue mi primera clase de ética profesional.
Escucharlos explicarle a un paciente qué tenía, sin alarmarlo ni infantilizarlo, fue mi primer encuentro con la comunicación empática.
Verlos leer, estudiar, y luego volver a explicar, fue la primera vez que entendí que la ciencia no es una verdad impuesta, sino una búsqueda constante que necesita ser compartida para que realmente importe.
Y por eso hoy, más que nunca, quiero rendir homenaje a quienes han elegido no solo curar, sino también enseñar, investigar y comunicar: los médicos.
En especial, en este Día del Médico en Panamá, mi respeto y admiración para quienes hacen ciencia desde el cuerpo, desde la escucha, y desde el encuentro humano.
¿Por qué premiar la voz científica?
La semana pasada, el CSIC y la Fundación BBVA reconocieron al matemático y divulgador Eduardo Sáenz de Cabezón y al equipo de EFE Ciencia por su labor de divulgación. No fue un premio decorativo. Fue un reconocimiento a una función vital del ecosistema científico actual: la de comunicar el conocimiento para que genere transformación.
Porque sí: la ciencia que no se comunica, no escala.
Y la evidencia que no se traduce en decisiones, no transforma.
Y en tiempos de posverdad, de desinformación viral y de saturación informativa, la voz científica se convierte en una infraestructura crítica.
Pero aquí quiero ir un paso más allá: ¿cuántos médicos investigan cada día desde sus consultas, urgencias, quirófanos o pasillos de hospital? ¿Cuántos desarrollan conocimiento clínico, adaptan tratamientos, identifican patrones, detectan señales de alerta? ¿Y cuántos de ellos son reconocidos como divulgadores científicos?
Medicina, ciencia viva y narrativa silenciosa
Los médicos no solo aplican ciencia: la crean.
Son parte de ensayos clínicos, lideran estudios observacionales, documentan casos, validan hipótesis con evidencia real en tiempo real. Y, sin embargo, pocas veces son celebrados como parte del engranaje narrativo de la ciencia.
Y aquí levanto la voz:
La medicina también comunica ciencia. Y debe ser reconocida por ello.
Cuando un médico le explica a una madre asustada por qué una fiebre no es siempre señal de alarma, está haciendo divulgación científica.
Cuando en una zona rural un médico convence a una comunidad de vacunarse, está traduciendo evidencia a confianza.
Cuando en un hospital alguien logra que un equipo entero entienda un nuevo protocolo en cinco minutos, está haciendo lo que muchos comunicadores científicos tardarían días en estructurar.
Y, muchas veces, lo hacen sin formación formal en comunicación.
Lo hacen por instinto, por ética, por responsabilidad.
Y lo hacen bien. Porque no hay mayor rigor que saber decir la verdad con compasión.
El poder de contar bien lo que se sabe
He comprobado una y otra vez que el problema no es la falta de conocimiento. Es la falta de arquitectura narrativa.
Comunicar ciencia no es hacerla más simple. Es hacerla más clara, más humana y más útil.
Michael Nielsen ya lo advirtió en Reinventing Discovery (2011): “la ciencia abierta y colaborativa solo es posible si aprendemos a pensar en red”. Y yo agregaría: solo será transformadora si aprendemos a hablar en comunidad.
Desde la neurocomunicación sabemos que los relatos bien estructurados activan procesos de comprensión más profundos que las cifras aisladas. Según Paul J. Zak, las historias con estructura narrativa clara y conexión emocional moderada aumentan la retención de la información científica y fomentan la empatía y la acción.
Por eso, formar médicos y científicos que comuniquen no es un lujo: es una inversión estratégica en salud pública, en educación y en cultura científica.
Hoy, en el Día del Médico en Panamá
Quiero mirar con respeto y gratitud a mis padres —médico y médica— y a todos los colegas del sector salud que día a día salvan vidas y también sostienen conversaciones difíciles, explican diagnósticos, traducen términos, acompañan con palabra y con presencia.
Ellos fueron mis primeros maestros.
Y gracias a ellos comprendí que la ciencia sin comunicación es una promesa a medias.
La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.