fbpx

Amigos lectores,

Luego de haber leído el libro de Pedro GrasesManuel Pérez Vila, 1922-1991 (editado por las fundaciones Eugenio Mendoza, John Boulton y Empresas Polar, 1992), que incluye una exhaustiva bibliografía elaborada por Horacio Jorge Becco; y luego de varias casi infructuosas búsquedas en internet (“libros de Manuel Pérez Vila”; “centenario de Manuel Pérez Vila”, “Cátedra Manuel Pérez Vila”, “Instituto Manuel Pérez Vila”, “Academia Nacional de la Historia recuerda el centenario de Manuel Pérez Vila”, y así), me quedo con una sensación: que, en la compleja y hasta arbitraria economía del reconocimiento, el historiador Manuel Pérez Vila ha quedado rezagado, a pesar de la importancia, magnitud y diversidad de su obra tras 43 años de excepcional vida venezolana, interrumpida por su muerte inesperada en 1991.

¿Tendría la Academia Nacional de la Historia, dado que no existe una entidad privada semejante a la Fundación Pedro Grases, la posibilidad de hacerse cargo, publicar y crear un proyecto que difunda y haga accesible al público su obra imprescindible y magnífica? ¿O no es tarea de la Academia, sino que sería más pertinente que lo encabezara alguna universidad? ¿La Embajada de España en Venezuela se interesa por esos asuntos? ¿Dice algo al respecto?

Entre las páginas 1 y 3 vienen los textos de María Soledad Hernández Bencid (testimonio del privilegio de haber trabajado con Pérez Vila), Alfredo Boulton (el discurso de contestación que leyó en la Academia Nacional de Historia el 23 de enero de 1986, día de incorporación de Pérez Vila, quien ocupó el sillón R), y el artículo de Astrid Avendaño Vera sobre nuestro homenajeado, entrada del Diccionario de Historia de Venezuela, de Ediciones Fundación Empresas Polar (cuya primera edición estuvo a cargo de Pérez Vila). La secuencia de los tres textos aproxima al lector al incansable y prolífico que tanto conocimiento de la Historia venezolana produjo por más de cuatro décadas. Cierro esta sección consignando mis palabras de gratitud a Gisela Goyo y Laura Márquez, de Fundación Empresas Polar, y a María Teresa Boulton Olga Santeliz, de Fundación John Boulton, por la ayuda que nos prestaron para obtener los retratos de Pérez Vila que incluimos en esta edición. Sigo.

En noviembre, en la VII edición de la Feria del Libro del Oeste, el estudioso de la comunicación, cineasta y fotógrafo, Óscar Lucien, presentará su más reciente libro, Neolengua roja rojita. Un glosario chavista (abediciones, 2022, UCAB). Ofrecemos aquí el texto de apertura de su reveladora investigación: “Otra dimensión significativa ha sido la utilización del lenguaje militarista acorde con los orígenes profesionales del teniente coronel Chávez y su pretensión de transponer los criterios de obediencia, disciplina y subordinación propios del ámbito castrense a la sociedad civil venezolana. Desde el punto de vista institucional lo que en el pasado era un plan o programa de la administración pública ahora es una “Misión”. En el terreno de la actividad partidista electoral, se habla de patrulla, de brigada, de campaña (en su acepción retórica militar) y las referencias históricas a las campañas Admirable, de Santa Inés, Maisanta, entre otros episodios de la historia patria”.

Se titula: Bajo el cielo queremos libertad. Vigilancia digital masiva, autoritarismo y militarismo, de Carlos Colina, y se despliega en las páginas 5 y 6: “Con antelación al Covid-19, China estaba prefigurando un totalitarismo de nuevo tipo que se vale como nunca antes de la tecnología de punta. No obstante, antes que estado digital totalitario podemos hablar de estado totalitario digital y el orden sintagmático es significante. Es un orden histórico, pero también estructural. En China, los comités vecinales, órganos centrales del aparato de seguridad del Partido Comunista, se han convertido en los nuevos policías sanitarios y políticos apertrechados de biosensores térmicos y otros dispositivos digitales. La coyuntura del Covid-19 ha permitido intensificar internamente el carácter totalitario del régimen e intentar su promoción externa como un modelo de eficiencia técnica. Sin embargo, los kits de diagnóstico rápido y mascarillas importadas por algunos países europeos, indican fatalmente lo contrario. En el totalitarismo, la información es sustituida usualmente por la propaganda”. Solo añadiré: un inquietante texto sobre los riesgos para las libertades presentes en el uso de tecnologías digitales por parte de las dictaduras.

El ensayo de Ramón Escovar AlvaradoPensar la revolución, teje referencias históricas y teóricas, para así revisar el libro de Francois Furet (1927-1977), dedicado a la Revolución Francesa: “La tesis de Pensar la Revolución francesa es que, paradójicamente, puede ser interpretada como la continuación del Estado absolutista, y, a la vez, como una ruptura con la monarquía. Basándose en Alexis Tocqueville y Agustín Cochin, Furet argumenta que la revolución culmina el proyecto de Estado de Luis XIV y que la cultura democrática es su legado a la historia. Este legado está asociado a la idea jacobina de la voluntad popular, versión que no significa poder real de la sociedad sino absolutismo del pueblo. En la sociedad jacobina, el Estado se apropia de la simbología de pueblo para absorber la sociedad y censurar cualquier tipo de disentimiento”. Página 7.

En las dos páginas que siguen escribo sobre La derrota de Napoleón en Rusia, asombroso y admirable libro de Phillipe-Paul de Segur (1780-1873), quien fue miembro del Estado Mayor y uno de los edecanes de Bonaparte. A lo largo de aquella demencial travesía fue testigo de directo de lo que ocurría con Bonaparte, con sus generales, con sus soldados, con el Zar Alejandro y las tropas rusas. Con prosa melodiosa y clara, de Ségur muestra la devastación que se produjo a medida que avanzaba la travesía armada y el invierno arreciaba: el megalómano no escuchó a sus hombres de confianza, con el resultado de una debacle humana, militar y política. La edición (Duomo, 2010) trae un prólogo analítico y revelador del periodista y experto en conflictos armados, Mark Danner.

Página 10: Faitha Nahmens despide a Fruto Vivas (1928-2022), fundamental arquitecto venezolano, Premio Nacional de Arquitectura 1987, autor de obras como el Club Táchira (Caracas), el Museo de Arte Moderno de Caracas y la Iglesia del Santo Redentor (San Cristóbal), entre muchas otras de irradiación en la arquitectura venezolana del siglo XX. Dice Nahmens: “Hombre que buscó soluciones fuera de lo convencional con sus proyectos, bandera de estética impredecible y geometrías facetadas, convocó históricamente, y acaso sin proponérselo, el entusiasmo tanto de tirios como troyanos, burgueses y proletarios en el esquema político que hasta su último suspiro asumió de manera inexorable. Obras de diseño que parecen flotar, con techos de vidrio que descubren la vida que transcurre en las estancias desnudas, el autor de audacias y promotor de la celebérrima idea de la casa del árbol –con él, Italo Calvino, Tarzán y todo niño– propuso desde su devoción por la naturaleza imitar a los seres vegetales que mientras echan raíces van creciendo”.

Mis saludos para todos.

Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional

Lea la edición completa: