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En sus clases, ensayos y libros, ha demostrado que el español no se encierra en normas tiránicas, sino que es una casa que todos construimos día a día

Por: Mario García Hudson

El autor es investigador, encargado del Centro Audiovisual de la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero R.

Desde una tierra donde el idioma se funde con la selva, el tambor y la historia compartida,surge una mujer que ha dedicado su vida a cuidar el habla con la paciencia, el respeto y el cariño que modelan un árbol milenario. No ha necesitado grandes alardes ni estridencias para dejar huella; le ha bastado escribir, formar y observar. Nombrar las cosas con precisión y ternura.

Hay personas que hacen del lenguaje un puente, otras lo convierten en brújula. Margarita Vásquez ha hecho ambas cosas.No solo ha estudiado el idioma, también lo ha sentido, defendido y explicado con vocación: la de quien sabe que hablar bien no es un adorno, sino una forma de dignidad y pertenencia.

En sus clases, ensayos y libros, ha demostrado que el español no se encierra en normas tiránicas, sino que es una casa que todos construimos día a día.

Conocí a la doctora Vásquez a través de sus textos antes que por su discurso.  Sin embargo, al leerla, uno sentía que ya la conocía. Su forma de escribir —con precisión, cuidado estilístico y un amor profundo por el detalle— es también su manera de habitar el mundo. Quienes la conocen saben que su compromiso con la cultura y la educación no se limita a las aulas ni a los libros. Es alguien que ha sabido decir lo que otros callan, aun si eso incomoda. Una mujer de principios, de esas que no temen pensar en voz alta cuando la ética lo exige.

Mencionar a Margarita Vásquez es también evocar una época: la de un Panamá que luchaba por encontrarse en su creación literaria, en su lengua, en su identidad.

Ella ha sido —y sigue siendo— un referente clave en ese proceso. Sus estudios sobre literatura panameña no fueron meros ejercicios académicos, sino actos de rescate: valorar lo nuestro y colocar a nuestros escritores donde merecen estar. No lo hizo desde la soberbia del experto, sino con humildad, como alguien que estudia para compartir.

Recuerdo su disertación magistral sobre “El ciego de Bulabá”de Alfredo Cantón. Un ejercicio nacido del amor por lo propio, que desentrañó las piezas de un rompecabezas olvidado de nuestra literatura. Fue un honor compartir tribuna con ella y Manuel Oreste Nieto en el centenario del nacimiento de Tobías Díaz Blaitry. Ambos desplegaron sapiencia y verbo vivo, encantando con su elocuencia y profundidad.

Como lexicógrafa, su legado es igualmente profundo. El Diccionario del español en Panamá” no es solo una obra de consulta; es un acto de amor por nuestra forma de expresarnos. Porque Margarita entendió —antes que muchos— que las palabras locales no son errores ni variaciones sin valor, sino testimonios vivos de nuestra historia y geografía emocional. A través de ese trabajo, nos mostró que cada acento tiene su dignidad y que cada término usado por el pueblo merece ser documentado, valorado y defendido.

Mario García Hudson, Margarita Vásquez, Félix Quirós Tejeira, Emma Gómez, Carlos Fong y Javier Alvarado

En un país donde la vida cultural ha sido muchas veces postergada, ella eligió permanecer. Educar. Sembrar ideas. Inspirar. Hoy, muchos de quienes escriben, editan, transmiten saberes o simplemente leen con criterio en Panamá, lo hacen porque alguna vez pasaron por sus manos o sus libros.

En un mundo que aplaude la inmediatez y olvida con rapidez, Margarita ha apostado por la memoria, el análisis sereno y el pensamiento que no se rinde ante la moda. Ha escrito desde la reflexión, la exigencia y, sobre todo, desde un cariño profundo por su país y su lengua.

Margarita Vásquez es una figura esencial en la vida cultural panameña no solo por lo que ha producido, sino por lo que ha despertado en otros. Ha hecho que amemos más nuestra expresión lingüística, que valoremos la producción literaria, que pensemos con mayor rigor y sintamos con más claridad. Su legado no se mide solo en libros, sino en conciencias formadas, en lectores transformados, en generaciones que hoy se atreven a escribir porque ella nos mostró que las formas del lenguaje importan.

Su dedicación al universo cultural panameño, hoy, merece el reconocimiento formal a la altura de su trayectoria. La Academia Mundial de Literatura, Lenguas e Investigación Científica (AMLLIC) le otorgará oportunamente el Doctorado Honoris Causa (DHC).

El 11 de agosto de 2025, en la Biblioteca Nacional, ese recinto que custodia la memoria bibliográfica nacional, se le hará entrega oficial de este merecido honor. 

Si Panamá tuviera una biblioteca de almas, una donde se guardaran las voces que han hecho patria desde la expresión, allí estaría Margarita. Con su obra lexicográfica en una mano, sus ensayos en la otra, y su voz serena resonando entre estantes repletos de identidad. Silenciosa pero firme. Generosa, pero crítica. Humilde pero insobornable. Porque hay quienes educan desde el ruido, y hay otros —como ella— que transforman desde la coherencia.

Y en estos tiempos de tanta agitación, su voz serena sigue siendo necesaria. Porque nos recuerda que el lenguaje no solo se usa: también se cuida, honra y defiende.

Por: Mario García Hudson