Todas las historias que
el hombre inventa, con finales felices o desgraciados, triviales o
trascendentes, nos comunican lo mismo: la incertidumbre de nuestra condición.
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

Reseña por: Pedro Crenes Castro

Los cielos, los paraísos, son estables, completos. No caben incertidumbres, no hay más que «ser» y ser «pleno» y «feliz», sin muertes por venir ni egoísmos que consuman las relaciones
No habrá literatura en el cielo
La vieja sabiduría del libro de Eclesiastés dice que «no hay fin de hacer muchos libros», a lo que habría que añadir, «ni tampoco de leerlos». Escribir es una de esas actividades sisíficas que caracteriza al ser humano. No podemos dejar de contar, de contarnos y mucho menos de componer libros en los que volver a leer las mismas historias, leer lo que nos pasa mientras transitamos por esta vida. El «Predicador», protagonista del libro de Salomón, emprende su búsqueda de sentido y significado enfrentándose a uno de los problemas fundamentales del ser humano: la incertidumbre existencial.
La literatura no tiene otro origen más que la herida que produce la incertidumbre. «¡Sin culpa no hay historia!», grita uno de los protagonistas de Los culpables, ⸺cuento de Juan Villoro⸺, donde los protagonistas quieren escribir una historia, un guion en este caso. La única manera de producirla es resucitando la culpa, convirtiendo la mente en «un campo donde se cosechan remordimientos». La felicidad no produce buenas historias, no es eficaz para contar la incertidumbre en la que el ser humano está inmerso.
«Todas las historias que el hombre inventa, con finales felices o desgraciados, triviales o trascendentes, nos comunican lo mismo: la incertidumbre de nuestra condición. Herederos de Sherezade, los novelistas nos debatimos en esa incertidumbre. Esa es, tal vez, la misión de la literatura y la razón de la existencia de las novelas», dice Soledad Puértolas en su ensayo La vida oculta. Si hay una razón para escribir no es para ofrecer respuestas, sino para hacernos preguntas, para dar cuenta del vértigo de estar vivos y de no estarlo en breve.
Las palabras, que siempre han ejercido un poder moral sobre la Humanidad, cobran en la literatura una dimensión mucho más elocuente. Contamos para seducir, para asustar, para aleccionar y hasta para adoctrinar, y son la historias las que, produciendo una imagen en la mente del lector, van construyendo la interpretación de lo que sentimos y vivimos en relación con la incertidumbre vital. Contar es interpretar, ofrecer una visión sin soluciones definitivas.
En el cielo, en el Paraíso, al llegar al descanso eterno, no habrá literatura porque ya no habrá incertidumbre. El Apocalipsis dice, por ejemplo, que, al final, «ya no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor» ⸺elementos todos con los que se hace literatura⸺, «porque las primeras cosas pasaron» y entonces ocurre lo siguiente: «el que está sentado en el trono dice: escribe estas cosas». Claro, camino del final, del Paraíso, hay que leer contra la incertidumbre, pero una vez allí ¿qué sentido tiene la literatura o la enumeración de sucesos tristes que vayan a desviarnos del gozo que esperábamos?
Los cielos, los paraísos, son estables, completos. No caben incertidumbres, no hay más que «ser» y ser «pleno» y «feliz», sin muertes por venir ni egoísmos que consuman las relaciones. Se acabó Kafka, Poe, Homero, Virgilio. No harán falta ni la Divina comedia ni El Quijote. Adiós a Carver. Cortázar y sus Cronopios no serán ya necesarios, ni habrá que buscar Una habitación propia para Virginia Wolf, ni leeremos El cuaderno dorado de Doris Lessing. Los paraísos tienen eso, que nos privan de leer la incertidumbre.
«En nuestro desconcierto, más aun, en los primeros años de nuestro desconcierto, nos gusta escuchar historias que nos hagan vislumbrar leves rendijas por donde se filtre un sentido sobrenatural y mágico, un mundo remoto del que vinimos y al que volveremos, un poder y una gloria que no nos pertenecen», remata Soledad Puértolas.
La literatura como rendija por donde anhelar un cielo, una gloria, un lugar mágico o teológico donde ya no seamos más que plenitud. Un lugar donde ya no hay más que solaz, donde ya no hay nada más que contar, donde no habrá literatura, porque ese es el final de la historia, o su arranque, quién sabe. Desde este lado de la literatura todo parce material para una buena historia.
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña | [email protected]

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990