El médico del presente y del futuro es, ante todo, un guardián del sufrimiento humano. Escucha, acompaña y, cuando puede, cura; pero siempre procura aliviar, consolar y transformar
Por: Dra. Raquel Gutiérrez de Mock

La autora es presidenta del Colegio Médico de Panamá. Profesora distinguida y directora del Departamento de Medicina Familiar y Comunitaria de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá
En el marco del XI Congreso Nacional y I Internacional del Colegio Médico de Panamá, se desarrollaron contenidos de ética, bioética y humanismo. El rol del médico fue citado a analizarse considerando que el vértigo de los tiempos que vivimos, cuando las noticias se consumen a la velocidad de un clic y la tecnología parece tener respuesta para todo, conviene detenerse a recordar que la medicina no nació para servir a máquinas ni algoritmos, sino para atender a personas.
Detrás de cada diagnóstico, de cada intervención, hay un rostro, una historia y, sobre todo, un sufrimiento que clama por ser escuchado y comprendido.
Desde tiempos hipocráticos, ser médico significó mucho más que dominar el arte de curar. Fue, y sigue siendo, un compromiso con el bien común, un pacto tácito con la sociedad. A esto llamamos contrato social: un acuerdo implícito en el que la comunidad otorga al médico prestigio, autonomía y confianza, junto con condiciones laborales acomodadas, a cambio de que este ponga su ciencia y su vida al servicio de la salud, la dignidad humana y la vida misma.
Sin embargo, como toda relación humana, este contrato se encuentra bajo tensión. La comercialización de la salud, la burocratización del acto médico y la pérdida de valores humanistas amenazan con erosionar su esencia.
El modelo hipocrático, aunque noble, resulta insuficiente ante las demandas de un mundo globalizado, tecnificado y plural. Hoy se requiere un nuevo código de valores que sostenga el profesionalismo médico y que, al mismo tiempo, responda con flexibilidad a las cambiantes expectativas sociales.
¿Qué significa ser médico hoy? No basta con ser un técnico de la salud, un aplicador de protocolos o un ejecutor de procedimientos. El médico del presente y del futuro es, ante todo, un guardián del sufrimiento humano. Escucha, acompaña y, cuando puede, cura; pero siempre procura aliviar, consolar y transformar.
El filósofo Paul Ricoeur lo expresó con claridad: “El sufrimiento necesita ser narrado y comprendido”. Esa comprensión no se adquiere únicamente en las aulas o en los laboratorios, sino en la experiencia de escuchar mirar y a los ojos a quien sufre y prestarle atención con empatía, incluso cuando la cura no es posible.
La medicina es, por tanto, una práctica de la prudencia (phronesis, según Aristóteles), donde las decisiones éticas bajo incertidumbre son la norma, no la excepción. El médico que actúa sin una reflexión ética puede causar daño. Por ello, el médico debe ser reflexivo, prudente y capaz de adaptarse al cambio, ejerciendo la empatía y la comunicación efectiva como herramientas tan esenciales como el estetoscopio o la historia clínica.
El médico del siglo XXI con conciencia ética se constituye a defensor de los vulnerables. No puede permanecer neutral ante la injusticia. Su deber no se agota en el consultorio: se extiende a denunciar los determinantes sociales de la enfermedad, desde la pobreza y la desigualdad hasta las condiciones que atentan contra la salud pública.
Como advirtió Van Rensselaer Potter, la bioética debe ser un “puente hacia el futuro”, un llamado a integrar ciencia y valores para la supervivencia humana.
El médico que reflexiona es custodio del ideal médico

La medicina es una profesión que se autorregula, y esa autorregulación es parte del pacto social. Un médico con conciencia reiste a la deshumanización, al utilitarismo extremo y la banalización del acto médico. La autoridad moral que se nos concede no proviene de títulos o cargos, sino del compromiso con la vida y la dignidad de las personas.
Este es un tiempo para formar conciencia colectiva en el gremio. Reconocer que nuestra legitimidad social se renueva cada día en el ejercicio ético y humano de la profesión nos conduce a preguntarnos, sin miedo: ¿Cómo vivo mi rol como médico en mi comunidad? ¿Qué valores guían mi práctica profesional?
En ese sentido, el contrato social médico no es un documento escrito en piedra, sino un pacto vivo que se fortalece o debilita según nuestras acciones. En la medida en que cultivemos ciencia, conciencia y compasión, estaremos honrando la confianza que la sociedad ha depositado en nosotros. Y cuando, por cansancio o desencanto, sintamos que el peso de la bata blanca es demasiado, recordemos que nuestro oficio es, en esencia, un acto de humanidad: acompañar al otro en su fragilidad, y hacerlo con la dignidad que merece todo ser humano.
El reto no es solo mantener vigente este contrato, sino renovarlo para que siga siendo un puente entre el saber médico y la esperanza de quienes confían en nosotros. Porque la medicina, antes que nada, es un compromiso con la vida.
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Por: Dra. Raquel Gutiérrez de Mock