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José Gregorio Hernández Foto | Cortesía Conferencia Episcopal Venezolana
El 19 de octubre de 2025 se celebrará la ceremonia de canonización de los beatos venezolanos José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles en la plaza de san Pedro de Roma. Una fecha que llena de júbilo al pueblo venezolano. A propósito de este hecho, el Dr. Esparza revisa la trayectoria de San José Gregorio, el médico por excelencia del pueblo venezolano

Por: Dr. José Esparza

El Dr. Esparza es miembro de la Academia Nacional de Medicina (ANM) de Venezuela; asesor científico de la ANM y de la Sociedad Venezolana de Salud Pública (SVSP). Es profesor adjunto de Medicina en el Instituto de Virología Humana de la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, en Baltimore, y del programa Robert Koch Fellow del Instituto Robert Koch en Berlín. 

En 1882, el joven José Gregorio Hernández, de apenas 17 años, inició sus estudios de Medicina en la Universidad Central de Venezuela, entonces ubicada en el antiguo edificio del Seminario de Santa Rosa, en el centro de Caracas. Se graduó en 1888 con los títulos de Bachiller y Doctor en Ciencias Médicas, siendo considerado el estudiante más destacado de su promoción. Tras culminar sus estudios, regresó a su pueblo natal, Isnotú, donde por un año ejerció la medicina en esa localidad y en otras comunidades de los Andes venezolanos, conociendo de primera mano la difícil realidad sanitaria y social del medio rural.

A finales del siglo XIX, Venezuela enfrentaba un panorama sanitario precario, caracterizado por la ausencia de una infraestructura moderna de salud pública, condiciones higiénicas deficientes y la persistencia de numerosas enfermedades infecciosas endémicas y epidémicas. Entre las más frecuentes se encontraban la fiebre amarilla, el paludismo, la viruela, el cólera, la tuberculosis, la lepra, las parasitosis intestinales, la sífilis, la fiebre tifoidea, el sarampión y la tosferina.

En esa misma época —entre 1870 y 1880— se consolidaba en Europa la teoría microbiana de la enfermedad, desarrollada por Louis Pasteur en Francia y Robert Koch en Alemania. Gracias a los avances en técnicas de cultivo de gérmenes, tinción de microorganismos y mejoras en la microscopía, estos científicos y sus colaboradores identificaron los bacterias causantes de numerosas enfermedades infecciosas.

Los conocimientos de la medicina moderna comenzaron lentamente a difundirse en Venezuela. En 1874, durante el gobierno de Antonio Guzmán Blanco, se creó el Consejo Superior de Higiene Pública, uno de los primeros intentos de institucionalizar la salud pública en el país. Desde Isnotú, el joven José Gregorio ya aspiraba a dominar estas nuevas técnicas científicas para estudiar las enfermedades prevalentes en Venezuela y contribuir al bienestar de la población. Su sueño comenzó a materializarse en julio de 1889, cuando, recomendado por sus profesores por su excelencia académica, fue becado por el Gobierno Nacional para continuar su formación en la Facultad de Medicina de París. Allí estudió microscopía, bacteriología, histología normal y patológica, disciplinas aún no enseñadas en Venezuela, teniendo como maestros a algunos de los grandes pioneros de la bacteriología.

Al regresar a Venezuela en 1891, José Gregorio trajo consigo un laboratorio similar al de la universidad parisina y una biblioteca, ambos adquiridos por el Gobierno Nacional, que instaló en la sede de la Universidad Central. El 6 de noviembre de ese año, fue nombrado profesor en la Universidad Central de Venezuela para dictar dos cátedras de primer año: Histología y Bacteriología (incluyendo Embriología) y Fisiología Experimental. La cátedra de Bacteriología se considera como la primera cátedra de bacteriología en el hemisferio occidental y es por eso que el Día del Microbiólogo en Venezuela se celebra el 6 de noviembre.

En 1906, José Gregorio publicó su libro de texto “Elementos de Bacteriología”, uno de los primeros textos científicos escritos en Venezuela, en el cual abordó enfermedades infecciosas humanas y animales, así como nociones de inmunología y seroterapia, haciendo especial énfasis en aquellas enfermedades con alta morbilidad y mortalidad en el país.

Guiado por su vocación religiosa, en 1908 se retiró temporalmente de la universidad para ingresar en la Cartuja de Farneta, en la región de Lucca, Italia, donde permaneció nueve meses antes de regresar a Venezuela por problemas de salud.

Reincorporado a la docencia, en septiembre de 1909 fue nombrado profesor de la Cátedra de Anatomía Patológica Práctica, anexa al Laboratorio del Hospital Vargas, y en enero de 1910 asumió la dirección del laboratorio, donde trabajó en áreas como la esquistosomiasis, el diagnóstico serológico de la sífilis y la anatomía patológica de la tuberculosis pulmonar. En 1912, se ampliaron los contenidos de su cátedra de Bacteriología para incluir aspectos de parasitología.

Ese mismo año de 1912, la universidad cerró temporalmente hasta 1915, periodo durante el cual José Gregorio consideró nuevamente dedicarse a la vida religiosa, viajando a Roma para seguir la carrera sacerdotal, que tuvo que abandonar de nuevo por problemas de salud.

Tras la reapertura de la universidad en 1915, se reincorporó a la docencia y condujo estudios sobre la tensión arterial en sus alumnos, publicando también investigaciones sobre el tratamiento de la tuberculosis.

Desde su regreso de París en 1891, José Gregorio ejerció también como médico de familia, atendiendo a sus pacientes en sus hogares o en un consultorio que estableció en su residencia en La Pastora. Se ganó una merecida fama por su dedicación, bondad y humanismo, cualidades que eventualmente lo llevarían a ser reconocido como santo por la Iglesia Católica.

Por: Dr. José Esparza