Los individuos tienden a preferir el estado actual de las cosas por encima de alternativas nuevas, incluso cuando estas nuevas opciones ofrecen beneficios objetivos superiores

Por: Mgter. Nathalie Carrasco-Krentzien — Consultora en comunicación estratégica científica, neurocomunicadora y arquitecta de impacto.

En teoría, el cambio es parte esencial del progreso científico y organizacional. En la práctica, solemos evitarlo con una persistencia sorprendente. Esa resistencia, que muchos interpretan como miedo, suele ser en realidad un sesgo cognitivo profundamente arraigado: el sesgo de statu quo.
Este fenómeno fue descrito por William Samuelson y Richard Zeckhauser en 1988, quienes demostraron que los individuos tienden a preferir el estado actual de las cosas por encima de alternativas nuevas, incluso cuando estas nuevas opciones ofrecen beneficios objetivos superiores. Es una inclinación automática a mantener el curso conocido, por simple familiaridad, y a percibir cualquier desviación como pérdida potencial.
Desde la perspectiva de la neurociencia de la comunicación, esta resistencia se entiende bien: el cambio activa circuitos de alerta en la amígdala y genera una respuesta de estrés que hace que el cerebro priorice la seguridad percibida sobre el beneficio futuro. En cambio, mantener el statu quo reduce la carga cognitiva y activa los circuitos de recompensa asociados a la predictibilidad.
El sesgo de statu quo en el entorno científico
Aunque solemos imaginar a la ciencia como un motor de innovación, este sesgo también opera con fuerza en los ecosistemas de investigación:
- Métodos consolidados: equipos que se aferran a técnicas obsoletas aunque existan métodos más precisos, por temor a alterar rutinas que “ya funcionan”.
- Líneas de investigación heredadas: laboratorios que perpetúan agendas temáticas por tradición institucional, sin evaluar su pertinencia actual.
- Publicaciones: comités editoriales que favorecen artículos alineados con paradigmas dominantes y rechazan propuestas disruptivas.
Este tipo de decisiones rara vez se perciben como sesgadas: se justifican como prudencia, eficiencia o respeto por la experiencia acumulada. Pero en el fondo responden a una inercia cultural alimentada por el sesgo de statu quo.
El sesgo en organizaciones y equipos
En contextos corporativos, lo he visto operar en procesos de transformación digital, en fusiones o en rediseños estratégicos: líderes convencidos de haber “comunicado el cambio” que luego se sorprenden al encontrar equipos pasivamente inmóviles. No es que la gente no entienda el cambio ni que lo tema irracionalmente: simplemente, el statu quo ofrece más certidumbre inmediata que cualquier promesa de mejora.
Los mensajes que apelan solo a la lógica o a los beneficios futuros resultan insuficientes porque el sesgo actúa en el plano emocional y automático. Sin un diseño comunicacional específico, la inercia gana.
Comunicación estratégica para romper la inercia
Superar este sesgo no requiere presionar más fuerte, sino comunicar de manera distinta. Algunas estrategias neurocomunicativas eficaces son:
- Narrativas de continuidad: presentar el cambio como evolución y no como ruptura (“esto es la siguiente fase de lo que ya hacemos bien”), para reducir la amenaza percibida.
- Segmentación del riesgo: introducir el cambio en pequeños tramos controlados, activando circuitos de recompensa por logro progresivo.
- Validación emocional explícita: reconocer la incomodidad que genera cambiar antes de explicar sus beneficios, lo que activa la empatía y desactiva resistencias límbicas.
- Anclaje en la identidad: vincular el cambio con valores y propósitos ya compartidos por la comunidad científica u organizacional, creando coherencia simbólica.
En mis acompañamientos a líderes y equipos científicos, he comprobado que cuando se rediseña el relato del cambio con estos principios, la adopción deja de ser percibida como amenaza y se convierte en oportunidad. No es persuasión vacía, es comunicación estratégica basada en cómo funciona el cerebro humano ante la incertidumbre.
El sesgo de statu quo es cómodo: mantiene la ilusión de control y nos protege del esfuerzo de lo nuevo. Pero esa comodidad cobra un precio alto: retrasa la innovación, perpetúa ineficiencias y frena el progreso.
La pregunta que debería guiar a cualquier líder científico u organizacional es clara: ¿estamos decidiendo con base en la evidencia… o solo defendiendo la familiaridad del statu quo?
Romper esa inercia exige más que voluntad: exige rediseñar la forma en que comunicamos el cambio. Y ese rediseño empieza por reconocer que el problema no es la falta de compromiso, sino el sesgo silencioso que nos hace aferrarnos a lo conocido.
La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.