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Martín Testa Garibaldo
Martín Testa Garibaldo, con sensibilidad y firmeza, ha dado forma a una obra con sello propio, capaz de recordarnos que la palabra es más que signo

Por: Mario García Hudson

El autor es investigador, encargado del Centro Audiovisual de la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero R.

Primer tiempo: La búsqueda y la intuición en hacer versos

El que escribe desde la entraña cuestiona. En ese cuestionar, surge la urgencia de expresar emociones. Sentimientos que moldean su manera de comprender el universo, ese espacio vasto que se edifica en versos. Un territorio donde no cabe el disfraz, si se aspira a que la palabra diga algo verdadero.

Hilvanar las palabras es su forma de revelarse, de despertar a la creación. Es la huella que puede, o no, trascender. Ser quien escribe con hondura es un privilegio reservado, una entrega a la palabra que carga sentido, que lanza mensajes al alma, al goce, al deleite de hallarse con la poesía.

Poesía: Es construir una propuesta en la que se reconozca una voz, un estilo, una cadencia propia, una corriente viva donde el lenguaje fluye sin tropiezos.

Búsqueda: Ensayo y error que lo conducen al encuentro consigo mismo: el poema.

Intuición: Estar frente al verso, sentir que la entrega constante y el talento afinado por el trabajo diario traerán consigo la recompensa: el hallazgo de lo auténtico.

Taller (poemas rescatados, 1997). Dos claves: el enfrentamiento y la amistad.

Segundo tiempo: El crecer y el madurar de las palabras

La voz lírica toma forma. Aquello que asomaba tímidamente una década atrás, ahora es certeza. El discurso se afirma, su propuesta —su propia existencia— se consolida. No hay lugar para ornamentos innecesarios. Cada palabra es justa, limpia, con identidad propia.

El duende que antes murmuraba al oído, hoy habita en la piel. Su expresión se torna cálida, profundamente musical, capaz de ser refugio en medio del caos.

Los silencios que permiten escuchar la resonancia interna del lenguaje son cuidadosamente trabajados. Todo responde a una intención clara: construir un discurso de vida, con claridad y propósito.

Propósito: Dejar reposar el verso como se añeja el vino, para testimoniar el encuentro con el amor, la tierra, el país. Temas que han dejado huella imborrable en su creación (edad de la palabra, 2011).

Tercer tiempo: La obra sinfónica

Tiempo de contemplación y madurez, donde cada palabra ocupa el lugar preciso en una partitura perfecta. Los elementos presentes en las etapas anteriores convergen ahora con mayor armonía.

Lo sonoro predomina en este festín de imágenes. La escritura baila al ritmo del vaivén del mar, y se nutre de la tradición oral y musical que da identidad a un pueblo. Hay experimentación, pero también respeto por las formas que fundaron su sensibilidad.

El lenguaje se vuelve poder, conocimiento, instrumento que compone su propia sinfonía. Escala ascendente, vibrante, que asigna tiempo y pulso a cada emoción expresada.

Sinfonía: Unión del ser con la palabra, deseo profundo de dialogar con el mundo desde el arte. Un gesto de entrega en el que se reconoce, se desnuda, se refleja, invitándonos a compartir ese descubrimiento interior (mulata canción, 2012).

Treinta y dos años caminando, observando, pensando. Transformando en texto el amor, el calor del hogar, la conversación cotidiana, el verde que brota de la tierra, la energía vital que empuja la creación.

Palabras que se mecen y resuenan, un eco constante de compromiso con lo verdadero. Una fidelidad absoluta al acto de escribir desde lo hondo.

Martín Testa Garibaldo, con sensibilidad y firmeza, ha dado forma a una obra con sello propio, capaz de recordarnos que la palabra es más que signo: es llama, es raíz, es reflejo de una vida que eligió la poesía como destino.

Sentados: David Robinson, Héctor Collado y Mario García Hudson. Agachado William Johnson Valdés.
De pie: Leoncio Obando, Emilio Lassen, Armando Díaz, Rafael Álvarez, Carlos Fong, César Del Vasto, Martín Testa Garibaldo, Juan Gómez y Luis Carlos Jiménez.
Armando Díaz se le conoce artísticamente como Ologwagdi.

Por: Mario García Hudson