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Cuando el mundo se enfrenta a riesgos climáticos crecientes, la Unesco destaca el papel de la ciencia para obrar un cambio significativo hacia un futuro más sostenible. / Rawpixel
El mundo de hoy no es el futuro de coches voladores y robots sirvientes que se imaginaba en el siglo pasado, y la visión actual de lo que el progreso debe traernos ha cambiado

Por: Javier Yanes. Doctor en Bioquímica y Biología Molecular especializado en Inmunología, periodista de ciencia y autor de varias novelas. En Agencia SINC

El 10 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo, una fecha señalada por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) que tiene por objeto subrayar el papel fundamental de la ciencia en la sociedad y la necesidad de interesar al público en su desarrollo y en los debates que suscita. Todo esto de cara a promover un mundo más sostenible. Para este 2025, el lema elegido es “Confianza, transformación y el mañana: La ciencia que necesitamos para 2050”.

La predicción de los avances del futuro ha sido más una expresión del zeitgeist, el espíritu de cada época, que un análisis realista y certero del progreso de la ciencia y la tecnología. A mediados del siglo XX, con el optimismo tecnológico y la pasión por la modernidad como lo opuesto a lo rústico, se adivinaba un futuro que hoy llamamos retrofuturista: coches voladores, viviendas en rascacielos infinitos, autopistas gigantescas, inmensas ciudades sobre selvas arrasadas, robots sirvientes y comida liofilizada.

Ni siquiera los grandes visionarios de la ciencia ficción se han librado de este sesgo. Con ocasión de la Exposición Universal de 1964 en Nueva York, Isaac Asimov lanzaba la vista medio siglo adelante en el diario The New York Times. El creador de las tres leyes de la robótica suspiraba por la utopía de vivir en ciudades subterráneas alejadas de la naturaleza, donde las ventanas no serían más que un “toque arcaico”, los electrodomésticos funcionarían con pilas atómicas y la cocina casi habría desaparecido en favor de comidas completas preparadas.

Conservar nuestro hogar

El mismo año, el también autor de ciencia ficción Arthur C. Clarke aventuraba su visión del siglo XXI para la BBC. El genio de 2001: Una odisea del espacio coincidía con Asimov en subrayar la amenaza de un conflicto nuclear global; que, por entonces, en el siempre tenso clima político de la Guerra Fría, estaba muy presente. Este era el único riesgo existencial grave que por entonces merecía la preocupación de los más agudos observadores de los avances científicos.

Aunque algunas de aquellas predicciones se han cumplido, la posmodernidad ha dejado un futuro muy distinto a como lo imaginaban aquellos ilustres profetas tecnocientíficos; hoy se rechaza un mundo más artificial, y triunfa lo natural en los hábitos y la alimentación.

Salvo en las distopías, las predicciones ya no hablan de megalópolis surcadas por autopistas ni de vehículos voladores para ir a trabajar. La ciencia y la tecnología que necesitamos para 2050 son menos futuristas: se trata de conservar nuestro hogar, esencial para nuestra supervivencia.

La Asamblea General de Naciones Unidas ha declarado el decenio 2024-2033 como la Década Internacional de las Ciencias para el Desarrollo Sostenible, y en este contexto la Unesco “presenta una oportunidad para reflexionar sobre el tipo de ciencia —y la relación entre ciencia y sociedad— que se necesitará para satisfacer las demandas de las décadas venideras”. Esas demandas, que visionarios como Clarke o Asimov no previeron, vienen marcadas por las amenazas existenciales a las que nos ha llevado un rumbo insostenible.

Riesgo de extinción

El peligro de la guerra nuclear sigue muy presente. Pero cuando en enero de 2025 el Bulletin of the Atomic Scientists situaba su simbólico reloj del apocalipsis más cerca que nunca de la medianoche —metáfora del fin de la humanidad—, a solo 89 segundos, esta advertencia de que corremos un riesgo de extinción extremo venía motivada por varias amenazas: cambio climático, degradación ambiental, pandemias, armas biológicas y los peligros de la Inteligencia Artificial (IA) descontrolada.

“El camino a un futuro sostenible empieza en la ciencia”, afirma la Unesco. “Mientras el mundo se enfrenta a riesgos climáticos crecientes y a desafíos complejos, el potencial de la ciencia para obrar un cambio significativo nunca ha sido mayor”. El objetivo de Naciones Unidas es que la Década Internacional sea “un movimiento global para liberar ese potencial”.

Los expertos aportan pistas para ese camino. En la revista Frontiers in Climate, una veintena de investigadores reflexionan sobre la ciencia del clima en 2050.

Según los autores, con las políticas actuales la temperatura media global continuará creciendo, superando 1,5 grados centígrados de aumento respecto a 1850-1900 ya a finales de esta década, llegando a los 2 ºC en 2050 y rondando los 3 ºC en 2100.

El clima del mañana

Las líneas de investigación que los autores prescriben para las próximas décadas ahondan en predecir los efectos del calentamiento sobre la dinámica general del sistema terrestre, en especial sobre las regiones y poblaciones más vulnerables, y en cómo convertir esta información en políticas y estrategias; todo ello teniendo en cuenta que “el mundo de 2050 será muy diferente del mundo de hoy”, escriben: las previsiones hablan de un crecimiento económico ralentizado y de una población mundial que dejará de aumentar hacia 2070.

Los autores añaden que, si el objetivo de cero emisiones en 2050 se demora, podrían aplicarse nuevas medidas de captura de carbono atmosférico. Técnicas como inyectar aerosoles o sembrar nubes reducirían la radiación solar, pero solo deben emplearse tecnologías maduras con consecuencias y riesgos conocidos. Además, el estudio advierte que estas soluciones alternativas contra el calentamiento no evitarían impactos directos de los gases de efecto invernadero (GEI), como la acidificación del océano o los cambios en la vegetación.

Por último, los investigadores subrayan la necesidad de “establecer mecanismos de comunicación más eficaces entre investigadores, gobiernos, el sector privado y los ciudadanos”. Así se creará una sociedad más informada, concienciada y adaptada al cambio climático y a las medidas que no necesariamente favorecerán a los ciudadanos de los países desarrollados si se aplica una ética de justicia ambiental como un “derecho fundamental”.

Los alimentos del futuro

Lograr la neutralidad climática en todos los ámbitos es un objetivo tan dominante en la ciencia del mañana que condicionará otras áreas de investigación prioritarias: energía renovable —y baterías para almacenarla— en sustitución de los combustibles fósiles, nuevos materiales descarbonizados y combustibles limpios, tecnologías de reciclaje y economía circular, ecología y ciencias marinas, meteorología, biodiversidad, el agua o la alimentación.

Con respecto a los alimentos, los expertos apuntan a una transición hacia una dieta más rica en plantas, algas y hongos. Se trata no solo de reducir las emisiones de GEI asociadas a la producción de carne, sino también de crear un sistema alimentario más resiliente; según Jane Rogers, del Real Jardín Botánico de Kew en Reino Unido, el aumento de las plagas con el cambio climático aconsejará reemplazar alimentos como la patata o el tomate por otras opciones como los tubérculos andinos yacón, mashua y oca.

En el futuro, los platos en todo el mundo se llenarán principalmente con frutas, verduras y legumbres, mientras que la carne provendrá de animales criados de modo que se mantengan libres de enfermedades”, pronostica el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola. Este organismo de Naciones Unidas suma a la dieta los insectos, un alimento tradicional en numerosas culturas, pero continúa defendiendo la importancia del ganado cárnico para muchas pequeñas economías y para ciertos ecosistemas: “Menos carne, pero mejor».

¿Coches voladores?

Algunos científicos destacan también las oportunidades que ofrece la biología sintética, el uso de tecnologías genéticas avanzadas, para revolucionar la agricultura, creando plantas resistentes al cambio climático y con un mayor rendimiento para la producción de alimentos, combustibles verdes o productos químicos de origen natural.

Obviamente, habrá mucho más; según predicciones de fuentes variadas, la ciencia de mediados de siglo traerá avances en innumerables campos, incluyendo la medicina personalizada y la nanomedicina, los grandes retos pendientes en la salud y el envejecimiento, la IA y otras tecnologías informáticas como la computación cuántica o la interacción humano-máquina, la exploración espacial y la explotación y colonización de la Luna o Marte.

Pero si algo nos ha demostrado la historia es que, según una cita humorística a menudo atribuida al físico y premio nobel Niels Bohr, “la predicción es muy difícil, especialmente sobre el futuro”.

Incluso las mentes más preclaras pueden desbarrar estrepitosamente en los que pasan por ser los vaticinios más fiables y mejor informados que podríamos esperar. ¿Quién sabe si, después de todo, acabaremos llegando a los coches voladores?

Por: Javier Yanes | Agencia SINC