El entusiasta apoyo de Iván Márquez Negretti -hijo de Márquez- hizo posible el dossier que se ofrece en esta edición, en la que escriben Ramón Guillermo Aveledo, Rafael Guerra Ramos, Leandro Area Pereira y el propio Iván Márquez Negretti
Amigos lectores:
El pasado 28 de abril se cumplieron 100 años del nacimiento de Pompeyo Ezequiel Márquez Millán (1922-2017), hombre de vida extraordinaria y llena de avatares. Fue político, preso político, parlamentario, editor, diplomático, autor de libros y artículos, ministro de Estado, lector sediento y un ciudadano irreducible que, después de un largo período como militante comunista -incluso en los años en que el Partido Comunista comprometió su apoyo con la lucha armada-, adoptó la defensa y promoción de las prácticas democráticas, por las que luchó hasta el último día de su larga vida.
El entusiasta apoyo de Iván Márquez Negretti -hijo de Márquez- hizo posible el dossier que se ofrece en esta edición, en la que escriben Ramón Guillermo Aveledo, Rafael Guerra Ramos, Leandro Area Pereira y el propio Iván Márquez Negretti. Les cuento.
Márquez Negretti firma Apuntes sobre la formación de Pompeyo Márquez, donde narra: “Cuando Pompeyo fue recluido en el Cuartel San Carlos alquilamos una casa en San José, para estar lo más cerca posible de la prisión que pasó a ser el centro de nuestras vidas. Tres años después, ante la inminencia de la fuga, la desocupamos para desaparecer sin rastro alguno. Las visitas semanales al Cuartel habían sido el momento propicio para llevarle nuevos libros y devolver los ya consultados. Para finales de 1966 teníamos una biblioteca de más de 400 volúmenes que habían sido leídos y fichados por mi padre en prisión… todo se archivaba en físico, había que resguardarlos. Tratamos de evitar lo que había sido una constante en su vida: a causa de las persecuciones policiales, él calcula, se habían extraviado más de 4 mil fichas y unos 200 resúmenes de libros y cientos de libros”.
En su artículo Pompeyo, un testimonio, Ramón Guillermo Aveledo dice esto: “Otro rasgo de Pompeyo es que nunca el actuar le sirvió de excusa para reposar en el pensar. La suya fue una actividad incesante, abierta o clandestina, en libertad o en prisión, en la calle o en la reunión, en el partido o en el parlamento. Tampoco dejó de estudiar, reflexionar sobre la experiencia y escribir para explicar la política que defendía. Artículos, folletos, libros, documentos. Había escrito en periódicos hasta que llegó como reportero al primer Ultimas Noticias, marcadamente izquierdista”.
El siglo de Pompeyo, el artículo de Rafael Guerra Ramos, compañero de causas de Pompeyo Márquez a lo largo de varias décadas, recuerda:
“Pompeyo fue siempre un hombre de acción, dotado de una capacidad de trabajo excepcional, genuino representante de una generación de líderes políticos para quienes teoría y práctica son cara y sello de una misma moneda. Sin haber pasado por la universidad estaba dotado de una amplia formación humanística y política. Así lo demostró en su fecunda labor parlamentaria.
En sus memorias nos dice que bajo la persecución policial en su larga vida clandestina perdió “más de 4.000 fichas y 168 resúmenes de libros de economía, de sociología, de historia venezolana, universal y de algunos países en particular”.
Pero no solo era un lector voraz, acucioso y disciplinado, también supo buscar y tener a su alcance profesionales eminentes de diversas disciplinas que le proporcionaban oportunamente conocimientos y la información necesaria”.
En la página 5, Leandro Area Pereira, escribe En la frontera comienza la Patria, artículo dedicado a recapitular sobre las experiencias de Pompeyo Márquez, en relación a un tema que le resultaba muy sensible: las fronteras venezolanas, en particular, con la nación colombiana.
Dice Area: “En esa perspectiva, con ese convencimiento político y personal, con todo el esfuerzo existencial posible que él otorgaba a la acción política, se dedicó Pompeyo con el estudio, con la discusión, la pluma, la participación en tantos foros nacionales, binacionales, internacionales, y así fue dejando huella de una vida que no reparó en obstáculos para conseguir metas.
Siempre tuvieron sus acciones un carácter personal, de entrega sincera, de entrañable rastro y ejemplo que debe ser rescatado en estos tiempos grises en donde no existen ni siquiera relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela, rotas formalmente desde 2019, y que comenzaron a desmoronarse realmente a partir de 1999 con la llegada de Hugo Chávez al poder y sus corresponsables en Colombia que vieron en él, por sus vínculos filiales e ideológicos con el gobierno de Fidel Castro en la isla de Cuba, una ficha clave para facilitar el logro de la paz con la guerrilla de las FARC-EP”.
Termina el dossier en las páginas 6 y 7, con una cronología elaborada por Márquez Negretti, que resulta una especie de exhaustivo y detallado resumen de la vida fructífera y diversa que tuvo Pompeyo Márquez en sus 95 años de vida.
A continuación, en la página 8, el periodista Evaristo Marín devela una faceta poco conocida de ese político y hombre múltiple que fue Luis Beltrán Prieto Figueroa: su predilección por el oficio de panadero, práctica que formaba parte de sus tradiciones familiares: “A la par de insigne educador, controversial político, perspicaz abogado y exquisito poeta, Luis Beltrán Prieto Figueroa también tuvo mucha predilección por el oficio de panadero. “Hacer pan fue muy ancestral en mi familia.
Me adiestré mucho en eso, en mis tiempos de muchacho”, se expresaba, regocijado, en los años de su vejez. Su madre, Fita Figueroa, fue una de las más notables y admiradas panaderas de La Asunción en el siglo XX. Todavía en la familia Prieto persiste esa tradición del pan de leche y del pan aliñado, la rosca cubierta, el pan de tunja, el saboyano, el coscorrón, etc”.
“Jenny-Jacques De Tallenay llegó a Venezuela junto a sus padres, los marqueses Olga Illyne y Henri de Tallenay, nuevo cónsul general y encargado de negocios de Francia, el 26 de agosto de 1878. Desembarcaron en el puerto de La Guaira después de una breve escala en las islas de Guadalupe y Martinica.
Se despidieron del vapor Saint Germain para emprender camino a Caracas. Se alojaron en el Hotel Lange, en la Esquina de Carmelitas, al cual Jenny llamó en su diario el “Gran Hotel”. Se despidieron de tierras venezolanas en abril de 1881, cuando al diplomático lo enviaron en misión a Perú.
En el intermedio, Jenny no solo se casó y escribió sobre lo que vio en sus viajes a Maracay, San Juan de los Morros, San Joaquín, Puerto Cabello, Tucacas, Valencia, Caracas, también recolectó arañas y coleccionó plantas, quizás con un entusiasmo inspirado por Humboldt y Bonpland”. Su Recuerdos de Venezuela (número 51 de la ‘mítica’ Biblioteca Popular Venezolana, editado por el Ministerio de Educación en los años 60’s), tal como lo señala Guillermo Suárez Flamerich en la página 9, podría ser uno de los pocos diarios conocidos escritos por viajeros durante el siglo XIX.
La página 10, final de esta edición, ofrece El otro amor: cine y literatura en los albores de otra pandemia, de Alejandro Varderi. El ensayo recuerda dos obras, una novela de Edmund White (A Boy’s Own Story), y una película de Arthur Hiller (Making love), ambas de 1982,“obras pioneras en la articulación de una identidad homosexual para el gran público (…) si bien la Caracas de aquellos años desplegaba ante las sexualidades otras una ilusión de normalidad, principalmente en los círculos culturales, y existía una extensa oferta de lugares donde socializar, la mayoría las rechazaba, y más cuando venían asociadas al estigma del sida.
De ahí que la película de Hiller fuera promovida como “una historia de amor para los años ochenta” —el cineasta había dirigido la popular Love Story (1970)—, a fin de atraer a un público más inclusivo. Una estrategia que no resultó, pues poco se habló de ella y, recuerdo, la audiencia era muy escasa la tarde sabatina cuando fui a verla; pero el primer plano de Harry Hamlin, en el papel de un popular escritor diciendo “I’m gay” sin tapujo alguno, llenó poderosamente la pantalla con el aplomo de su mensaje”.
Para finalizar: Tengo en mis pensamientos a Luis Martínez, Argelia Rovaina, Carlos Maneiro y Jholbert Godoy, los jóvenes que el alcalde de Chacao -ruin su proceder, ruines sus explicaciones, ruines sus motivaciones, ruin el comunicado de su partido- entregó a los torturadores. Del cómplice de los criminales -porque de esto se trata, de un cómplice- habrá que ocuparse in extenso. Lo urgente ahora, una vez que los han “liberados” y criminalizados (los someterán a juicio), es arreciar la campaña que insista en su inocencia y en su derecho a recordar a las víctimas de la represión como Neomar Lander.
Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional