Andrés Pérez Perruca (Zaragoza, 1971), con su libro recientemente publicado por la editorial Jekyll & Jill, participa este año en Benengeli, el festival literario organizado por el Instituto Cervantes. Agradecemos a la autora por esta entrevista en exclusiva para la sección Cultura de La Web de la Salud y a Juan Carlos Méndez Guédez, por su mediación a favor de una cultura que sana y salva
Por: Marta Falagán

Marta Falagán es gestora cultural y escritora. Ha vivido en Santiago de Chile, Louvain-la-Neuve y Madrid, ciudad donde trabaja actualmente en el Ministerio de Cultura.
Ha colaborado con instituciones como la Casa de América, la Fundación Albéniz o el Instituto Cervantes.
La escritura de Andrés Pérez Perruca dibuja un retrato colorista de la Zaragoza de los años 90, como escenografía para las vivencias de la banda musical El niño gusano
Hay obras que son en sí mismas una celebración de la juventud, de la música y de las amistades que, como el propio autor afirma, son las mejores aliadas para salir de la cama cada mañana. Vida de un pollo blanquecino de piel fina es todo eso, pero también es una obra que contiene muchas otras dentro de sí. Un mosaico de capítulos tan dispares e independientes como las canciones de un disco.
En este caso, un disco doble, o cuádruple, recopilatorio. Un homenaje en edición coleccionista. La crónica de una época, de las vivencias del fantástico grupo indie El niño gusano, y una carta de amor a la personalidad luminosa del poeta y cantante Sergio Algora, letrista de la banda, fallecido de manera prematura a los 39 años.
Andrés Pérez Perruca (Zaragoza, 1971), con su libro recientemente publicado por la editorial Jekyll & Jill, participa este año en Benengeli, el festival literario organizado por el Instituto Cervantes. Es con motivo de esta participación que nos encontramos en un restaurante del madrileño barrio de Malasaña y hablamos sobre su libro, sobre la escritura, sobre los amigos que ya no están y cómo la literatura y la música hacen que la conversación con ellos continúe siempre viva.
-En tu libro existen multitud de capítulos que pueden leerse de manera autónoma, como relatos o cuentos que funcionan por sí solos. Esa manera de escribir piezas breves, precisas y autosuficientes ¿puede tener algo que ver con escribir canciones?
-Sí, tiene que ver, porque para mí la estructura del libro estaba clarísima desde el principio: los 67 capítulos iban a ser 67 canciones, y mi aspiración era que pudiesen funcionar como entes independientes. Si tú escuchas un disco de vinilo y vas a la tercera pista de la cara B, esa canción te gusta o te dice algo por unas razones, pero si luego escuchas el disco entero, cuando llega esa canción tiene otro significado, otro relato u otras conexiones. Eso mismo es lo que yo buscaba.
Además, los capítulos siguen ese concepto de canción en el sentido de que cada uno de ellos tiene un ritmo diferente. Hay algunos que casi te piden leerlos a toda velocidad, otros que son más pausados, otros con frases cortas y directas, algunos con mucho ritmo, o con un tipo de fraseo que se va repitiendo todo el tiempo… Igual que en una canción puede haber un arreglo de guitarra, o de teclado, o de pandereta, que está marcando las pautas. Me di cuenta de que me gustaba mucho hacerlo así, que funcionaba bien en la literatura igual que en las canciones.
-Pero nunca te planteaste editar estas historias de manera independiente. Siempre fueron parte de un todo.
-Sí. Hay amigos o lectores que me han dicho que las notas a pie de página son como novelas cortas, o ensayos, o relatos independientes, pero me gusta que el libro tenga diferentes niveles de lectura. Te puedes terminar el libro sin leer las notas, o solo algunas…
-O leyéndote solo esas notas de pie de página, que a veces tienen más peso que el propio capítulo.
-El otro día hablé con un chico en Barcelona que me decía que, para él, lo mejor del libro son precisamente esas notas. Hay lectores, como este, que son quienes más me están sorprendiendo y emocionando: personas a quienes les ha caído el libro en las manos por alguna casualidad, que no sabían nada de la música de esa época, del contexto de Zaragoza, ni de El niño gusano, y sin embargo les ha gustado Vida de un pollo blanquecino como artefacto literario.
-Hablando de artefactos literarios. En uno de los capítulos, tu amigo Sergio Algora te recomienda La broma infinita, de Foster Wallace, “porque es una novela loca, obsesiva, y demasiado larga y esas cosas a mí me van”. Parece que hicieras un guiño irónico y metaliterario a tu propio libro.
-Puede ser, pero no llegué a leerme La broma infinita. Muchas veces me preguntan por esa novela, pero fue un regalo de Sergio poco antes de morir, y leerlo me daba mucha pena. Tampoco he leído el último libro de relatos que publicó. Lo tengo sin abrir y no sé si alguna vez llegaré a hacerlo.
-Este libro es también un homenaje y un diálogo con tu amigo Sergio Algora, a quien defines como “el único que siempre tuvo un sol de muchos colores en su cabeza”. Escribes: Sergio, quiero que la gente te recuerde y que te recuerde como poeta.

-Yo creo que a Sergio Algora no se le ha valorado lo suficiente como poeta. Más allá de ser compositor, letrista, o autor de canciones de música ligera -como le gustaba decir-, como poeta tiene una voz muy diferente. Si lees un poemario suyo, ves que es muchísimo más duro; más difícil, más hermético, más oscuro, a pesar de que él como persona y letrista siempre fue muy libre y tenía muchísimo sentido del humor.
-El humor es quizá el registro que más destaca en este libro. Encontramos diálogos muy ágiles y situaciones que parecen sacadas de una película de Billy Wilder o de Berlanga. ¿Era el humor el lugar más natural desde el cual narrar las historias del Pollo?
-Para mí el tono humorístico ha fluido con naturalidad, sin ninguna premeditación. No creo que este sea un libro de humor; creo que es un libro divertido, o entretenido; también me han dicho que puede llegar a ser bastante ácido.
Supongo que los autores acaban escribiendo aquello que les gustaría leer. Y yo creo que el humor es importantísimo a la hora de enfrentar la vida y la literatura, o de leer o de escuchar música. En la música y la literatura perfectamente puede haber algo que tenga sentido del humor y a la vez ser muy triste o muy melancólico. Siempre que no sea algo premeditado, que salga de forma natural.
Por: Marta Falagán