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Foto: Larry Camacho
Hace algunos años, Manuel Alberto Graterón, “Beto”, era una rara avis del mundo empresarial. ¿Cómo se puede estar pensando en la inmanencia del ser o la caída del Imperio romano mientras se discuten unas inversiones financieras durante una sesión de ejecutivos? “Es un trabajo muy aburrido ese, unas reuniones larguísimas, monótonas, no me gustaba eso”, confiesa este ingeniero venezolano, exconstructor de obras civiles, calculista estructural, apasionado de la Historia, la Filosofía y la ciencia, y “escribidor de papeles esotéricos».

Por: Francisco «Larry» Camacho | Fotos: Larry Camacho

Francisco «Larry» Camacho es profesor categoría Asociado de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, Barquisimeto, Venezuela.  Licenciado en Comunicación Social , magíster scientiarum en Historia,  y doctor en Historia.  Ha sido periodista y fotógrafo de diversos medios impresos en Venezuela.  Desde 2016, es el director de Mayéutica revista científica de humanidades y artes, del Decanato Experimental de Humanidades y Artes de la UCLA. (Arbitrada e indexada).ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0528-9523

Hace algunos años, Manuel Alberto Graterón, “Beto”, era una rara avis del mundo empresarial. ¿Cómo se puede estar pensando en la inmanencia del ser o la caída del Imperio romano mientras se discuten unas inversiones financieras durante una sesión de ejecutivos? “Es un trabajo muy aburrido ese, unas reuniones larguísimas, monótonas, no me gustaba eso”, confiesa este ingeniero venezolano, exconstructor de obras civiles, calculista estructural, apasionado de la Historia, la Filosofía y la ciencia, y “escribidor de papeles esotéricos”. 

“Beto” Graterón se define a sí mismo como menos homo economicus y más homo cogitans. “Vivir y ganarse la vida no tienen que ser excluyentes, hegelianamente, son un par dialéctico cuya superación es la vida acorde con el espectador que seas (Pitágoras) o el tipo de alma (Aristóteles) que tengas”, asevera.

“Beto” encontró a edad temprana en las lecturas de los clásicos literarios y los textos de historia, una manera de dar sentido a su existencia. “Me contaron que fui un niño muy curioso e inquisidor que no se conformaba con los primeros porqués”, dice en el prólogo de El Papado.

Aprendió también la importancia de ganarse el pan ejerciendo una profesión digna sin renunciar a las necesidades del alma, que, en su caso, las ha saciado con muchos viajes por el mundo, museos, música clásica y libros, muchos libros. Por razones de trabajo, desde los 26 años de edad y durante casi medio siglo se desplazó en carro por varios estados de Venezuela. No estar frente al volante le dio sus ventajas; lejos de ver paisajes, lo que más hizo “Beto” en carretera fue leer cuanto material llegara a sus manos.    

Ahora que el tiempo se le ha hecho más sosegado, a sus 85 años, este hombre está explotando su potencial creador que la rutina profesional le tenía postergado. No es que antes no leía o no se apasionara por el saber, es que ahora el retiro le permite devorar páginas enteras de aquellos libros que alguna vez compró y que no alcanzó a leer en sus recorridos por Venezuela, y navegar en la web cuando no está hurgando y escribiendo sobre los veinte siglos de la Iglesia cristiana o los demonios que tanta violencia han engendrado en la humanidad a lo largo de su historia. Acá se asoma Aristóteles: “

El ocio que en esta etapa de mi vida es tranquilo y contemplativo, me permite leer y pensar; trataré de escribir más como ordenación de mis pensamientos que con un propósito pedagógico o un intento de mejorar el mundo”, se lee en El Papado.

Hace mucho que “Beto” superó el “sarampión positivista enseriando sus lecturas de Historia y Filosofía”, dice con ironía este personaje abierto a diversas corrientes de pensamiento, agnóstico y, “si lo arrinconan”, ateo. Es el autor de Razones sinópticas para la reflexión y El Papado, dos libros disponibles en la plataforma Amazon que condensan parte de sus inquietudes intelectuales que comparte en su pequeño círculo de amistades -apasionadas como él-, por la lectura y el conocimiento, como su condiscípulo del Colegio La Salle de Barquisimeto, Alberto Castillo Vicci, “Kiko”, quien le insistió en la idea de publicar sus escritos, consejo que finalmente atendió.    

De muchacho, en los años 50, “Beto” fue un aventajado estudiante en La Salle y del liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto. Para entonces, en esta ciudad había peñas de escritores y poetas como la de los hermanos Hermann y Salvador Garmendia en la plaza Altagracia y la de la plaza Lara, donde acudía “Beto” con su cuaderno, un libro bajo el brazo y la silla de extensión para hacerse parte de las tertulias vespertinas.

Allí aprendió de política, de historia, de filosofía y de las letras con Alberto Castillo Arráez, los Silveira, o José María Cadenas, hermano del Premio Cervantes, Rafael Cadenas, quien para entonces ya se había exiliado en Trinidad. Allí también conoció a Blanca Silveira, fundadora de la Sociedad Larense de Astronomía. Con “Kiko” Castillo, Graterón disfrutó de la lectura humorística del español Enrique Jardiel Poncela.    

Por el “Lisandro” ya habían pasado Manuel Caballero, José Manuel Briceño Guerrero, Rafael Cadenas, José Antonio Abreu y otros intelectuales que han dejado su huella en la cultura venezolana. Allí también estaban los líderes políticos que hacían resistencia a la dictadura perezjimenista.

“En ese tiempo uno tenía que demostrar que estaba bien preparado, los profesores eran muy exigentes. La política no era excusa para dejar de estudiar”, recuerda “Beto” Graterón.

Para entonces, se salía como bachiller en Física y Matemáticas, Biología, y Filosofía, especialidad esta que, curiosamente, no fue la escogida por el disciplinado “Beto”. “Yo quería ser aviador o ingeniero, por eso opté por la Física y las Matemáticas, después supe que debí estudiar Filosofía o Historia en la universidad”. En 1961, el joven Graterón se graduó de ingeniero civil en la Universidad Central de Venezuela. Pudo haber salido antes, pero, junto con otros muchachos que luego serían figuras claves del proceso democrático venezolano, fue a parar a la cárcel tras participar en las protestas estudiantiles del 21 de noviembre de 1957 (Es desde esta fecha que se conmemora el Día del Estudiante en Venezuela).  Esas acciones en contra del régimen militar retrasaron su graduación.      

La disciplina forjó su espíritu libre

Manuel Alberto “Beto” Graterón, un escribidor de “papeles esotéricos” Foto: “Larry” Camacho

Su inquietud por la lectura de la Historia y la Filosofía le vino originalmente de sus clases de religión en La Salle y después de las tertulias con su amiga Carolina Bellosta. “El hecho religioso, es algo universal y atemporal, eso que es tan humano siempre me ha intrigado. He sido un lector omnívoro, he leído de todo, El Quijote, Moby Dick, novelitas de vaqueros, manifiestos de la izquierda, libros de anatomía, de Derecho, de Economía, es una necesidad perenne de conocer todo, lo tangible y lo intangible, por qué las cosas son como son”, asegura Graterón, quien se confiesa socialdemócrata y un optimista en que la ciencia llevará al mundo por mejores derroteros, pese a las amenazas totalitarias que se ciernen sobre las democracias.

“Algunas de las cosas que decía Platón hoy nos parecen risibles, entonces no había Internet, los antiguos no conocían el resto del mundo. La ciencia se va superando y con ella mejora el espíritu humano”.

Su amiga, Carolina Bellosta, le hizo leer el Teeteto de Platón, lo que despertó su interés por la filosofía del conocimiento y de allí saltó a la Historia de la filosofía occidental de Bertrand Russel, a quien admira desde entonces. A la lista de filósofos de sus relecturas se suman Aristóteles, Marco Aurelio, Santo Tomás, Marx, Kant, Hegel, Bergson, Sartre, Heidegger y muchos otros.

“El mundo está en decadencia. Los imperios suben y bajan, la historia, que es un ´cementerio de aristocracias´, como dice Pareto, es caótica, no es lineal como creían los positivistas y Carlos Marx, quien se atrevió a predecir sociedad sin clases y nos tiene embochinchado el mundo desde el siglo XX. Aun así, creo que hay esperanzas”, dice el estudioso ingeniero.

Su carácter se ha forjado al calor de las lecturas. “Uno tiene etapas, en un momento eres platónico, en otro kantiano, hedonista, existencialista, al final eres como ecléctico, lo que estoy escribiendo ahora es una negación de la filosofía. El mito del paso al logos es un mito porque las religiones siguen allí, los influencer están allí, las guerras de religión siguen allí, en África se matan unos con otros, y unos perros de guerra les venden las armas para seguir aniquilando a la especie y a su entorno. El miedo, la ignorancia y la imaginación del hombre alimentan esas cosas. Otros se hacen ricos vendiendo recetas de cómo ser feliz y conseguir el amor que nunca llega como ellos dicen. Soy enemigo del pensamiento mágico en general”, afirma Graterón.

El amor se llama Sandra

Sandra Ramos es su esposa desde hace 49 años. Se conocieron en Londres en 1969 en uno de los tantos viajes que hizo “Beto”. Recorrer el mundo, hacer cursos cortos de política y economía en universidades extranjeras, conocer museos, comprar libros y discos de música clásica, fueron las maneras de “botar la plata” que se ganaba “Beto” como constructor de obras civiles.

Sandra (la correctora de pruebas y critica de los “papeles esotéricos” de “Beto”), fue testigo del Mayo Francés del 68, ella vio los adoquines volar por los aires durante las protestas juveniles en París, ciudad donde estudió idiomas. El amor los juntó en el 69, pero “Beto” quería seguir viajando por el mundo, “yo no estaba diseñado para el matrimonio”, pensaba él, pero en poco tiempo el corazón torció la voluntad del hombre que hasta aquel encuentro en Inglaterra se creía dueño de sí mismo. 

Una carta enviada desde Santiago de Chile, donde Sandra pasaba unos días con su familia, fue el inicio de otra etapa en la vida del joven trotamundos, “Estoy de vacaciones de la universidad, me gustaría verte” decía, entre otros asuntos, la esquela enviada por Sandra a “Beto”, quien no lo pensó dos veces para reencontrarse con su amor. “Para mí tomar un vuelo era como beber agua, así que me fui a Maiquetía raudamente a comprar el pasaje para verme con ella”, confiesa él. En la capital chilena, el joven empresario decidió desposar a la mujer con la que hoy comparte su vida; en 1974 contrajeron nupcias en Venezuela, y de esa unión salieron dos hijos. “Uno de mis cursos aprobados, con muy buenas notas, es el de buen marido”, dice en broma. 

En los libros y la música clásica, hoy se refugia “Beto” de los desencantos de los que nadie escapa. Uno de ellos es la corrupción que se instauró en su país y que parece no acabar. “Cuando empecé a trabajar había muchas oportunidades para hacer plata decentemente, gané licitaciones limpiamente, pero después se fue deteriorando ese proceso”.

El ingeniero Graterón está satisfecho con su camino andado y agradece a sus amigos que le acompañan en sus pasiones intelectuales. “Es poca la gente con la que hablo de estas cosas, Sandra me ha aguantado porque el amor es así”.    

Publicado de manera original en la revista Mayéutica. Ver:

https://revistas.uclave.org/index.php/mayeutica/article/view/4801

Por: Francisco «Larry» Camacho