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En Ciencia 2.0, la colaboración digital requiere habilidades de comunicación estratégica, no solo para difundir resultados, sino para facilitar el trabajo interdisciplinario

Por: Magister Nathalie Carrasco-Krentzien. Consultora en Comunicación Científica y Organizacional | Especialista en Neurocomunicación Estratégica



Durante años, la ciencia pareció una conversación entre pocos. Un idioma técnico, encerrado entre revistas especializadas, que muy pocas personas podían leer, entender o discutir. Incluso dentro del mundo académico, la colaboración solía limitarse a círculos estrechos, marcados por jerarquías, afiliaciones institucionales y, a menudo, por la competencia más que por la cooperación.

Sin embargo, algo cambió. La transformación no fue sólo tecnológica. Fue epistémica. Nació un nuevo paradigma: la Ciencia 2.0, un modelo de hacer ciencia que no sólo investiga, sino que comparte, colabora y comunica en red.

Y aquí comienza nuestro punto de análisis: en esta nueva ciencia, la colaboración ya no es un valor deseable, sino un principio estructural. Y la comunicación, lejos de ser un apéndice, se convierte en la infraestructura invisible que lo hace todo posible.

¿Qué es la Ciencia 2.0 y por qué importa?

El término Ciencia 2.0 comenzó a usarse en la década del 2000 como una analogía con la llamada Web 2.0, caracterizada por la interacción entre usuarios, la generación colaborativa de contenido y la apertura de plataformas digitales.

Aplicado al campo científico, implica una evolución del modelo tradicional hacia uno que integra tecnologías colaborativas, datos abiertos, y una participación más amplia —incluyendo incluso al público no experto— en los procesos de construcción y validación del conocimiento (Nielsen, 2011; Waldrop, 2008).

Se trata de una ciencia más horizontal, más distribuida y más conectada. En ella, el conocimiento ya no es propiedad exclusiva de unos pocos, sino el resultado de una red dinámica de interacciones que suceden en blogs, wikis, repositorios abiertos, redes sociales académicas y plataformas como GitHub, Overleaf o ResearchGate.

El informe de la OCDE (2015) sobre Open Science ya advertía que esta tendencia sería irreversible y necesaria para acelerar la innovación, garantizar la transparencia y democratizar el acceso al conocimiento científico. Hoy, en 2025, ya no es predicción. Es realidad.

Ciencia colaborativa no es ciencia desordenada

Como consultora especializada en procesos colaborativos, he aprendido que una colaboración efectiva no ocurre por simple buena voluntad.

Ocurre cuando hay sistemas que facilitan el intercambio, lenguajes comunes que promueven la comprensión y marcos de confianza que permiten construir sobre lo del otro sin miedo a perder autoría.

En Ciencia 2.0, la colaboración digital requiere habilidades de comunicación estratégica, no solo para difundir resultados, sino para diseñar procesos que faciliten el trabajo interdisciplinario, la toma de decisiones colectivas y el aprendizaje compartido. Es aquí donde herramientas como wikis académicas, Google Colab o foros como PubPeer se vuelven fundamentales. No solo almacenan información: la hacen dialogar.

Pero esto también exige una nueva alfabetización científica. Como señala Michael Nielsen (2011), “la ciencia abierta y colaborativa solo es posible si aprendemos a pensar en red”. Pensar en red implica aceptar que el conocimiento no se completa en la individualidad, sino que cobra valor cuando se expone, se discute y se mejora entre pares, incluso si no están de acuerdo contigo.

La comunicación como tecnología de colaboración

Si algo he aprendido tras dos décadas entrenando a líderes y equipos científicos es que la colaboración falla cuando falla la comunicación. Y no me refiero al “tono amable” de los correos electrónicos. Me refiero a la capacidad de traducir ideas complejas en propuestas comprensibles, de conectar saberes dispares desde un lenguaje compartido, y de diseñar entornos que favorezcan la participación activa.

En entornos de Ciencia 2.0, el lenguaje se convierte en una interfaz crítica. No basta con saber. Hay que saber contarlo, y contarlo bien.

De hecho, estudios recientes en neurocomunicación científica (como los de Lammers et al., 2022) sugieren que el formato narrativo y la visualización interactiva de datos aumentan significativamente la comprensión y retención de información compleja, especialmente en audiencias no expertas. Esto es vital cuando los resultados de una colaboración deben ser comprendidos no solo por los autores, sino por otros equipos, financiadores o incluso tomadores de decisiones públicas.

Del ego al eco: una nueva ética del conocimiento

En mi práctica profesional, he podido constatar algo que me parece profundamente transformador: cuando la ciencia se comunica en red, deja de ser un ejercicio de prestigio individual para convertirse en un proyecto colectivo con eco social real.

Claro, esto plantea nuevos desafíos éticos: ¿cómo se gestiona la propiedad intelectual en entornos abiertos? ¿Cómo se protege la integridad de los datos compartidos? ¿Quién valida los hallazgos cuando los revisores también pueden ser ciudadanos expertos?

Pero lo que es innegable es que la Ciencia 2.0 está empujando al conocimiento hacia afuera, hacia el mundo. Está creando comunidades alrededor del saber, y eso —aunque no siempre aparezca en el índice de impacto— es una forma poderosa de transformar la relación entre ciencia y sociedad.

¿Y ahora qué?

La Ciencia 2.0 es una invitación, no una imposición. Una posibilidad de construir ciencia no solo con datos, sino con diálogo. Con liderazgo, con estructuras que permitan resonar, y con una voz científica que entienda que comunicar no es simplificar: es abrir el espacio para que otros también puedan pensar contigo.

📩 Si lideras un equipo de investigación o formas parte de una organización científica que quiere activar entornos de colaboración más eficaces, te invito a construir colaboración significativa considerando las dinámicas cambiantes del entorno. Hoy, el 2.0 está transitado, las redes son la nueva visión colaborativa.

La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.