El escritor Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), ganador del Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró 2024 en la categoría Cuento, presentó su más reciente publicación, Crónica Crítica. Fragmentos para leer una literatura, galardonada por unanimidad con el Premio Literario Pedro Correa Vásquez 2023 en Crítica literaria. La obra se presentó en la ciudad de Panamá este jueves 21 de noviembre de 2024, en el edificio del Ministerio de Cultura. Van aquí las palabras del autor
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña | Viernes Cultural [email protected]

Crítica, críticos y criticones, Palabras para conversar un libro
Palabras de Pedro Crenes Castro

…la crítica panameña lleva escondida mucho tiempo (o secuestrada, también puede ser), en un búnker academicoso que la ha convertido en una tía muy rara, que cuando sale vacilante y medio cegada por el sol tropical de las letras contemporáneas
La lección de Siembra
Gustavo Bueno, filósofo español, decía en los noventa, cuando debatía en programas de televisión, que sus oponentes eran «impermeables al conocimiento». Era un cascarrabias obsesionado con sentar las bases de la materia a discutir afianzando las definiciones de lo debatido. Siguiendo la estela del maestro, me gustaría, con todo el cariño riguroso del que soy capaz, abordar y comentar tres necesarias definiciones del fondo del asunto que nos ocupa en Crónica crítica. Fragmentos para leer una literatura: crítica, críticos y criticones.
Crítica
Tenemos que huir de las grandes definiciones académicas. Como dice otro gran maestro, el crítico Miguel García-Posada, «El gueto me parece mal destino para toda actividad humana, la crítica incluida», y tiene razón: la crítica panameña lleva escondida mucho tiempo (o secuestrada, también puede ser), en un búnker academicoso que la ha convertido en una tía muy rara, que cuando sale vacilante y medio cegada por el sol tropical de las letras contemporáneas, dice cosas rarísimas, ininteligibles, y huyen de ella como de la Tulivieja.
Crítica, en su sentido más laxo, no es otra cosa que considerar cualquier manifestación humana para emitir un juicio sobre ella, dotándose el crítico de un aparato intelectual con el cual evaluar y expresar lo evaluado en términos cercanos, objetivos (a pesar de lo difícil), y con belleza, porque muchos buenos juicios se pierden en la maraña de la fealdad con la que se expresan. Umberto Eco o Harold Bloom, son paradigmas de esta versión de crítica que nos ha marcado a más de uno.
Con Eco nos hemos dividido entre apocalípticos o integrados (Cronopios o Famas o Esperanzas, es el mismo juego cortazariano), y con Bloom, nos hemos peleado por un canon occidental en el que en español nos faltan los grandes nombres, casi todos, pero no faltan los de Cervantes Borges y ¿Neruda? (el discutido, siempre).
Los Derrida, Adorno, y demás cuerpos glorioso de las ininteligibles escuelas de crítica de todo pelaje, nos han dejado en ese bunker que mencioné antes, solos, como en una isla desierta, encerrados con unos términos tecniquísimos y de consistencia metálica, que si bien aclaran la mentes de poquísimos críticos, se convierten en inaccesibles para los lectores, esa construcción que nos ha enseñado Umberto Eco a tener en cuenta a la hora de escribir, aunque no pensamos en ellos ni necesaria ni exclusivamente, como nos recuerda siempre desde una vieja entrevista Julio Cortázar, cuya «Maga», adoptada por el trumpismo, se pasea por Estados Unidos y por medio mundo persiguiéndonos, como la tía Tulivieja.
Críticos
Como estamos hablando de un contexto universal-panameño, vamos a ceñirnos a este patio tricolor, con el único propósito de incomodarnos hasta conseguir que salgamos de nuestra zona de seguridad intelectual.
Hay dos tipos de críticos en Panamá (como en todas partes): el que vive en el bunker y el que intenta, a riesgo de ser tiroteado, linchado o eliminado de la foto (ya ven que condenas y torturas no faltan, variedad ante todo), hacer una «lectura en voz alta y por escrito» de lo que ocurre en nuestro medio literario, en nuestro caso.
El crítico del búnker (pongan los elementos narrativos de la palabra bunker alrededor de crítico) disfruta de la seguridad del entorno y de su jerga metálica y alejante, que lo sitúa en una suerte de pedestal. Cuenta con compañeros de bunker que le celebran, a él y a los otros críticos, cada sesudo argumento como si fuese un verdadero mapa del tesoro o una iluminación sobre la literatura. Y seguro que lo es, pero solo funciona en el búnker. Cuando sale de él, en forma de Tía Tulivieja, no solo no es capaz de darse a entender, sino que no entiende lo que ocurre en su medio contemporáneo, lo que suscita una ruptura entre lo académico y lo bien llamado, pero mal entendido e injustamente denostado, «popular». Y eso le conviene a la Tía Tulivieja, pero arriesga la capacidad crítica y prescriptiva de la propia crítica, es decir, que los que saben «técnicamente» son incapaces de comunicar y dotar de criterio técnico a los que leen y prescriben literatura fuera del búnker.
El crítico «diana» es objetivo de la Tía Tulivieja (y todas las calamidades citadas) y de los criticones (que ya abordaremos). No es héroe ni mártir, simplemente cumple una función que se deriva del conocimiento técnico y de las necesarias lecturas (porque ojo, ser doctor o magíster no es síntoma de lector). Es un híbrido, una suerte de centauro intelectual, que combina lo fundamental de lo técnico y lo necesario de la mirada lectora que requiere criticar lo que se escribe en la actualidad. Puede hacer más énfasis en lo técnico o en lo que llamamos popular, pero cuando logra los equilibrios necesarios, se hace fundamental para el medio, en este caso literario, en el que ejerce la crítica.
Si el crítico búnker sufre aislamiento (está en una isla con su pandilla), el crítico diana sufre de linchamiento, lo que, como al primero, lo hace desaparecer. Y ese es el problema que tenemos en este país, en este universo tricolor: unos se aíslan y otros tienen miedo al linchamiento, que se sustancia en forma de vacío, de acusaciones de soberbia y cretinismo o, directamente, de mal gusto. Piensen en los viejos suplementos literarios panameños, acusados todos ellos por unos y otros de cretinos, soberbios o de mal gusto. Cuántas distancias, vacíos y enemistades por ejercer, como dice Nabokov, «el don más valioso que la libertad de pensamiento y de expresión puede ofrecer después del derecho a crear: el derecho a criticar».
Y entre el bunker y la diana, nuestra cultura carece de expresiones serias, salvando excepciones actuales, de crítica literaria. Se practica, y de manera excelente, la de textos y sus autores del pasado, pero poco nos atrevemos a considerar, por ejemplo, la trayectoria de un Osvaldo Reyes o una Giovanna Benedetti; de un Javier Alvarado y de una Cheri Lewis, y así muchos otros nombres contemporáneos.
Necesitamos construir entre todos, primero, una piel para la crítica, y luego, un criterio para la crítica, además de la valentía intelectual para ejercerla. ¿Por qué una valentía intelectual? porque, para concluir, hay un tercer personaje en discordia, que protagoniza y monopoliza gran parte de la escena: el criticón.
Criticones
Ojalá fueran como los personajes de la novela de Gracián, El Criticón, pero no: acumulan conocimiento de la vida, no lo pasan por la mirada de la lectura, sino que están comprometidos con su autopercepción del medio. Son amantes de la ficción que se inventan y, contra viento y marea, defienden sus complots cósmicos y miradas «críticas» (entre comillas) de dudosa procedencia, porque no vienen de un criterio formado por la lectura, y son, como citaba a mi querido Gustavo Bueno, «impermeables al conocimiento», necios estéticos, autopercibidos «críticos». Y eso, que es muy respetable, no conviene a ningún sistema estético en general y menos, en particular, a la literatura panameña.
Así las cosas, el criticón asume resultados de premios, posiciones literarias, géneros híbridos, recomendaciones literarias si están escribiendo, y hasta carreras consolidadas de escritores como poca cosa, según se autoperciba. Publican libros de autoayuda narrativa (género peligroso en auge en nuestro patio), muy brand, muy coaching (porque dicho en inglés todo parece más solvente), todo sazonado con una pizca de «sueños», «asaltos a tu potencial» y agremiamientos con nombres de mejor o peor gusto. Todo esto lo digo en este tono y en estos términos —no por burla, eso denota una pobreza de carácter muy vergonzante—, sino como señalamiento, como llamado de atención sobre cómo estamos caminando «la cosa nostra literaria».
El criticón tiene solo un camino de redención: la lectura. Para quienes los sufren, para quienes lo sufrimos, apliquémosles silencio, distancia y trabajando constante. Siempre habrá criticones, autopercibidos críticos, pseudoestetas, así es la vida, pero no debemos renunciar a nuestra responsabilidad de hacer pedagogía, de criticar deleitando, de salir del búnker y enfrentarnos, con la alegría rigurosa de la lectura, a la literatura contemporánea, sosteniéndonos en la perdurabilidad de los clásicos. Solo así, creo, y se puede conversar, podemos construir un verdadero aparato crítico de nuestra literatura nacional: hace años que nos sobran Tías Tuliviejas.
Permítanme la descortesía de cerrar con estas palabras mías que se encuentran en el prólogo de Crónica crítica. Fragmentos para leer una literatura.
«No soy crítico, soy lector, soy escritor. Por eso me acojo a estas palabras de Octavio Paz ante la compleja maraña de reacciones que este librito pueda suscitar: “El escritor no es el servidor de la Iglesia, el Estado, el partido, la patria, el pueblo o la moral social: es el servidor del lenguaje. Pero lo sirve realmente solo cuando lo pone en entredicho: la literatura moderna es, ante todo y sobre todo, crítica del lenguaje”».
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña | Viernes Cultural | [email protected]

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990