Hoy quiero presentarles a un joven investigador con una mirada profunda sobre el espectro cultural que hace de Panamá un país rico en diversidad. Próximamente nos dará a conocer su libro Historia de la cumbia en Panamá
Por: Mario García Hudson

El autor es investigador, encargado del Centro Audiovisual de la Biblioteca Nacional Ernesto J. Castillero R.
Panamá no solo es paisaje. También es sonido. Vibra en la cadencia de los tambores, en los ecos que bajan de las montañas o que resuenan en la costa. Allí, donde la palabra se queda corta, el ritmo revela quiénes somos. Muestra lo que fuimos y lo que permanece; las capas invisibles que nos constituyen y sostienen en el tiempo.
Conocí a Nodier Casanova, nacido el 5 de septiembre de 1988, en la Biblioteca Nacional, cuando consultaba con devoción los registros sonoros de música folclórica: un legado invaluable que Gonzalo Brenes Candanedo compiló durante los años 50 y 60 del siglo XX. Fue un trabajo de campo meticuloso, impulsado por la urgencia de documentar un país que vibraba con voz propia. Grabaciones realizadas en comunidades, festividades y rincones donde la herencia aún hablaba en canto y tambor. Allí quedó resguardado el pulso de lo auténtico, el latido de tradiciones que aún laten bajo la superficie de la modernidad.
Este investigador, muy joven entonces, se sumergía en esos archivos como quien explora un territorio sagrado. Encontró voces que el tiempo estuvo a punto de silenciar: cánticos, décimas, toques, testimonios vivos de una identidad plural.

Esas fuentes marcaron el inicio de una búsqueda profunda. Su obra posterior lleva la huella de esa experiencia: escucha atenta, respeto y una voluntad incansable de comprender.
Nodier es un discípulo del cual me siento profundamente orgulloso. Mente preclara, investigador riguroso que no se queda en la superficie. Como buen abogado, confronta la evidencia, examina los hechos y construye la defensa de un caso mayor: nuestra memoria cultural. He compartido con él, el diálogo del Panamá sonoro en tribunas locales e internacionales. No se conforma con lo que se ha repetido hasta el cansancio sobre nuestras raíces.
Él va desgranando mitos y ofrece contexto y alcance, aportando una mirada renovadora. En sus manos, el archivo cobra vida: se transforma en testimonio y afirmación.
Para él, la música no es mero ornamento. Es un documento vivo, herencia de un pueblo que transformó el dolor en arte y el desarraigo en ritmo. El ritual congo, por ejemplo, no es solo espectáculo: es una afirmación profunda. Un legado de dignidad transmitido de generación en generación; un puente invisible entre pasado y presente que sostiene la identidad de comunidades enteras.
Cada región del país tiene su sonoridad particular. Y él lo sabe. Por eso escucha y registra. Entre lo oral y lo escrito, lo vivido y lo conservado, traza un mapa de identidades. Uno que no busca parecerse a nadie, sino expresar con autenticidad nuestra diversidad rítmica.

En este trabajo, la intención es clara y resonante: romper con la idea de que somos solo un puente, un simple lugar de tránsito. Panamá es mucho más que eso. Aquí creamos, innovamos y florecemos. Cantamos con voz propia, con el acento inconfundible de nuestras raíces: afrodescendiente, indígenas, campesinas y urbanas. Cada forma de expresión cuenta. El ritmo suma, tejiendo la rica y diversa identidad que nos define. Somos el origen, no solo el camino.
Porque, al final, la música no es un adorno: es resistencia y celebración, herida que sana, espejo que revela y promesa que impulsa. Y gracias a quienes la interpretan con rigor y pasión, como Nodier, seguimos sonando. Con historia y desde la identidad.
Por: Mario García Hudson