Una misma investigación puede ser recibida de manera muy distinta si proviene de una universidad reconocida o de una institución periférica. La procedencia marca la percepción de validez

Por: Magister Nathalie Carrasco-Krentzien. Consultora en comunicación estratégica científica, neurocomunicadora y arquitecta de impacto.

En la ciencia no siempre ganan los datos. A veces gana la reputación. Un apellido reconocido en la lista de autores, la firma de una institución de prestigio o el logotipo de una revista de alto impacto pueden bastar para que un artículo sea recibido con entusiasmo incluso antes de ser leído. Esa confianza inmediata, que confunde brillo con solidez, es el reflejo de un sesgo cognitivo tan antiguo como persistente: el efecto halo.
El concepto fue descrito por primera vez en 1920 por el psicólogo Edward Thorndike, quien observó que los superiores militares tendían a calificar a sus soldados de manera uniforme: si un rasgo era positivo —disciplina, atractivo físico—, automáticamente se asumían otras cualidades como inteligencia o lealtad. Un rasgo aislado iluminaba al resto. Cien años después, la práctica científica demuestra que esta ilusión también afecta cómo evaluamos la investigación, los resultados y, sobre todo, a quienes los producen.
El halo en la práctica científica
El efecto halo opera en distintos niveles del ecosistema académico. Algunos ejemplos son particularmente ilustrativos:
- El prestigio personal: científicos con trayectoria consolidada reciben mayor credibilidad en congresos y comités de evaluación, incluso cuando sus propuestas no difieren en rigor de las de colegas menos conocidos.
- El peso institucional: una misma investigación puede ser recibida de manera muy distinta si proviene de una universidad reconocida o de una institución periférica. La procedencia marca la percepción de validez.
- Las revistas de impacto: artículos publicados en journals de renombre obtienen citas automáticas, mientras estudios de similar calidad en revistas emergentes pasan inadvertidos.
- La mentoría influyente: estudiantes apadrinados por figuras de renombre logran avanzar con mayor rapidez en sus carreras, mientras otros con ideas igual de sólidas encuentran puertas cerradas.
El problema no es solo de equidad, sino de conocimiento. Cuando la reputación pesa más que la evidencia, corremos el riesgo de consolidar ideas no por su validez, sino por la autoridad de quien las sostiene. Y lo contrario también ocurre: hallazgos disruptivos, provenientes de investigadores jóvenes o instituciones periféricas, se descartan antes siquiera de ser discutidos.
Neurociencia de la ilusión
¿Por qué ocurre esto en un ámbito que se enorgullece de su rigor? La respuesta está en la economía cognitiva del cerebro. Emitir juicios completos a partir de una señal parcial —el nombre de un autor, el impacto de una revista— ahorra energía. Nuestro sistema límbico activa una respuesta de confianza inmediata, reduciendo la necesidad de análisis detallado.
El efecto halo es, en esencia, un atajo cerebral: un mecanismo adaptativo que nos permite simplificar decisiones complejas. En ciencia, sin embargo, este atajo se convierte en un riesgo. La ilusión de objetividad queda comprometida cuando el prestigio sustituye a la evidencia como criterio de evaluación.
Consecuencias para la comunidad científica
El halo no solo genera sesgos individuales, sino también dinámicas colectivas que moldean la ciencia:
- Cierre prematuro de debates: si una teoría está respaldada por una figura de renombre, se le concede legitimidad inmediata, dificultando la apertura a enfoques alternativos.
- Refuerzo de jerarquías: las instituciones y autores con mayor visibilidad concentran recursos y citaciones, reproduciendo desigualdades estructurales.
- Invisibilidad de voces nuevas: investigadores emergentes con propuestas innovadoras encuentran más barreras, no por la calidad de sus ideas, sino por la ausencia de halo.
- Distorsión del impacto científico: lo que se cita, se replica y se enseña no siempre es lo más sólido, sino lo más visible.
Estas consecuencias no solo afectan carreras individuales: afectan la producción misma del conocimiento. Una ciencia atrapada en halos corre el riesgo de convertirse en un ecosistema que valida prestigios en lugar de validar verdades.
Estrategias desde la neurocomunicación
¿Cómo enfrentarlo? El efecto halo no puede eliminarse, pero puede gestionarse a través de prácticas comunicativas conscientes. Algunas técnicas sugeridas desde la neurocomunicación incluyen:
- Revisión ciega reforzada: extender el modelo de doble ciego a más procesos científicos, asegurando que la evaluación se centre en los datos y no en los nombres.
- Contraste deliberado: obligar a presentar hallazgos en formatos donde se compare la evidencia antes de mencionar la procedencia, reduciendo el sesgo inicial de autoridad.
- Diversificación perceptiva: ampliar la procedencia geográfica, cultural e institucional de revisores y jurados, de modo que la pluralidad diluya la fuerza del halo individual.
- Narrativas centradas en datos: comunicar hallazgos priorizando replicabilidad, consistencia y trazabilidad, más que el renombre del autor.
Estas prácticas no buscan anular la importancia del prestigio —que en muchos casos refleja mérito real—, sino evitar que la percepción inicial sustituya la evaluación crítica.
El efecto halo es cómodo: simplifica decisiones, genera consensos rápidos y refuerza jerarquías establecidas. Pero esa comodidad se paga caro cuando la ciencia termina citando por reverencia más que por evidencia.
La pregunta que debería interpelar a toda la comunidad científica es clara: ¿cuánto de lo que defendemos en nuestras revistas, congresos y aulas se sostiene en datos… y cuánto en halos invisibles que hemos aprendido a no cuestionar?
Reconocer la fuerza de este sesgo no debilita la ciencia. Al contrario: la fortalece. Porque solo cuando desenmascaramos las ilusiones que nos gobiernan podemos construir un conocimiento más justo, más riguroso y, sobre todo, más verdadero.
La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.