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Mantener los riñones sanos se está perfilando como una estrategia clave para proteger también nuestra salud cerebral

Por: Dra. Karen Courville, FACP, SNI

La Dra. Karen Courville es egresada de la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá. Realizó estudios en Medicina Interna y Nefrología en el Complejo Hospitalario Dr. Arnulfo A. Madrid.  Tiene un Fellow en Investigación Renal del Instituto Mario Negri en Bérgamo, Italia.  Investigadora del Instituto de Ciencias Médicas de Las Tablas. Miembro del Sistema Nacional de Investigación (SNI)

Las neuronas son las células fundamentales del sistema nervioso, encargadas de procesar y transmitir información a través de impulsos electroquímicos. Su función principal es recibir estímulos del entorno o del propio cuerpo y enviar señales (impulsos nerviosos) a otras neuronas, músculos o glándulas para coordinar las funciones corporales y que permite que pienses, recuerdes, aprendas, sientas y te muevas.

Las neuronas solo se encuentran en el cerebro. A pesar de estar cerca, no se encuentran en contacto directo: tienen unas ramificaciones llamadas dendritas por donde “brincan” los estímulos que traen esa información.

Pudiéramos comparar tu cerebro con una inmensa y compleja red de autopistas por donde viaja toda la información a cada segundo. La enfermedad de Alzheimer es un proceso que, lentamente, va dañando estas autopistas.

Comienza a formarse una especie de «sarro» o «placa», compuesta principalmente por una proteína llamada beta-amiloide entre las neuronas, y dentro de las neuronas, se forman «ovillos» de otra proteína llamada tau.

Estas placas y ovillos interrumpen la comunicación entre las neuronas y, con el tiempo, las dañan hasta que mueren. A medida que más y más neuronas se apagan, las diferentes regiones del cerebro comienzan a encogerse, afectando de manera progresiva las funciones que controlan. Es importante entender que no es una parte normal del envejecimiento, sino una enfermedad neurodegenerativa, lo cual significa que el daño cerebral empeora con el tiempo.

Síntomas tempranos y la evolución de la enfermedad

Al principio, los cambios son muy sutiles. Uno de los primeros síntomas suele ser la dificultad para recordar información nueva. Por ejemplo, olvidar conversaciones recientes, fechas o eventos importantes.

No se trata del olvido ocasional, del tipo, dónde dejamos las llaves, sino de una pérdida de memoria que interfiere con la vida diaria. La persona puede empezar a hacer las mismas preguntas una y otra vez. Otros signos tempranos incluyen dificultad para resolver problemas sencillos o planificar actividades, confusión sobre lugares o el paso del tiempo, problemas para encontrar las palabras adecuadas al hablar o escribir, y cambios en el estado de ánimo o en la personalidad, como volverse más ansioso, desconfiado o apático.

Conforme la enfermedad avanza, la pérdida de memoria se agudiza y la persona puede no reconocer a sus seres queridos.

La desorientación se vuelve más severa y pueden tener dificultades con tareas básicas como vestirse o bañarse. La capacidad de comunicarse se deteriora significativamente, y pueden surgir problemas de comportamiento como agitación o deambulación.

En las etapas más avanzadas, la persona se vuelve completamente dependiente de sus cuidadores para todas sus necesidades. Este progresivo deterioro tiene un impacto devastador en la calidad de vida, despojando al individuo de su independencia, sus recuerdos y, finalmente, de su capacidad para conectar con el mundo que le rodea. Para los familiares y cuidadores, el viaje es igualmente doloroso, lleno de desafíos físicos y emocionales.

La sorprendente conexión entre el riñón y el cerebro

Recientemente, la ciencia ha comenzado a prestar mucha atención a la comunicación que existe entre diferentes órganos del cuerpo, y una de las más interesantes es la conexión riñón-cerebro.

Nuestros riñones actúan como un sistema de filtración increíblemente sofisticado, eliminando toxinas y productos de desecho de la sangre. Cuando la función renal disminuye, como ocurre en la enfermedad renal crónica, estas toxinas se acumulan en el torrente sanguíneo. Esta acumulación no solo afecta al cuerpo, sino que puede generar un estado de inflamación crónica y estrés oxidativo (un tipo de daño celular) que impacta directamente al cerebro.

Las últimas novedades en investigación sugieren que una mala salud renal puede acelerar el proceso neurodegenerativo del Alzheimer.

Las toxinas que los riñones no logran filtrar, como las toxinas urémicas, pueden atravesar la barrera hematoencefálica, que es el escudo protector del cerebro, y ser causa de la inflamación cerebral, del daño de los vasos sanguíneos cerebrales y potencialmente de la formación de las placas amiloides y los ovillos tau.

Además, la enfermedad renal crónica comparte factores de riesgo con el Alzheimer, como la hipertensión arterial y la diabetes, que dañan los pequeños vasos sanguíneos tanto en los riñones como en el cerebro. Por lo tanto, mantener los riñones sanos se está perfilando como una estrategia clave para proteger también nuestra salud cerebral.

¿Podemos prevenir o retrasar el Alzheimer?

Aunque a día de hoy no existe una cura para el Alzheimer, la evidencia científica es cada vez más sólida en cuanto a que podemos tomar medidas para reducir el riesgo o, al menos, retrasar su aparición. La clave está en un estilo de vida saludable que cuide tanto del cerebro como del sistema cardiovascular. Esto incluye llevar una dieta equilibrada, como la dieta mediterránea, rica en frutas, verduras, pescado y grasas saludables, que tiene potentes efectos antiinflamatorios y antioxidantes.

El ejercicio físico regular es fundamental, ya que mejora el flujo sanguíneo al cerebro, estimula el crecimiento de nuevas neuronas y reduce el riesgo de enfermedades como la hipertensión y la diabetes.

Igual de importante es el ejercicio mental. Mantener el cerebro activo a través de la lectura, el aprendizaje de nuevas habilidades, los juegos de estrategia o una vida socialmente activa ayuda a construir lo que llamamos una «reserva cognitiva».

Esta reserva es como tener más conexiones neuronales disponibles, lo que permite que el cerebro aguante más daño antes de que los síntomas de la enfermedad se manifiesten. Controlar los factores de riesgo cardiovascular, como la presión arterial alta, el colesterol elevado y la diabetes, es absolutamente crucial, ya que un corazón sano favorece un cerebro sano.

¿A cuáles profesionales acudir?

Si notas en ti mismo o en un ser querido alguno de los síntomas tempranos mencionados, es fundamental no ignorarlos y buscar ayuda profesional lo antes posible. El primer paso suele ser consultar a tu médico de cabecera (internista, médico familiar), quien puede realizar una evaluación inicial y descartar otras posibles causas de los síntomas.

Si se sospecha un deterioro cognitivo, lo más probable es que se refiera el caso a un neurólogo, que es el especialista en enfermedades del cerebro y del sistema nervioso. El neurólogo realizará un examen más exhaustivo, que puede incluir pruebas cognitivas, análisis de sangre e imágenes cerebrales (como una resonancia magnética).

Otros profesionales importantes en el equipo de atención son los neuropsicólogos, que realizan evaluaciones detalladas de la memoria y otras habilidades cognitivas para determinar el grado de afectación.

Los geriatras, especialistas en el cuidado de personas mayores, también tienen una gran experiencia en el diagnóstico y manejo del Alzheimer. Una vez diagnosticada la enfermedad, un equipo multidisciplinario que puede incluir terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas y trabajadores sociales será clave para gestionar los síntomas y mejorar la calidad de vida tanto del paciente como de la familia.

Es importante informarse tempranamente de los síntomas para que puedan entender a sus familiares y educar a la familia. La atención temprana permite acceder a tratamientos que pueden ayudar a manejar los síntomas, planificar el futuro y conectar con recursos de apoyo fundamentales para sobrellevar este difícil camino.

Por: Dra. Karen Courville, FACP, SNI