Uno de los grandes fallos en la enseñanza de la ciencia ha sido su diseño exclusivamente lógico.
Formularios, fórmulas, pasos repetitivos. Pero el cerebro humano no retiene por repetición. Retiene por conexión.

Por: Magister Nathalie Carrasco-Krentzien. Consultora en comunicación estratégica científica | Neurocomunicadora | Abogada | Formadora de líderes, facilitadora de procesos de aprendizaje profundo y arquitecta de experiencias que transforman el conocimiento en impacto real.

¿Y si el problema no es lo que enseñamos, sino cómo lo comunica el cerebro que lo recibe?
Durante años, la enseñanza de la ciencia se centró en la transmisión del contenido. Creímos que si el mensaje era correcto, el conocimiento se instalaría.
Pero la evidencia —y el cerebro— nos muestran algo distinto: la información no se graba por su valor objetivo, sino por cómo activa nuestros sistemas atencionales, emocionales y de recompensa.
Aquí entra la neurocomunicación: una intersección poderosa entre neurociencia cognitiva, psicología del aprendizaje y diseño comunicativo. No se trata de “hacerlo más fácil”, sino de hacerlo más humano.
Porque el cerebro no aprende en línea recta. Aprende con emoción, contexto y significado.
¿Qué es la neurocomunicación y por qué transforma la enseñanza científica?
La neurocomunicación estudia cómo el lenguaje, el tono, la narrativa y los estímulos sensoriales activan distintas regiones del cerebro implicadas en la comprensión, la memoria y la toma de decisiones.
En educación científica, esto no es un lujo. Es una necesidad urgente.
Los estudios de Mary Helen Immordino-Yang (2016) en neuroeducación lo confirman:
“Los procesos cognitivos no pueden separarse de la emoción; aprender es también sentir.”
Y como señala Antonio Damasio (1994), la emoción es el mecanismo de marcado somático que permite al cerebro dar prioridad a ciertas memorias sobre otras. En otras palabras: si no emociona, no se recuerda. Si no se relaciona con la experiencia, no se integra.
El error de enseñar ciencia como si el alumno fuera una máquina
Uno de los grandes fallos en la enseñanza de la ciencia ha sido su diseño exclusivamente lógico.
Formularios, fórmulas, pasos repetitivos. Pero el cerebro humano no retiene por repetición. Retiene por conexión.
He trabajado con cientos de profesionales científicos que dominan su campo, pero fracasan al enseñar porque comunican desde la estructura de su expertise, no desde la estructura de atención del otro.
Y en un mundo saturado de estímulos, competir por atención es tan importante como competir por exactitud.
La neurocomunicación nos ofrece un marco para rediseñar cómo presentamos el contenido:
- Activando el sistema de recompensa dopaminérgico (expectativa, curiosidad)
- Utilizando analogías para construir puentes entre lo nuevo y lo conocido
- Introduciendo micro-desafíos que generen logro inmediato
- Aplicando un ritmo narrativo que alterne tensión y resolución (estructura narrativa clásica)
- Involucrando sentidos múltiples (visual, auditivo, cinestésico) para codificar mejor la información
El aprendizaje científico como experiencia multisensorial
Un dato es solo un dato… hasta que se convierte en experiencia.
Y eso no sucede en la pizarra ni en la lectura pasiva.
Sucede cuando el aprendizaje activa los sistemas límbicos, asociativos y sensoriomotores.
Estudios sobre el “efecto multimedia” de Mayer (2009) muestran que los estudiantes aprenden mejor cuando el contenido se presenta a través de palabras e imágenes simultáneamente, siempre que estén bien integradas.
Desde la neurocomunicación, esto nos lleva a pensar las clases como experiencias, no como exposiciones.
💡 ¿Dónde está la tensión narrativa?
💡 ¿Cómo entra el estudiante en la historia del concepto?
💡 ¿Qué pregunta lo lleva a anticipar la respuesta antes de darla?
No estamos diseñando para el contenido. Estamos diseñando para el cerebro que lo recibe.
La voz como puente neurocognitivo
Un componente subestimado es el poder de la voz humana.
La prosodia, la cadencia, la pausa, el silencio bien colocado: todos ellos activan el sistema de relevancia del cerebro (región reticular), ayudando a filtrar la información significativa del ruido.
Como facilitadora, he comprobado que la misma frase científica puede generar asombro o aburrimiento, según cómo se enuncie.
Y aquí hay una lección poderosa para los docentes, científicos, médicos o divulgadores:
tu voz no es un canal. Es un instrumento. Entrénala. Úsala. Transfórmala.
De la transferencia a la transformación: lo que la neurocomunicación aporta a la enseñanza científica
En mi práctica, combino la ciencia del aprendizaje con el diseño narrativo para lograr formaciones científicas que se entienden, se sienten y se aplican.
Desde laboratorios clínicos hasta aulas virtuales, desde líderes de investigación hasta estudiantes preuniversitarios, el desafío es el mismo:
📌 ¿Cómo logramos que la ciencia no solo se memorice, sino que se incorpore?
📌 ¿Cómo diseñamos formaciones donde el conocimiento se convierta en identidad?
Y la respuesta no está en más datos. Está en mejor diseño de comunicación neuroeducativa.
Enseñar ciencia no es solo informar. Es formar cerebros que comprendan, reten y apliquen.
La neurocomunicación nos recuerda algo esencial:
no enseñamos ciencia para que se repita. La enseñamos para que se use, se cuestione, se transforme.
Y para eso, necesitamos formar docentes, facilitadores y líderes que conozcan el cerebro, la emoción, el relato y la conexión humana.
¿Formas parte de una institución científica, educativa o clínica que quiere transformar sus procesos de enseñanza?
Mi invitación es a reflexionar sobre los procesos de aprendizajes y aprender a verlos como experiencias formativas basadas en neurocomunicación estratégica que hacen que la ciencia no solo se entienda, sino que se viva.
Porque el conocimiento no cambia nada…
hasta que se comunica de forma que el cerebro lo recuerde.
La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.