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Amigos lectores:

I

Mejor que un libro bueno (aquel que responde con solvencia a lo que se propone divulgar) es un libro muy bueno (aquel que, además, asocia unos hechos e ideas con otros; aquel que hace conexiones). Mejor que uno muy bueno es aquel que sacude lo ordinario: brilla de forma inesperada, dice con novedad: supera la previsión del mero enunciado. Sin embargo, mejor que un libro extraordinario, a veces resultan ciertos libros que nos interrogan. Son importantes porque nos tocan y tocan a la comunidad que nos rodea. Se preguntan por el modo en que nos imaginamos a nosotros mismos.

Esta antesala viene a cuento para decir: el más reciente libro de José Rodríguez Iturbe es un libro importante. Ingresa, con argumentos propios, en un debate donde ha sido precedido por los aportes ineludibles de Germán Carrera DamasLuis Castro LeyvaÁngel Bernardo VisoElías Pino Iturrieta y otros: lectura crítica de Bolívar y del bolivarianismo, revisión de lo que ha significado para la nación venezolana.

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Se titula Bolívar y la gestación de la patria criolla. Elipsis de una contradicción (Editorial Alfa, Caracas, 2022). Entrevisté a Rodríguez Iturbe, autor de una obra en diversos campos del conocimiento. El resultado, me parece, funciona como una introducción a la necesaria lectura del volumen: “El caudillismo bolivariano fue personalista. Un personalismo bonapartista. ¿Es el homo hispanicus caudillista? Me parece que sí es proclive al personalismo y al caudillismo. Por eso pienso que Bolívar es uno de sus claros exponentes. En la gestación de la patria criolla, Bolívar la marcó con dos notas nada buenas: el absolutismo presidencialista y un pretorianismo anudado con un centralismo asfixiante. Los caudillos armados fueron el poder y la norma en los territorios que dominaban. Así se sintieron reyezuelos. Surgió el fenómeno del fernandoseptimismo. Cada caudillo se sentía en su territorio con tanto poder como el “Rey Felón”. Consideraron que su voluntad era omnipotente porque tenían el poder y lo ejercían con violencia, el Libertador-presidente buscó siempre un poder sin cortapisas. Toda limitación de su mando nunca fue vista por él con buenos ojos. Por eso fue siempre partidario del centralismo y de la magnificación del poder ejecutivo (que más allá de sus palabras nunca pensó seriamente en dejar mientras pudiera y viviera)”.

A la entrevista le siguen textos de Alejandro Martínez UbiedaBolívar: santo y seña del militarismo (“La tesis central de Rodríguez Iturbe sostiene que, en el nacimiento de Venezuela como nación independiente, ante el camino de la construcción de un modelo cívico, representativo y plural, –con las limitaciones de la época– se tomó la vía de las armas como elemento preponderante en esa liberación independentista que realmente fue una guerra intestina. Esta idea no es nueva, varios autores han sostenido tesis similares, quizá con menor rigor. Y esa decisión de tomar el camino armado en oposición a vías más institucionales, políticas o negociadas, el autor la llama por su nombre: militarismo”), y de Carlos Leáñez Aristimuño, Bolívar: obstáculo mayor: “Dos errores fundamentales –apunta certeramente Rodríguez Iturbe– aíslan a Bolívar de la realidad: el antihispanismo y el miedo a los “pardos”. Al ser lo hispánico –el factor principal de nuestra herencia como pueblo– extirpado como “lastre antropológico”, decide Bolívar no construir a partir de la realidad, sino crear –desde su ilustración y por la fuerza– una nueva, interviniendo a fondo y con violencia la existente. Por otra parte, al no hallar lugar en su diseño los pardos, ampliamente mayoritarios, se entiende la inadecuación de todo su edificio, tanto para la guerra como para etapas posteriores. En 1829, casi al final del camino, hace alusión Bolívar a un caos “insondable y que no tiene pie ni cabeza, ni forma ni materia”. Agrega: “esto es nada, nada, nada”. Y apunta el mismo año, clarividente: “mil revoluciones harán necesarias mil usurpaciones”. Páginas 1 a la 6.

Las siguientes tres páginas ofrecen textos de despedida, publicados en los días siguientes al fallecimiento del sociólogo y sacerdote jesuita Mikel de Viana (1953-2022). Siempre oportuna, Corina Yoris-Villasana me prestó una ayuda apreciable para recopilarlos. Luis UgaldeJesús María Aguirre, su hermano José María de VianaVladimiro Mujica y la propia Yoris-Villasana, nos hablan del pensador, del ciudadano de fe, del docente dotado de inteligencia, brillo y carisma, del hombre que amaba las libertades y que, empujado al exilio, murió, como tantos otros venezolanos de bien, fuera del que había adoptado como su país. Aquí recopilados vienen a decir: fue un ser humano de méritos. Alguien que no pasaba inadvertido. Al mismo tiempo que sonreía, pronunciaba sus frases penetrantes. Lo dice el padre Ugalde en su homilía: “Ser jesuita fue para Mikel cargar la cruz de Jesús y combinar la fe y la razón”. Y en ese cultivo de la razón, había una causa profundamente política: que pensar con claridad nos fortalecía para la lucha democrática.

Página 10: pone fin esta edición con dos temas de historia regional. Uno: Isaac López comenta el libro de Blanca de Lima UrdanetaLos Senior de Coro (Fundación Los Senior de Coro/Morris Senior Pérez, Caracas, 2018), dedicada a la historia de esta familia de origen sefardí (“Utilizando documentos de archivos de La Haya, Curazao, Aruba, Caracas y Coro, entre otros, Blanca De Lima Urdaneta traza las líneas maestras de esta familia y reconstruye sus distintas ramas y enlaces. Un trabajo que nos muestra la plenitud y madurez de la formación de esa destacada investigadora que es Blanca De Lima Urdaneta. Admirable el trabajo de rastreo”).

Dos: Pancho Crespo Quintero reseña el libro de Tarcila BriceñoDe la ciudad hidalga a la ciudad criolla. Vida colonial en Trujillo de nuestra señora de la Paz (Universidad Pedagógica Libertador, Instituto Pedagógico de Caracas, Centro de Investigaciones Históricas Mario Briceño Iragorry, Caracas, 2022). Dice Crespo: “Tarcila Briceño en De la ciudad hidalga a la ciudad criolla centra todo su esfuerzo como investigadora en una acuciosa pesquisa de la conformación del Cabildo colonial y los tres conventos antes señalados, por supuesto basándose en las familias, los apellidos, el linaje de la “sangre azul”, “la aristocracia territorial” (la hidalguía) involucrados en estos dos centros de poder. Como bien lo señala la profesora Briceño, una copia de la ciudad aristócrata hispana, una copia tanto en la dinámica social como en la conformación física”.

II

En la última década, aproximadamente, mientras la destrucción avanzaba y, en su hundimiento, arrastraba a la mayoría de las instituciones públicas y privadas de Venezuela, la Universidad Católica Andrés Bello ha navegado a contracorriente. Se ha consolidado como una referencia inevitable en una amplia y fundamental paleta de asuntos sociales y culturales: ha mantenido vigente sus programas de becas; ha desarrollado toda una oferta académica virtual de cursos, diplomados y posgrados; ha relanzado su biblioteca; ha liderado estudios sobre la pobreza y las condiciones de vida; sobre el estado de la calidad de la educación; creó un centro cultural de neta dignidad; puso en movimiento la feria del libro del Oeste; dejó atrás una casi clandestina actividad editorial de décadas para dar paso, entre otras iniciativas, a Abediciones; ha organizado, con alta frecuencia, foros, seminarios, conferencias y más, centrados en el país y sus debates más urgentes. No sé si pueda decirse algo semejante de alguna otra universidad, todas o casi todas disminuidas, enfrascadas en sus asuntillos internos o gravemente amenazadas por el odio del poder.

Alguien decía, ante la noticia de la muerte de Francisco José Virtuoso (1959-2022), que su pérdida trascendía a la Compañía de Jesús y a la UCAB, y la calificaba como lo que es: una pérdida para Venezuela. No solo ha sido el líder e inspirador de una institución universitaria que mantiene un vivo y constante interactuar con la sociedad, sino que él mismo, el ciudadano Virtuoso, respaldado por la corporación jesuítica y por su autoritas -labrada a mano durante décadas de hacer social, político y pastoral-, ha sido, en medio de tanta responsabilidad, una recia voz de la lucha democrática y de denuncia del régimen. La muerte de un hombre así, de un demócrata de activas convicciones, a sus 63 años, no puede sino causarnos estupor y tristeza. El que acaba de morir -20 de octubre- fue un hombre ejemplar, preocupado por el destino común: por usted que lee estas líneas, por mí que las escribo, por el nosotros de la Venezuela herida.

Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional

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