En esas bajadas y subidas de tantos años, he ido construyendo una biblioteca de libros viejos, con sus cicatrices de antiguos dueños que jamás pensaron en abandonarlos en la cuesta o en la bajada, en Panamá o en Madrid
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]
Una cuesta y una bajada: un texto revisitado
Reseña por: Pedro Crenes Castro
Ahora en Vigo, echo de menos esas geografías sentimentales. Voy buscando esos lugares donde escarbar en los viejos libros para encontrar ese que me falta, ese que «necesito», ese clásico con una portada de los setenta y que esconde en su interior un billete de metro o una foto de graduación
Una cuesta y una bajada: un texto revisitado
Han pasado más de seis años desde que dejé Madrid. La noche en que por fin quedó todo listo para el traslado, me fui en tren hasta la vieja cuesta de Moyano a despedirme: puestos cerrados y silencio de libros bajo la mirada de Pío Baroja. Hice una foto desde el principio de la cuesta —Paseo del Prado a mi espalda—, que me salió fría y un poco triste: sería la última vez que la vería durante mucho tiempo, un tiempo que no creí que sería tanto como tres años y medio. Hay lugares que se convierten en un refugio o en una búsqueda.
En 2019 —nada hacía presagiar la muerte de mi mamá ni la pandemia en 2020—, veintiocho años después, viajé a Panamá en el verano de allá, en enero, y no había reparado en ello. Hay cuentas que el alma no lleva, pero que la piel no olvida: un sol de cuatro de la tarde despertó, nada más salir del aeropuerto, recuerdos de playa y baloncesto en la calle, cuando todo era futuro. Regresos en alas de la memoria con los que uno no cuenta, pero que están allí, esperando a pie de avión.
Una de esas mañanas panameñas del verano de 2019, en enero, me encontré subiendo la bajada de Salsipuedes. Libros de viejo y paradojas de siempre salpicados de artesanía patria y mercerías que venden de todo. Carmencita espiritista, la vidente de siempre, dice que no cobra el 7% de impuestos por asomarse al futuro o recetar un filtro de amor: una osadía solo al alcance de los que no son de este mundo y tienen trato de favor con el otro: cosas de Salsipuedes y su fauna y flora de personajes.
En esas bajadas y subidas de tantos años, he ido construyendo una biblioteca de libros viejos, con sus cicatrices de antiguos dueños que jamás pensaron en abandonarlos en la cuesta o en la bajada, en Panamá o en Madrid. Hay veces que la vida se impone a las pasiones y toca dejarlos allí, subiendo o bajando, donde alguien, venido de cerca o de lejos, les da otra vida, otra lectura y otro espacio.
Subidas con amigos, bajadas con cómplices que nunca me negaron pesetas o dólares, ni euros después —«ya me debes cinco palos, o mil pelas, o diez eurazos, acuérdate»—, y yo me acordé a veces de la deuda, y ellos la olvidaron por cariño muchas veces. Otras valió una caña o una pinta o una soda, al subir Salsipuedes o bajar Moyano, para saldar la deuda libresca. Afectos que se fraguan entre lecturas, intercambio de libros y ganas de escribir y ganas de aprender.
Subiendo la bajada de Salsipuedes ese verano de 2019, encontré a Pasolini, a Joaquín Beleño, a nuestro centenario Tristán Solarte. Quería sacar todos los dólares del mundo para comprar otra vez aquellos libros, queriendo volver a vivir la primera vez que los vi entre el aprieto de gente que subía y bajaba, cuando olía más al cuero de las cutarras, y el incienso de Carmencita pronosticaba futuros gloriosos para todos los que pasaban por su puerta al más allá.
Bajando Moyano, dando la espalda al viejo Baroja, vendí hace años mis primeros libros usados, los que disfruté pero que no quise retener. Ellos cedieron su espacio y su valor para comprar otros que aquí siguen en mi biblioteca. Primeras ediciones, libros raros, libros carísimos que pagué en pesetas y que ahora en euros valdrían una buena suma. El viejo gruñón y cariñoso del puesto 15 —quiero recordar que era él, con su bata azul de ferretero o mecánico de precisión—, solía decirme «esos libros no tienen salida» y me daba unas pocas pesetas que terminaba invirtiendo allí mismo o en otros puestos.
Ahora en Vigo, echo de menos esas geografías sentimentales. Voy buscando esos lugares donde escarbar en los viejos libros para encontrar ese que me falta, ese que «necesito», ese clásico con una portada de los setenta y que esconde en su interior un billete de metro o una foto de graduación. Bajadas y subidas, libros y amigos, que no son otra cosa que elementos de los que está hecha la literatura.
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña | [email protected]
Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.