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Por: Hisvet Fernández, psicóloga feminista

Hisvet Fernández es psicóloga social, feminista, activista de los DDHH de las Mujeres y los Derechos Sexuales y Reproductivos, directora del Centro de Capacitación para la Vida (Cecavid). Integrante de la Alianza Salud Para Todas. Coordinadora del Observatorio Venezolano de los Derechos Humanos de las Mujeres, núcleo Lara. 
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Las mujeres representan más de la mitad de la población humana y están viviendo una contradicción histórica, que se ha convertido en un elemento muy importante de su identidad.

En medio de nuevos valores sobre sí mismas, y ubicadas en la perspectiva de sus derechos humanos (incluidos los Derechos Humanos Sexuales y Reproductivos); junto a la posibilidad de ejercer su autonomía, autorrealización y autosatisfacción; las mujeres entran en contradicción con los valores atribuidos, tradicionalmente, a la función materna como elemento medular de su identidad femenina.

La maternidad como “destino” de las mujeres, como única vía de realización personal, como función social de exclusivo ejercicio de las mujeres, parece no congeniar con la nueva definición de mujeres y esas diferencias generan contradicción en torno a la propia identidad femenina, con los consabidos trastornos en el desempeño individual de las mujeres en general y de ellas, las que intentan tener una vida profesional y una vida como mujeres plenas, como ciudadanas de derecho.

Esa amalgama simbólica entre embarazo, parto, procreación, nutrición, crianza, educación y cuidados de hijos/as y familias, va entrando en cuestionamiento y se mueven las bases de la identidad femenina, sostenida sobre la maternidad y el rol de madre-esposa. Afectando también la definición de la masculinidad y la paternidad en su ejercicio.

Se cae en los extremos de pensar que las opciones vitales de madre, mujer, profesional son excluyentes y para ser madre se tiene que renunciar a las posibilidades y libertad de ser mujer o de buscar desarrollarse en otras áreas (como pareja, profesional o trabajadora).

Las mujeres que se inscriban en estos nuevos roles sociales y opciones vitales pareciera que deben renunciar o postergar la procreación y la maternidad. Porque hacer armonizar, en el tiempo, estos diferentes roles o facetas vitales de las mujeres pareciera que no es posible por la dificultad de coexistir juntas. Nuestras sociedades están organizadas con una visión masculina de sus actividades y las mujeres allí, encuentran dificultades para encajar.

Y si, además, la maternidad en su ejercicio, la concebimos como privada de las mujeres, rígida en sus roles, omnipresente en la vida de las mujeres, abarcante, exclusiva e intensiva, pues las otras facetas vitales de las mujeres quedan por fuera.

Las mujeres que dan prioridad a sus otras facetas vitales: mujer, profesional, trabajadora, pareja y dan prioridad a sus placeres, son vistas como egoístas y poco femeninas. Pareciera un dilema sin salida (o se es madre o se es mujer).

Desde esta perspectiva se puede comprender cómo las demandas ilimitadas en torno a este rol de la maternidad, continúan teniendo gran influencia en la experiencia personal de las mujeres-madres. Las consecuencias individuales como dudar de sí mismas, las secuelas psicológicas, vivir con culpas, vergüenzas y miedos, resultan de los altos costos, que sufren las mujeres, por cuestionar el discurso social de la maternidad omnipresente.

La respuesta posible a este conflicto es una nueva maternidad que surge de la necesidad de resolver la paradoja «o madre o mujer», por nuevas alternativas que hagan posible «tanto madre como mujer». Estas alternativas pueden surgir de la re-definición de algunos rasgos y funciones de la maternidad, que son vistos como atributos “naturales” e individuales de las mujeres-madres en el espacio relacional, y comenzar a aceptar y promover una maternidad como función social y por lo tanto pública, donde el Estado y los hombres en el ejercicio de su paternidad, tienen que participar con roles protagónicos.

Una maternidad como tarea compartida, que se realiza con la acción participativa y co-responsable del padre y del Estado con políticas públicas e instituciones para el cuidado, educativas, sociales, jurídicas y de salud.

Es importante diferenciar dentro de la maternidad su carácter biológico, de todas las tareas de crianza en el concepto de madre, ya que a la única dimensión que tiene una condición de exclusividad, de las mujeres, es la función biológica del embarazo, parto y amamantamiento. Porque es la única que en el proceso de procreación y crianza es realmente exclusiva de las mujeres, en su cuerpo sexuado de hembra-humana.

La nueva maternidad nos obliga a una discusión distinta con respecto a la identidad personal, individual, con roles y funciones que ya no están exclusivamente delimitados a las mujeres y a una apertura a nuevos espacios de relación entre madres, padres y Estado que se van construyendo, llevando a nuevas formas de concepción de sí misma para las mujeres y de organización de la vida cotidiana, para toda la sociedad.

Se podría plantear que asumir sin conflicto las identidades de madre y mujer, en una época que avanza, en la superación de posiciones de reduccionismo de las mujeres, desafía directamente al modelo patriarcal apuntando a un viraje hacia formas más solidarias de relación y no basadas en la dominación masculina ni en la sumisión femenina.

Este punto de sincretismo que puede estar viviendo la mujer y la madre de nuestra época, está abierto hacia nuevas posibilidades, pero la dirección que tomemos dependerá de cómo abordemos este proceso.

Cabe preguntarse, ¿cómo estamos viviendo la maternidad y la paternidad?, buenas preguntas para reflexionar.

Por: Hisvet Fernández, psicóloga feminista