Julio E. Miranda, a quien recordamos hoy, fue poeta, narrador, ensayista, crítico de cine, compilador, jefe de redacción de revistas como Zona Franca, Letras Nuevas, Con Textos, Solar y Criticarte. Recibió los premios Conac de Poesía (1983), Fundarte de Ensayo (1991), I Bienal Picón Salas en Narrativa (1997) y Bienal de Ensayo Enrique Bernardo Núñez (1998), entre otros
Por: Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional
Amigos lectores:
I.
De las distintas versiones que he leído sobre el periplo de Julio Enrique Miranda Luque, seguiré el relato que él hizo a Teresa Casique, en una entrevista de 1988 (incluida en esta edición). Nació en La Habana en junio de 1947. A los 16 viajó a Miami, donde vivió un año. Allí un dominico lo convenció de tomar el camino del sacerdocio. Enviado a España, hizo vida conventual durante cuatro años dedicado al estudio, primero en Córdoba y luego en Granada. Tras un castigo, derivado de la publicación de su primer libro, el seminarista dejó el convento. Le siguió un duro período de sobrevivencia: Madrid, París, Bruselas. En 1968 llega a Venezuela y permanece poco tiempo. A continuación, vive un año en España y cinco en Bélgica (“conseguí un trabajo en la radio-televisión belga, haciendo programas de radio para América Latina”). En 1976 regresa y se residencia en Venezuela. A partir de 1981 se instala en Mérida, ciudad que haría suya.
II.
Pienso en la obra de Julio E. Miranda y me conmueve. No sólo por el volumen de libros y artículos publicados (Miranda aceptaba sonriendo el diagnóstico del crítico y ensayista Francisco Rivera: grafómano). Me refiero al torrencial activismo lector, creativo y escritural que puso en movimiento durante sus 24 años de vida venezolana, hasta su tempranísimo fallecimiento en 1998, con apenas 53 años de edad. Mientras armaba el dossier en su homenaje, posible por la ayuda militante de Ednodio Quintero, Josune Canales -esposa de Miranda- y Ainara Miranda Canales -hija de ambos nacida en 1990-, releyéndolo o conversando con amigos sobre el profuso y peculiar carácter de su obra, he pensado: oculta tras su inagotable sentido del humor y su abrumadora productividad, había en Julio E. Miranda una generosidad intelectual, una forma civil e intelectual de apostolado, que lo impulsó a poner su sensibilidad despierta y su aguda capacidad crítica en los empeños de escritores y cineastas venezolanos. Miranda desparramó su inteligencia entre nosotros sin esperar retribución alguna.
III.
Fue poeta, narrador, ensayista, crítico literario, crítico de cine, traductor, profesor universitario y responsable editorial (como jefe de redacción u otros cargos afines) de las revistas Zona Franca, Letras Nuevas, Con-Texto, Solar y Criticarte. Más: Asesor Literario de Biblioteca Ayacucho, integrante del Consejo de Redacción de la revista Babilonia, del Consejo Literario de Editorial Planeta Venezolana y del Comité Editor de la Revista de Literatura Hispanoamericana. Y, por fortuna, un autor reconocido: Premio CONAC de Poesía en 1982, Premio Fundarte de Ensayo en 1991, Premio de Cuentos de la Bienal Mariano Picón Salas en 1991, Premio de Ensayo de la Bienal Mariano Picón Salas en 1993, Premio Narrativa Breve del Instituto de Cooperación Iberoamericana en 1994, Premio Unesco 50º Aniversario en 1995, Premio Municipal de Cuento del Distrito Federal en 1996 y Premio de Novela corta de la Bienal Mariano Picón Salas en 1997.
IV.
Además de su fundamental obra como poeta (unos quince o más títulos si sumamos los cinco libros publicados en España antes de 1976); narrador (una novela y tres libros de relatos, si no me equivoco); ensayista (¿cuatro, quizá cinco títulos?); y traductor (de Cesare Pavese, Henry Michaux y Claude Simon, entre otros), me resultan sorprendentes los ocho o nueve títulos sobre el cine venezolano, y no sabría afirmar con precisión si fueron nueve o diez las antologías que produjo de narrativa y de poesía venezolana. Y he aquí que debo advertir: estoy seguro de que a esta relación le faltan cosas. Los 24 años de Miranda en Venezuela son excepcionales. Me devuelven a señores como Pedro Grases, Graziano Gasparini, José Del Rey S.J. o Pedro Cunill Grau, autores que vinieron de otros países ya adultos, y produjeron obras enormes y significativas. Julio E. Miranda pertenece a esa liga, nada menos.
V.
El poeta y crítico literario español Pedro Provencio se refiere, en su texto incluido en nuestro dossier, a la facilidad de Julio Miranda para escribir. Una tarde de 1988, llegó Miranda a la oficina que Pablo Antillano tenía en la Avenida Andrés Bello. Allí hacíamos Lectores, suplemento de libros que circulaba encartado en el Diario de Caracas. Estábamos en la hora cierre, cuando Miranda declaró: no tengo mi artículo todavía, dame una máquina y media hora y lo resuelvo. Se sentó y veinte minutos después había terminado un limpio híbrido -un poco reseña, un poco ensayo- sobre Oscar Rodríguez Ortiz. Cuento esto para redondear mi tesis: Miranda tenía de apóstol y de mago.
VI.
El dossier va de las páginas 1 a la 9. Arranca con El cubano invisible, texto de Miranda que publiqué en abril de 1997. Entonces organicé una serie titulada Autorretratos, en la que participaron 17 autores. El cubano invisible indaga en su identidad (“Uno va siendo, entonces, venezolano, español, cubano, sin ser del todo ninguna de esas calificaciones pero también sin dejar de ser alguna de ellas. Y al pensarlo, reconoce un extraño sistema de equivalencias vitalmente establecidas entre Granada en España y Mérida en Venezuela, o entre el mar Caribe y el mar Mediterráneo. Uno va siendo un mediterráneo del Caribe o un caribeño del Mediterráneo. Sobre todo, uno va siendo”), cargado de ingenio y paradojas.
VII.
Siguen los textos de:
Ednodio Quintero: Para un homenaje en tres tiempos a Julio Miranda.
Rowena Hill: Julio Miranda.
Pedro Provencio: Amistad parapoética.
Miguel Ángel Campos: En el umbral y más allá.
Margarita Arribas: Julio en Maracaibo.
Estela Aganchul: Mi amigo-confidente.
Ainara Miranda Canales: Para Julito.
Fran G. Matute: No se hagan ilusiones. Los años “españoles” de Julio Miranda.
Teresa Casique: Confesiones de un grafómano.
Antonio López Ortega: Tres instancias.
VIII.
Este dossier incluye, además, retratos de Miranda de sus años previos a 1976, realizados por dos fotógrafos españoles fundamentales: Demetrio E. Brisset y Publio López Mondéjar, ambos sus amigos. Por último, quiero agregar dos recomendaciones. Una, la revista Calle del aire, número 4 (abril de 2022) publicó un documentado ensayo de Fran G. Matute, Maquillando el cadáver español de Julio Miranda, sobre sus años españoles. Dos: en la revista Encuentro de la cultura cubana, números 12 y 13, 1999, está Desapareció un cubano invisible, homenaje de Demetrio E. Brisset a Miranda, en el que señala: “dejó diez textos inéditos, entre ellos, dos novelas”. Ambos están disponibles en la web. Insisto por una consideración obvia: nuestra visión de Julio E. Miranda queda incompleta si no nos hacemos cargo de sus libros y avatares antes de que se estableciera en Venezuela.
IX.
La página 10 trae un artículo de la actriz, directora teatral, guionista y periodista Yoyiana Ahumada Licea dedicado a Profundo, la obra de José Ignacio Cabrujas (1937-1995): “De esta tribu se sirve Cabrujas para exponer la superstición, la cultura del azar y la creencia en un milagro capaz de procurar riqueza instantánea, en una operación mágica que se erige como mito en el inconsciente colectivo nacional: la de que por generosidad de la providencia Venezuela es un país rico, en el que el estado es un rey Midas sin fecha de caducidad”.
X.
En la parte superior de la página 11 viene El espía que amó a una venezolana, la más reciente entrega de la columna de Oscar Hernández Bernalette, Memorias de un diplomático. Cuenta el caso de un oficial de los servicios de inteligencia de Egipto, cuando el militar se enamoró de una venezolana, y las consecuencias que ello produjo sobre la delegación diplomática de Venezuela en El Cairo, donde Hernández Bernalette se desempeñaba durante el gobierno de Luis Herrera Campíns.
XI.
Escribe Rodrigo Lares Bassa sobre Ana Teresa Torres: “Si en La herencia de la tribu el problema era la herencia del héroe, en Desterrados es la orfandad del alma. La frase de Torres —“el futuro siempre será, paradójicamente, pretérito”— mantiene hoy su filo, pero el foco se ha desplazado: ya no se trata de una nación que repite sus mitos, sino del sujeto que ha perdido su lugar en un mundo que no cesa de fragmentarse”. Parte inferior de la página 11.
XII.
Se cumplen 30 de Sucre, película dirigida por Alidha Ávila, en la que Luigi Sciamanna interpretó a José Antonio Sucre, y Guillermo Díaz Yuma a Simón Bolívar. En la página 12 reproducimos fragmentos de los diarios de Sciamanna correspondientes a los días de 1994, en que la película era filmada: “Puerto Cabello. En medio de esta tribu he encontrado la paz. Una extraña y profunda paz que me hace estar en silencio, disfrutar del ver y del oír. A mi alrededor estos hombres y mujeres se divierten y trabajan. Entre ellos, en medio de ellos, con ellos, yo he abandonado mi alma al encuentro del mártir cumanés. Y al volver de la dura jornada, que a pesar de todo me deja una dolorosa insatisfacción, caigo de rodillas en mi estancia y agradezco al señor por tanta mágica y potente revelación”.
XIII.
Listo, pacientes lectores. Ojalá disfruten: hay tela.
Nelson Rivera.

