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Es hora de que el científico del siglo XXI no solo sea un experto en su disciplina, sino también un comunicador estratégico

Por: Magíster Nathalie Carrasco, especialista en Neurocomunicación y Comunicación Científica



La ciencia avanza a pasos agigantados, pero su verdadero impacto no se mide solo en descubrimientos, sino en su capacidad para transformar la sociedad. En un mundo saturado de información y desinformación, la comunicación científica eficaz marca la diferencia entre la trascendencia y el olvido. La conclusión es clara: no basta con generar evidencia, hay que saber comunicarla con precisión, estrategia e impacto.

El desafío de comunicar ciencia en la era digital

La comunidad científica ha operado bajo la premisa de que la calidad de los datos habla por sí sola. Sin embargo, la realidad actual demuestra que los hallazgos pueden perderse en el ruido si no se presentan de manera accesible y convincente.

Uno de los mayores retos es el gap entre el lenguaje técnico de los científicos y la comprensión del público—ya sean colegas de otras disciplinas, responsables de políticas públicas o la sociedad en general. La jerga especializada, las publicaciones en revistas de acceso restringido y la falta de estrategias de divulgación generan barreras que limitan el alcance del conocimiento.

La inmediatez de la comunicación digital plantea nuevos desafíos: en redes sociales, las falsas afirmaciones pueden viralizarse antes de que un paper revisado por pares vea la luz. Esto refuerza la necesidad de que los científicos no solo publiquen, sino que desarrollen habilidades para divulgar y defender su trabajo en formatos diversos, sin comprometer el rigor.

La ciencia influye en la toma de decisiones a nivel global, pero solo si es entendida. La neurociencia de la comunicación nos enseña que las personas procesan mejor la información cuando está estructurada en una narrativa clara, con ejemplos y metáforas que permitan su asimilación. No se trata de trivializar la ciencia, sino de construir puentes entre la complejidad de los datos y su aplicabilidad en la vida real.

Los líderes de opinión en la comunidad científica han comprendido que la comunicación no es un accesorio, sino una extensión del método científico. La investigación que no se comunica bien corre el riesgo de no ser aplicada o, peor aún, de ser malinterpretada.

Estrategias para una comunicación científica de alto impacto

Para amplificar el impacto de la comunicación científica, es esencial adoptar estrategias efectivas, entre ellas:

  1. Claridad y precisión: Explicar con rigor, pero con lenguaje accesible. La simplificación no implica pérdida de calidad.
  2. Storytelling científico: Los datos se recuerdan mejor cuando se integran en narrativas. Un estudio del Journal of Cognitive Neuroscience demostró que la información presentada como historia es 22 veces más memorable.
  3. Uso estratégico de los canales de difusión: Publicar en revistas de alto impacto es clave, pero también lo es participar en conferencias y medios accesibles.
  4. Adaptación multiformato: Desde papers hasta hilos de Twitter o videos explicativos, la diversificación de formatos es esencial en la era digital.
  5. Pensamiento visual: Diagramas, infografías y representaciones visuales facilitan la comprensión y retención de la información.

El científico del siglo XXI: Investigador y comunicador

Las instituciones científicas y médicas deben asumir la comunicación como un pilar fundamental en la formación de nuevos investigadores. Es hora de que el científico del siglo XXI no solo sea un experto en su disciplina, sino también un comunicador estratégico.

La comunicación efectiva es un multiplicador del impacto científico. Es la herramienta que transforma el conocimiento en acción, convierte el descubrimiento en innovación y permite que la ciencia cumpla su misión de mejorar el mundo.

El momento de actuar es ahora

La ciencia no puede permitirse el lujo de ser incomprendida. Cada día, nuevos descubrimientos tienen el potencial de cambiar la humanidad, pero si no se comunican de manera efectiva, su impacto se diluye. Como científico, investigador o profesional de la salud, hay una responsabilidad: asegurar que el conocimiento llegue, se entienda y transforme la sociedad.

No basta con generar avances; es hora de hacerlos visibles, accesibles y comprensibles. Si queremos que la ciencia influya en políticas públicas, en la toma de decisiones clínicas y en la educación de la sociedad, debemos comprometernos con una comunicación efectiva.

La pregunta no es si la comunicación es importante en la ciencia; la pregunta es ¿qué estamos haciendo hoy para amplificar el impacto de los hallazgos científicos?

Es momento de actuar. Empecemos hoy.

La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.