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Después de una dura semana de trabajo, nada mejor que arrancar el fin de semana con el “viernes cultural”, esa reunión de amigos en las esquinas del barrio presagiando ya el descanso y la fiesta. Esta sección pretende hacer eso, arrancar nuestro fin de semana desde esta esquina virtual con cuentos y poemas de autores panameños para que los conozcan y los disfruten. Así que, ¡feliz fin de semana!, con sabor a literatura panameña de la buena.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

La escritura emergente de Gerona Rovira

Gerona Rovira


Gerona Rovira (Panamá, 1984), es una de las voces emergentes que mejor está trabajando el cuento. Su libro El paso de cebra y otros relatos, muestra a una autora inteligente, que maneja con propiedad los recursos del género. La variedad de temas y recursos que despliega para contar sus historias vaticinan una voz sólida para nuestras letras. Con su escritura celebramos la entrega número 50 del Viernes Cultural: Literatura Panameña. ¡Un camino andado!

Mi hijo

El cielo se decantaba sobre el pueblo mientras Isis se movía intranquila en su cama. Eran ya pasadas las 12 de la medianoche y el sonsonete del agua en el ventanal, que generalmente la relajaba, no la dejaba en paz. Palabras, imágenes y olores retornaban a su cabeza como intentando hilar un tejido invisible de recuerdos. Su mente siempre evocaba un primer y un último pensamiento en el día; sin embargo, en esa noche lluviosa, igual a la de hacía dos años, estaba sumergida en sombrías reflexiones laberínticas.

Por encima del traqueteo del agua, un sonido sacó a Isis de sus perturbaciones. Contuvo la respiración y apretó la mandíbula, ¿serían ellos? A pesar de las gruesas cortinas, podía percibir un ligero haz de luz cerca del suelo, fuera de su habitación, a la vez que el golpeteo en el vidrio se hacía más sonoro. Se le crispó la piel. «Katherine, por favor…». Solo escuchó ese quejido y supo inmediatamente quién era. Bajó de la cama cautelosa, se acercó al ventanal y lo volvió a escuchar, «Katherine», amortiguado por el torrente de agua.

Isis, sin producir el más mínimo ruido, salió al pasillo, donde se veía el monitor de la entrada. Ahí estaba Gabriela, o, como era ahora, Vivian. No podía creerlo. Su recóndito pasado, que creía putrefacto en algún cementerio de casos olvidados, regresaba con ese nombre y con quien lo vocalizaba. Permaneció quieta por un par de minutos y pensó que tal vez se iría, pero no fue así. Vivian se dejó caer al suelo, llorando. Isis advirtió que iba a empeorar, por lo que se arriesgó a abrir y recogerla. Estaba empapada y, al parecer, delirando. Isis la obligó a calmarse y, con dificultad, la puso dentro de la bañera con agua caliente, la ayudó a bañarse, la secó y la vistió.

Al cabo de un tiempo, recobró la lucidez, todavía estaba oscuro, por lo que se pusieron a hablar. Isis la regañó, le dijo que tenía que ser fuerte, que sabía por lo que pasaba, pero que no podía volver a hacer aquello. Le daría algo de comer y se tenía que ir antes del amanecer.

De repente, un ruido de sirenas. Isis sabía cuáles. En ese momento, le sostuvo la mirada a Vivian y entonces se percató de la ligera opacidad en el iris de cada ojo, la estaban grabando.

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—Lo siento, me lo prometieron, me dijeron que podría volver a verla; lo siento, Katherine —se lamentó Vivian con un llanto que anunciaba lo que más temía.

—Yo también tengo un hijo y nunca te hubiera hecho esto —contestó Isis con severidad, mientras retrocedía para salir del cuarto de baño.

Isis corrió al subsótano, se subió en el vehículo y salió por el túnel subterráneo. Salió a la calle a un kilómetro de la casa donde había vivido seis meses. Llegó al punto de control cercano, y ella no era ya Isis, o por lo menos no lo parecía. Sus documentos falsificados funcionaron a la perfección. Habían pasado dos años y solo se había tenido que mover de la casa una vez porque el área se tornó peligrosa, nunca porque la hubieran descubierto. Hasta cierto punto entendía a Vivian, hasta cierto punto.

Tres puntos de control y doce horas después, llegó a su sitio temporal. A Isis no le gustaba porque sus tíos, con quienes pasaba las vacaciones de la escuela, ahora pertenecían al régimen, pero no tenía otra opción.

Nando, su primo, rebelde en secreto, la recibió en la periferia de la propiedad y la guió por el laberinto subterráneo, utilizado para alojar a otros como ella, hasta llegar a lo que sería su habitación por un par de días. Isis observó el pequeño recinto y, desde lo profundo de su corazón, dijo «Gracias» con una verdadera sonrisa. Nando se encargó de alimentarla mientras estudiaban opciones de escape. La zona donde Nando vivía era la más exclusiva del cuadrante 11 y, por lo tanto, estaba altamente vigilada. No fue fácil entrar sin ser detectada y no iba a serlo salir de allí. Pero en la calle no hubiera durado.

A la segunda noche ya tenían un plan de salida para Isis, que ejecutarían la noche siguiente. Pero la mañana no llegó, por lo menos no como le hubiera gustado. Un par de horas después de medianoche, cuando ya todos dormían, o eso creía ella, decidió salir a buscar provisiones a la despensa secreta que Nando había preparado para alimentar a quien alojara. Él estaba ocupado consiguiendo un permiso especial con unos traficantes que conocía. Al volver a ver la despensa, Isis no pudo dejar de preguntarse cómo había logrado tanta variedad de productos de buena calidad, ¿le robaría a sus papás? ¿O era parte de lo que traficaba? Unos pasos que se acercaban la sacaron de su encanto. Se colocó la bolsa en la espalda y se asomó por la puerta. Los pasos sonaban fuertes, no era el ligero de Nando.

Corrió hacia la salida por la ruta que ya había practicado varias veces. Escuchó el ruido de pisadas corriendo en otras zonas del laberinto, disparos, gritos. Logró salir y subirse a su vehículo camuflado por la cascada en el perímetro de la propiedad. Había un par de naves sobrevolando el área, y en ese momento lo percibió, a pesar de no verlo, sabía que estaba cerca, en alguna de esas naves. Apretó un botón y el vehículo se transformó, disparando una serie de señuelos y elevándose por los aires. Los disparos llegaron y los señuelos parecían no ser suficientes. Fueron apareciendo más naves, por lo que se vio forzada a utilizar su último recurso. Presionó una sección del tablero y su nave salió disparada hacia la atmósfera. Isis casi no pudo controlarla, pero valió la pena, su rescate ya venía, el radar lo anunciaba. De un momento a otro, los sistemas de la nave se apagaron, la nave comenzó a flotar, perdiendo altura rápidamente. A una altura segura, ella salió expelida de la cabina y cayó al lago.

No conocía a su rescatista, pero sabía de quién era la nave, ella lo había pactado antes, su último recurso. Sortearon varios retenes hasta llegar a la zona no vigilada. Transitaron dos días más sobrevolando bajo y haciendo suficientes paradas para no ser detectados. No podía salir del planeta, pero todavía quedaban lugares apartados donde refugiarse. Al final, alcanzó su destino. Él la dejó en el lindero del bosque, le tomó una foto y le entregó otra: hacía dos años que no lo veía, y había crecido mucho.

—¿Cuándo la tomaron? —preguntó ella antes de recordar que no podía preguntar.

No hubo respuesta. La nave alzó el vuelo y ella quedó sola de nuevo para iniciar otra vida.

Tomado de El paso de cebra y otros relatos


Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña:

Pedro Crenes Castro
[email protected]
(Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.