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La ilusión de transparencia es cómoda: nos libera de la responsabilidad de verificar la comprensión. Pero la ciencia no puede darse ese lujo

Por: Mgter. Nathalie Carrasco-Krentzien — Consultora en comunicación estratégica científica, neurocomunicadora y arquitecta de impacto.



En la vida académica y científica, hay un error tan común como silencioso: suponer que los demás entienden exactamente lo que queremos transmitir. Los líderes de grupos de investigación, los docentes, los revisores de revistas y hasta los divulgadores suelen caer en lo que la psicología denomina ilusión de transparencia. Este sesgo, documentado por Gilovich, Savitsky y Medvec (1998), describe nuestra tendencia a sobreestimar el grado en que nuestros pensamientos, emociones o intenciones son evidentes para los demás.

El ejemplo más claro ocurre en la docencia: un investigador explica un concepto complejo convencido de que los estudiantes lo comprenden porque “es obvio”. Sin embargo, la audiencia puede estar perdida desde la segunda diapositiva. Lo mismo pasa en conferencias, donde los ponentes creen que su entusiasmo o preocupación se perciben con claridad, cuando en realidad el público interpreta señales muy distintas.

En el ecosistema científico, esta ilusión genera brechas de comunicación significativas:

  • Líderes que creen haber dejado claras las prioridades de un proyecto, pero los equipos interpretan directrices contradictorias.

  • Revisores que asumen que sus comentarios son suficientes, cuando en realidad resultan ambiguos.

  • Investigadores que creen que su manuscrito es “autoexplicativo”, cuando para el lector externo carece de contexto clave.

Desde la neurocomunicación, la ilusión de transparencia se explica por la dificultad del cerebro para salir de la propia perspectiva. Nuestros estados internos son tan vívidos que nos cuesta imaginar cómo se ven desde fuera. El sesgo egocéntrico alimenta esta brecha: damos por hecho que la claridad interna equivale a claridad externa.

He acompañado equipos científicos donde esta ilusión costaba caro: proyectos retrasados por instrucciones mal entendidas, evaluaciones fallidas por mensajes ambiguos, artículos rechazados por lectores que no encontraron en el texto lo que el autor suponía evidente. En todos los casos, el problema no era la falta de datos, sino la falta de comunicación explícita.

¿Qué hacer para mitigar esta ilusión en la comunicación científica?

  • Externalizar la perspectiva: practicar la técnica del “lector ingenuo”, pidiendo a un colega externo que explique con sus palabras lo que entendió.

  • Redundancia estratégica: repetir la idea central en diferentes formatos (visuales, orales, escritos) para aumentar la probabilidad de comprensión.

  • Validación activa: no asumir que el mensaje fue comprendido, sino solicitar retroalimentación específica (“¿qué entendiste de esta conclusión?”).

La ilusión de transparencia es cómoda: nos libera de la responsabilidad de verificar la comprensión. Pero la ciencia no puede darse ese lujo. En un entorno donde la credibilidad depende de la precisión, comunicar no es suponer, es comprobar.

La pregunta que dejo abierta es tan sencilla como urgente: ¿qué tanto de lo que hoy creemos “claramente comunicado” es realmente comprendido por quienes nos escuchan, leen o siguen? En la respuesta a esa pregunta se juega no solo la eficacia de nuestra comunicación científica, sino la confianza que la sociedad deposita en la ciencia misma.

La autora es abogado, comunicadora y Business Process Manager, enfocada en gestión empresarial con tres maestrías en Comunicación: Máster en Comunicación Estratégica y organizacional, Máster en Neurocomunicación, Máster en Comunicación Científica. Vive en Canadá.