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Después de una dura semana de trabajo, nada mejor que arrancar el fin de semana con el “viernes cultural”, esa reunión de amigos en las esquinas del barrio presagiando ya el descanso y la fiesta. Esta sección pretende hacer eso, arrancar nuestro fin de semana desde esta esquina virtual con cuentos y poemas de autores panameños para que los conozcan y los disfruten. Así que, ¡feliz fin de semana!, con sabor a literatura panameña de la buena.

Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]
Diseño: Carlos García Ponte

La piel, cuento de Danae Brugiati Boussounis 

Danae Brugiati Boussounis 


Danae Brugiati Boussounis (Chiriquí, Panamá, 1944) es autora de seis libros en los géneros de ensayo, cuento y poesía. Dueña de un estilo preciosista y pulcro, con una mirada clásica sobre la vida que narra, desde su debut en 2016 cautivó a lectores y críticos que elogiaron su colección de cuentos Pretextos para contarte (Foro / Taller Sagitario Ediciones, Panamá, 2016). En el 2019 su ensayo Mestizaje: Mujeres y Mitos, obtuvo el  Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró. Ha publicado entre otros títulos En las riberas de lo posible (El Duende Gramático, Panamá, 2016) y La noche de los cocuyos (Taller Cultural / Colección Seshat, 2019).

La piel

“La piel, nuestra piel, esta maldita piel… ¡Nos convertimos en héroes

por algo tan mezquino!”

Curzio Malaparte

         Carlo Ravelli estuvo siempre consciente del magnetismo de su encanto y del impacto que su viril belleza ejercía sobre todos aquellos que  le conocían. Tenía una cara atractiva de trazos clásicos, subrayada por cabellos y barbas negrísimos que enmarcaban su cincelado rostro moreno en donde refulgían, en contraste, sus penetrantes ojos azules. De su personalidad arrolladora emanaba una imperturbable confianza pues estaba consciente de que poseía una inteligencia superior de la que hacía alarde sin ninguna modestia. Su sólida educación fue cultivada con esmero por institutrices, tutores privados y sabios académicos.      

          Sus padres tenían un gusto exquisito por todo tipo de arte y educaron a los hijos con el mismo refinamiento; los expusieron siempre a las expresiones culturales más selectas y elitistas de Florencia y otras importantes ciudades de Italia y Europa. En los palacios de las familias del clan Ravelli todavía se respiraba el aire de la Italia renacentista, siempre llenos de artistas: pintores, escultores, músicos, dramaturgos, actores teatrales y del cine, escritores y otros, que hacían que su familia se asemejara a los miembros de la burguesía que en el Renacimiento eran los mecenas del arte del quattrocento.

        Carlo muy pronto se percató de que la gente se sentía atraída por el culto a sí mismo, a todo lo que realzara su persona y sobre todo,  la moda. Decidido a explotar esta debilidad humana, estudió los secretos de la “haute couture” y se especializó en las técnicas antiguas y modernas de estampados en textiles de la prestigiosa Universidad Florentina del Arte.    

     Demostró tener un sentido muy particular para reconocer y experimentar con los materiales más diversos, desde los más ordinarios y conocidos por sus maestros hasta aquellos que gracias a la ciencia y la investigación surgían o se ponían a disposición de su ingenio y creatividad.  Carlo aplicó estos nuevos conocimientos a los que ya poseía en materia de arte para adaptarlos a su objetivo final: su incursión en el mundo de la moda. Creó originales figuras y trazos para estamparlos en un material que, hasta entonces, quedaba relegado a las chaquetas deportivas, las carteras y los zapatos: el cuero.  Sus técnicas de estampado y sus exóticas figuras geométricas resultaron innovadoras aplicadas como detalles extravagantes en piezas de vestir y en otros accesorios de moda.

         Por otro lado, Carlo había tenido muchos amoríos de juventud. Entre todos esos escarceos amorosos se distinguió su relación con una chica extraordinaria que le conquistó más por inteligente que por hermosa. Ella, Mariana Lucrecia, había calado en su espíritu y logró penetrar capas profundas de su epidermis sentimental. Enamorada e intuitiva, conoció muy bien su carácter y él le confió muchos de sus más íntimos pensamientos, sus gustos, sus ambiciones, su manía por el buen gusto y el refinamiento. Mariana conocía tanto su forma de proceder como las preferencias en su forma de vestir, los colores y las líneas sobrias del guardarropa de Carlo. También había observado su intensa obsesión por el cuidado personal y la conservación de su esbelta silueta.

       Ella sabía además que Carlo no tenía vicios menores porque decía que estos afectaban su piel y la apariencia física en general. Todo hacía de su relación un idilio perfecto de cuento de hadas pero al igual que en ellos, él debía cumplir con la promesa de matrimonio dada entre padres a la heredera de la familia Ponti, y cuando llegó la hora, la boda se anunció con gran despliegue mediático. Carlo buscó a Mariana Lucrecia para darle explicaciones pero ella desapareció sin reclamos ni escenas melodramáticas. “Hasta en eso es perfecta”, pensó, y muy pronto se olvidó de ella.

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        Después de la boda, continuó el curso ascendente de su buena estrella. Era el más joven de los modistos del momento pues su primera participación en solitario la hizo en París a los veintiocho años, y su siguiente paso fue abrir sus primeras tiendas exclusivas en la Rue Fabergè, la  Rue Saint Honoré, San Bartolomé, Venecia y Saint-Tropez. Bajo su firma surgieron nuevas líneas de creación enfocadas a una mujer elegante y refinada. Sus colecciones incluían tanto prendas de vestir como accesorios, lencería, ropa de baño y perfumes. Creaba piezas que hacían lucir bellas a las mujeres en las calles bulliciosas  de la urbe y no solo en la rampa o en los desfiles de moda, y con sus modelos hacía de ellas seres más delicados y de una sensualidad apenas explícita. Líneas que se ceñían al cuerpo y adornos de plumas, strass, pedrería y pieles eran algunas de las características definitorias de su estilo a la hora de diseñar.

          Su ropa no era presentada en público solo por modelos profesionales sino por las primeras figuras del cine y de otras artes. Además, abrió bajo su ya prestigioso nombre espacios de diversión y esparcimiento: clubes, boutiques, salas de eventos decorados con estilo y diseños únicos, en los que incluía detalles extravagantes, tales como espejos y cristales enmarcados en maderas con incrustaciones en metales preciosos.

          Todas estas actividades le proporcionaban incalculables ingresos desde sus más de cincuenta tiendas alrededor del mundo, que le convirtieron en un legendario miembro del selecto grupo de los hombres más ricos del planeta. Sus innumerables empresas eran llevadas con absoluta eficiencia por un ejército de funcionarios dedicados, capaces y bien pagados, a muchos de los cuales él nunca había visto.

         Su refinamiento le hacía obsesivamente perfeccionista, y se acrecentaba cuando algo llamaba su atención. Su siempre viva curiosidad se desplazaba en todas direcciones. Por ejemplo, cuando su interés se centró en la cría de caballos, otra de sus pasiones, invirtió en ello cuantiosas sumas de dinero. También poseía una flotilla de yates y en uno en particular, fabricado especialmente para él, pasaba la mayor parte del verano mediterráneo e invitaba a sus selectos amigos a compartir extensas giras por los mares que rodeaban su amada Italia.

          Carlo Ravelli era también un lector ávido y curioso. Así, una buena noche su atención quedó atrapada por el descubrimiento de que “la piel humana resulta tan maleable como la de cualquier otro animal. Al curtirla, su grosor aumenta  y la transforma en un cuero de grano fino parecido al de un becerro”, decía el antiguo texto alquimista que había caído en sus manos.  Otros autores afirmaban que “se parece más a la piel de oveja, con una textura firme, suave al tacto.” Entusiasmado por su descubrimiento, se hizo llegar muestras de piel humana y la sensación que percibió con sus dedos al acariciarla le pareció fascinante.

       Por orden del mismo Signore Ravelli se intensificaron las investigaciones en sus laboratorios de cosmética que ya hacían estudios sobre la piel humana para ver los resultados y efectos de sus cremas, protectores solares, humectantes, desodorantes y maquillaje, con el propósito de que la beneficiaran y protegieran contra el sol y el envejecimiento, y por supuesto, era él quien primero las utilizaba.

     Día a día, fue creciendo el interés de Carlo y con la ayuda de su equipo de investigadores y sus inmensos recursos económicos consiguió para su mítica biblioteca, raros ejemplares de libros encuadernados con piel humana, técnica conocida como bibliopegia antropodérmica. Todos los ejemplares que le hacían llegar eran libros encuadernados en piel de individuos que habían cometido algún crimen y su piel se había utilizado para encuadernar sus tristes historias, tales como el Diccionario de Samuel Johnson, encuadernado en la de James Johnson, quien fue ahorcado en 1818 en Norwich (Reino Unido); “Anatomía de la Bibliomanía”, del famoso encuadernador Edwin Zaehnsdorf; una traducción en verso de las “Geórgicas” de Virgilio por Jacques Delille, famoso traductor francés; “Relato de los crímenes de Corder”, cuya piel fue curtida por el cirujano George Creed de Suffolk  y utilizada en las tapas del libro. Otro era una “Danza de la muerte” de Holbein, finamente cosido con pelo humano en vez de con hilo de seda. En la biblioteca de Carlo se encontró también un volumen de “Poemas” de John Milton, forrado con la piel de George Cudmore quien, en 1830, había envenenado a su esposa.

          Entre los tomos preferidos de Carlo Ravelli estaba una edición de “L’eloge des Seins”, de Mercier de Compiègne, encuadernado con la piel del seno de una mujer que lucía el exquisito detalle del pezón en el centro de la portada. También gozaba de su favor un fabuloso volumen del “De Serto Virginum”, encuadernado de la manera más apropiada.

       Otra noche, mientras disfrutaba de su recién adquirida adicción, Carlo ideó utilizar también la piel humana en sus diseños y, como siempre, él sería el primero en lanzar un modelo con esta innovación. Ordenó que discretamente dedicaran más tiempo a su estudio como recurso y material para utilizarla en las sofisticadas creaciones de sus famosas colecciones de moda.

         Se hizo traer una porción de piel humana suficiente para su chaqueta y su camisa de cuello de tortuga, detalle por el que era conocido en el mundo de la moda. Cuando le anunciaron que ya la tenían, sin preguntar de dónde ni cómo la habían conseguido la hizo curtir y preparar con la mayor discreción en los laboratorios de la compañía.          

       “De esta bien trabajada piel haré el cuello de mi camisa para tener cerca de mí esta otra piel llena de pasión, de la fuerza de un momento extremo más allá de las anodinas sensaciones normales del ser humano. Hasta ahí podré llevar mis dedos en gesto elegante y acariciarla para llenarme de su energía durante el orgásmico momento en que el público estalle en aplausos por mi colección de este año”, pensó.

        Antes de hacer su entrada en la noche del desfile, se acicaló con su acostumbrada parsimonia y se aplicó con cuidado en todo su cuerpo las cremas y el humectante recomendado para la cara y el cuello que su laboratorio había creado especialmente para él. Las instrucciones recomendaban colocar este compuesto abundantemente sobre el cuello, pues allí la piel muestra con mayor énfasis los estragos del tiempo si no se le cuida debidamente.

***

       El público sofisticado, disfrutaba del champagne y admiraba cada detalle. La decoración del local era un dechado de perfección, desde la alfombra hasta los finos candelabros que pendían de estratégicos puntos de las paredes y el azul cielorraso que solo mostraba cientos de pequeñas luces para crear la impresión de que se estaba bajo el incomparable embrujo de la noche toscana. En el centro del salón se extendía la pasarela que semejaba la lengua de fuego que salía del grandioso dragón que figuraba como marco del escenario principal. Todo derrochaba arte, ingenio y buen gusto.

       Para esa noche todo un palacio de la familia se había dispuesto para el desfile y se habían colocado estratégicamente las mesas cargadas de los más exquisitos manjares y licores, algunos provenientes de las cavas y viñedos de la firma. El lujo y el esplendor ejercían un fascinante encanto sobre los invitados que veían pasar los diseños entre exclamaciones de admiración, reclinados en muebles de pieles de animales y seda, también diseñados por el dueño de casa.

        Terminado el desfile, la música se detuvo, todas las luces se enfocaron en el anfitrión, que con su elástico y firme paso surgió del fondo del escenario para dirigir las palabras de bienvenida en la fiesta más afamada del año.

        “Debo dar órdenes para que bajen la temperatura, hace calor y eso me hace sentir incómodo…”

        – Buona sera, amici. Benvenuti. Grazie per stare qui condividendo insieme a noi il piacere di un nuovo successo di Casa Ravelli…

“…siento escozor alrededor de mi cuello… siento que la ropa me aprieta más y más… debo mantener la calma… estoy sudando… siento calor… me estoy ahogando… ¡¡¡¡¡¡¡aaggghhhhh!!!!!

        Los invitados, estupefactos, paralizados, veían cómo se llevaba ambas manos al cuello y tiraba de su camisa y de su saco que por segundos se encogían; y en su afán de librarse, su cuerpo se contorsionaba en espasmódica lucha con un invisible enemigo. Todo su rostro y su pecho estaban copiosamente mojados en sudor; su respiración era cada vez más difícil y sus estertores se escuchaban en todo el ámbito. Su cuerpo se retorcía en convulsiones. El rostro era ya solo una trágica mueca. De pronto, levantó su cintura apoyándose en ambos pies con la cabeza vuelta hacia el público y los ojos desorbitados. De su boca solo salían extraños ruidos y espuma. Finalmente, cayó del todo y allí se quedó quieto, muy quieto en una imposible contorsión de muñeco roto sobre el piso del escenario. El estupor les dejó a todos inmóviles. Los empleados bajaron el telón sobre el último acto de la portentosa vida de Carlo Ravelli.

       Los invitados que habían quedado sin habla, iniciaron sobrecogidos el éxodo. Iban absortos y aturdidos sin comprender del todo la escena de la que habían sido testigos. Sus semblantes parecían las máscaras trágicas del teatro. La única máscara irónicamente sonriente, tras bastidores, era la de la Doctora Mariana Lucrecia Borghesse, Directora de los Laboratorios de Cosmética Ravelli.

Tomado de:

Pretextos para contarte

Segunda edición, Panamá 2016

Foro/taller Sagitario Ediciones

Coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña:
Pedro Crenes Castro

[email protected]
(Panamá, 1972), es escritor. Es columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.
https://senderosretorcidos.blogspot.com/