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Hace cinco años (5 de enero de 2019) falleció Oscar Rodríguez Ortiz (1944-2019), crítico literario de larga
trayectoria y prolífico hacer, ensayista, compilador y autor de una novela. Fue además jefe de redacción de la revista Zona Franca, director literario de Monte Ávila Editores y coordinador editorial de la
Biblioteca Ayacucho
Por: Nelson Rivera, director del Papel Literario del diario El Nacional
Amigos lectores:
I.
Ocho de las diez páginas de esta primera edición del 2025 están dedicadas a recordar a Oscar Rodríguez Ortiz (1944-2019). El 5 de enero se cumplieron cinco años de su fallecimiento. Investigador, crítico literario, ensayista, compilador y autor de una novela, fue además jefe de redacción de la revista Zona Franca, director literario de Monte Ávila Editores y coordinador editorial de la Biblioteca Ayacucho. Además, gracias a Teresa Alvarenga, su viuda, tuve noticias de algo que no sabía: Rodríguez Ortiz hacía collages (en esta edición alcanzamos a reproducir dos de ellos en la página 4).
II.
El dossier reúne las contribuciones de Miguel Ángel Campos, Miguel Gomes, Blanca Strepponi y Mirla Alcibíades, especialmente escritas para este homenaje. Sumé, además, una breve reseña escrita por Julio Miranda en 1989, sobre 3 ensayos sobre el ensayo venezolano, y dos ensayos del propio Rodríguez Ortiz: uno, extenso, sobre Rómulo Gallegos (Cantaclaro, Doña Bárbara, Canaima) y otro que escribió para el Papel Literario sobre Juan Liscano, que publiqué en 2015.
III.
Miguel Ángel Campos (La calma del persuasor): “La forma como Rodríguez Ortiz interactuó con lo académico nos recuerda la relativa libertad de un procerato intelectual gestionando en medio del horizonte cultural donde el Estado construye lo público. La academia lo respetaba porque interpretaba los tiempos desde la libertad del intelectual que ha hecho sus propios ajustes. Debió sufrir con el desdén de lo institucional hacia los prospectos donde estuvo comprometido, el programa público de los gerentes de poco alcance”.
IV.
Miguel Gomes (Oscar Rodríguez Ortiz, ensayista): “En cuanto a Rodríguez Ortiz, podría alegarse que en Placebo se evidencia el laborioso compromiso con un estilo, y en ello se reafirma la mencionada «moral de las formas». Se trata, ante todo, de la puesta a prueba de una manera de expresarse bien definida. Frente a la rotundidad de la alocución en la plaza pública, propia del arconte o el maestro del pueblo, la voz ensayística de Rodríguez Ortiz juega al silencio, al enmascaramiento relativamente impersonal. Como en la obra de José Antonio Ramos Sucre, esa urgencia se plasma”.
V.
Blanca Strepponi (Un hombre notable): “Era un trabajador infatigable (lo que tal vez hoy llamaríamos un workaholic), muy reservado, menudo, educadísimo y lleno de energía nerviosa. Y un lector insaciable. Recuerdo que hacia finales de cada año releía algunas obras que consideraba más relevantes para él, como Rayuela de Julio Cortázar. Y también cada año se dedicaba a la hercúlea tarea de limpiar todos sus libros, y cuando digo todos, digo muchos. Eran tantos que, en un momento, con su esposa, la estupenda periodista Teresa Alvarenga, debieron buscar un apartamento más grande. Era un lugar hermoso, con paredes tapizadas de libros, un hogar de gente amable donde siempre fui recibida con generosidad”.
VI.
Mirla Alcibíades (Oscar Rodríguez Ortiz y la Biblioteca Ayacucho): “Cuando ingresé a la institución ideada por Ángel Rama, estaba en imprenta ese legado extraordinario de Oscar Rodríguez Ortiz que lleva el modesto título de Cronología. Fue un logro monumental. En su concreción fungió de coordinador y jefe de redacción. Es un aporte imprescindible para el estudioso del pensamiento y la cultura latinoamericanas forjado en dos volúmenes: el primero (1987), de 667 páginas, cubre del 900 a.C y se extiende hasta 1985 d.C.; posteriormente añadió un necesario Suplemento (1993) que abarca de 1985 a 1991”.
VII.
La página 9 trae Cervantes en Venezuela, de Juan Pablo Gómez Cova, académico venezolano residenciado en Estados Unidos: “En el territorio que después se llamaría Capitanía General de Venezuela fue igual de popular. Algunos grandes cacaos contaban con el valioso ejemplar de Cervantes en sus bibliotecas; así lo atestiguan los inventarios legales que se ejecutaban cuando estos señores fallecían. Hay constancia de que fue uno de los libros más vendidos de Venezuela en 1682. En el siglo XVIII, se regalaba un ejemplar a quienes se licenciaban en la Universidad de Caracas. En una sociedad colonial tan estable, inamovible, serena y proveniente del cúmulo de contradicciones de la España invertebrada, el Quijote era un pasmoso testimonio de sabiduría y sosiego”.
VIII.
Con el sugestivo título de Las formas elusivas, hoy publicamos la primera entrega de la columna sobre temas de artes visuales que nos ofrecerá la crítica y curadora Tahía Rivero. En principio, su frecuencia será mensual (por cierto que a partir de febrero también Juan Pablo Gómez Cova tendrá un espacio mensual, con el nombre de El paso errante). Dice Rivero en Señales disruptivas (título de la primera entrega): “La ruptura con el canon no es siempre perceptible porque en ocasiones, se trata de respuestas críti cas sutiles, aplicadas a los constructos epistemológicos históricamente asentados en las prácticas artísticas. Señales disruptivas que requieren su interpretación en el tiempo y lograr abrir las pesadas puertas del “alto arte” que delimitan la separación con el arte popular, las tradiciones y los oficios, y su integración al repertorio del arte contemporáneo”.
IX.
También en la página 10 vuelvo con Récipe para golosos, columna dedicada a libros, que he usado muchas veces a lo largo de los años. Escribo sobre Venezuela. Memorias de un futuro perdido (Los Libros de Catarata, España, 2024), del periodista y escritor Rafael Osío Cabrices. Personalísimo, fluido, ágil, el libro circula entre la crónica y el ensayo, la prosa de limpia ejecución: “No hay página de Venezuela. Memorias de un futuro perdido, que no esté bajo el asedio del observador que se interpela a sí mismo. El autor interroga lo que recuerda e interroga sus propias preguntas (Escribió Elias Canetti en uno de sus Apuntes: “Quien tenga muchas respuestas, deberá tener aún más preguntas”). Los hechos que menciona al paso o las anécdotas que recapitula, valen por lo que revelan, pero también por las incógnitas que despliegan ante el lector”.
X.
Les dejo mis buenos deseos a todos.
Nelson Rivera.
Lea la edición completa:
