Hay un primer compromiso como escritor: contar una buena historia. Y cuando digo «buena», me refiero a la técnica, al uso del lenguaje y a la construcción de una emoción que empuje y transforme. Pero quedarse sólo en lo estético es una posición mezquina que hace del escritor un agente social inofensivo
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural: Literatura Panameña [email protected]

Reseña por: Pedro Crenes Castro

Escritores inofensivos, genuflexos y de panza llena por lo establecido, son un peligro para cualquier democracia. Y los ha habido siempre.
¿Quién teme a un escritor?
Leyendo en estos días los diarios de Ricardo Piglia, alias Emilio Renzi, me encuentro con este desafío en medio de la brega literaria: «Por ahora un escritor en la Argentina es un individuo inofensivo. Escribimos nuestros libros, los publicamos. Se nos deja vivir, tenemos nuestros círculos, nuestro público. ¿Cómo lograr entonces una eficacia con lo único que sabemos hacer? Todo debe estar centrado, para decirlo otra vez, sobre los usos del lenguaje. De este modo los contenidos tendrán un efecto distinto. No importa el tema sino el tipo particular de construcción y circulación de lo que hacemos».
Estamos en 1964, son los años de formación de uno de los escritores más importantes de América. En esa búsqueda del sentido y fondo de su oficio, Piglia reconoce que los escritores somos individuos inofensivos. El sistema se siente cómodo con esos seres vanidosos y ensimismados, listos para hacerse con un arsenal de enemistades en el mundillo literario. Individuos que dejan la ética para darse sin reservas y con vulgaridad de vieja vedette a una estética dictada por los de «arriba». Y bailan y les echan plata, y bailan y les tiran besos y se sienten felices.
Nos leen y se ríen, indulgentes, aliviados (los de arriba, el sistema, el estado, llámenlo equis), pensando en lo inofensivos que somos los escritores. Un buen premio, unas medallitas, unas becas o viajes a dar conferencias de paja o a participar en ferias del libro por doquier. Y los mandamases cierran en libro o el artículo y respiran tranquilos, misión cumplida, aquí se deleita como decimos nosotros. Y se ríen otra vez, seguros de que detrás del ladrido viene el inofensivo can.
Hay un primer compromiso como escritor: contar una buena historia. Y cuando digo «buena», me refiero a la técnica, al uso del lenguaje y a la construcción de una emoción que empuje y transforme. Pero quedarse sólo en lo estético es una posición mezquina que hace del escritor un agente social inofensivo. La estética sin ética es una trampa que la vanidad tiende al escritor. En una sociedad cargada de imágenes en tres y en cuatro D, donde las sirenas del arte parecen haber sofisticado sus cantos, se echan en falta obras que trasciendan el mero hecho de ser publicadas.
Luis García Montero dice que «la poesía es inútil porque los poetas, como forma de rechazo a la utilidad grosera, se han consagrado a la inutilidad, sin plantearse un sentido más digno y más poético de lo útil». Es decir, que la devaluación del hecho de ser escritores, de nuestra vocación, se ve sustituida por los sueños de publicar, por el cumplimiento de unas cifras de venta o por el apego a la aceptación por parte del público, renunciando a enardecerlo.
La realidad, es. Convertirla en espejo o en ventana es patrimonio de los escritores. Y vale la pena y hasta la alegría tomarnos en serio nuestro oficio. Que una historia o un poema arranque del lector pasiones y visiones más allá de sí mismo y de lo que puede ser capaz de ver, es muchas, veces un acto azaroso. Pero no lo es (no debe serlo) el oficio, ni el buen hacer con las palabras. La tensión del arco o la lira para que dé en el blanco, para que suene la nota exacta, es fruto de un acto de la voluntad del escritor. Es en el uso del lenguaje, volviendo a Piglia, como conseguiremos un efecto distinto, es en esa consagración a lo que hacemos con alegría y valor muchas veces, donde encontraremos la belleza que mueva al lector.
Escritores inofensivos, genuflexos y de panza llena por lo establecido, son un peligro para cualquier democracia. Y los ha habido siempre. Lo que ocurre en la remota soledad del lector, su relación entre él y lo escrito, no es materia de nuestra incumbencia. Aquel fuego prestado prenderá el alma, seguro, pero lo nuestro es escribir «por razones más profundas que las que entraña el termino profesional», como decía Tennessee Williams en sus memorias.
¿Quién teme a un escritor? Ya nadie, quizás los de «arriba» planean un nuevo premio para mantener los mitos, los suyos; la historia, su historia; la ficción, la suya, la que arranque de sus súbditos las emociones exactas que los dejen igual de inmóviles y contentos mientras la miseria se los va comiendo, mientras los inofensivos escritores hacen las delicias del gran público.
Un sueño de Piglia nos resume y concluye: «Estoy en medio de una multitud en una calle de una ciudad desconocida y hablo otro idioma, un idioma que nadie entiende».
Pedro Crenes Castro, coordinador del Viernes Cultural Literatura Panameña | [email protected]

Pedro Crenes Castro (Panamá, 1972), es escritor. Columnista y colaborador en varios medios panameños y españoles. Ha ganado dos veces el premio Nacional de Literatura Ricardo Miró de Panamá y dicta talleres literarios. Vive en España desde el año 1990.